El lenguaje del dinero
El lenguaje de la política tiende a ser enrevesado, flexible hasta la contradicción. Escurrir el bulto, ganar tiempo es el destino más habitual de sus metáforas. El lenguaje del dinero es directo, impaciente, no se para en barras, en si es justo o no.
Pocas cuestiones concitan más acuerdo, aunque sea con tonos distintos, que la necesidad de darle una larga pensada a cómo sintonizar a Gobierno, comunidades y ayuntamientos para prestar el mejor servicio posible sin derrochar dinero público. Es una inquietud natural, nacida de un proceso de descentralización vertiginoso.
El debate lleva tiempo planteado, pero en vez de atacar la cuestión, en vez de recabar datos y establecer criterios técnicos para dirimir dónde hay duplicidades, cómo encauzar la cooperación, cómo simplificar trámites, la política se demora en sacar tajada a la bronca territorial, el mensaje más fácil.
Ahora la crisis, la urgencia por atajar el déficit público impone su ley. El Gobierno, que ha encargado un informe a la Agencia de Evaluación, se ha comprometido a impulsar un pacto con comunidades y ayuntamientos. Eso sí, no antes de las elecciones del 22 de mayo. Esta legislatura no brindará otra oportunidad para debatir qué servicios debe prestar cada administración, cómo lograr ser más eficaz, dónde están los excesos.
El ahorro de recursos públicos debería ser una consecuencia de ese debate. Pero si la política vuelve a demorarse, comunidades y ayuntamientos, asfixiadas por la falta de ingresos, no tendrán opción. Se hablará el lenguaje del dinero. Ya se habla.
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