Lutos y fiestas en Anoeta
Tres años en la vida de cualquiera es un espacio cortísimo de la vida, pero en el fútbol puede ser una eternidad. Tres años estuvo la Real en el infierno de la Segunda División, amenazada incluso de persianazo y cierre, mal gobernada y peor gestionada desde años anteriores. La celebración debía estar a la altura del reencuentro no con la competición, sino con la emotividad del derbi vasco.
La Real no dejó cabo suelto. Era el homenaje a la ikurriña, aquella que exhibieron Iribar y Kortabarria en el tardofranquismo como un reto a la indolencia gubernamental. Y lo celebró con dos niños portando la enseña vasca en recuerdo de aquellos tiempos. Y era el homenaje al euskera, que celebraba su día y que, tratándose de equipos vascos, no podía quedar ausente de un partido declarado extraoficialmente como la [presunta] "fiesta del fútbol vasco".
Era la fiesta de Anoeta, la luz frente a las sombras. Las sombras alargadas de Aitor Zabaleta, asesinado hace 12 años en Madrid, y el vacío dejado la noche anterior por Xabier Lete, un referente de la música y de la literatura vascas, por el que se guardó un minuto de silencio solo roto por su voz recitando uno de sus poemas. Lete nunca fue un gran cantante, pero siempre fue un gran poeta.
Así comenzó la resurrección del derbi vasco, que al primer minuto se cobraba la primera falta, de Amorebieta a Xabi Prieto, anunciando tormenta. Y, sin embargo, todo transcurrió por las conductas habituales que prevé el reglamento. Aunque el autobús del Athletic fuera recibido con pedradas a su llegada a Anoeta. Hay cosas que no cambiarán nunca.
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