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Crónica:SILLON DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Retrato del pirata de clase media

Manuel Rodríguez Rivero

Habla el más célebre pirata de nuestra literatura: "Aquí yo tengo por mío / cuanto abarca el mar bravío, / a quien nadie impuso leyes". Ahora los piratas son de clase media y se bajan música y películas -y también libros- a sus cada vez más baratos terminales electrónicos. Y, como el de Espronceda, los modernos filibusteros de estar por casa no conocen más leyes que las que les dicta su apetito perpetuamente insatisfecho. Según Le Motif, que es el nombre del eficaz Observatorio (tome nota don Rogelio Blanco) del Libro y del Escrito de la región de París, el perfil del pirata de e-books es el de un gran lector (más de 25 libros por año), que se siente frustrado por la ausencia de una oferta de libros digitales a la altura de su voracidad lectora. Y que se baja ilegalmente más libros de los que puede leer. Presumiblemente, un pirata cultillo y de clase media. Igual que aquí, donde al perfil bucanero contribuyen ciertas notas peculiares de un sector en el que ni editores ni libreros se muestran excesivamente atraídos por el mercado de libros virtuales, a pesar de que las previsiones apuntan a un crecimiento geométrico de la demanda en los próximos años. Por supuesto, Libranda, el más importante operador logístico de libros digitales, también tiene su responsabilidad: hasta la fecha sólo se le han conectado 19 librerías, a pesar de que hay algunas a las que se les contesta reiteradamente que "están en lista de espera", por más que cumplan con los requisitos exigidos. Además, los precios son todavía elevados, lo que desvía hacia la nebulosa libertaria de Internet a muchos posibles lectores "legales". Y en su catálogo faltan muchos libros atractivos: no he encontrado, por ejemplo, Inés y la alegría, el superventas de Almudena Grandes abundantemente pirateado. Y no me vengan con que los precios no pueden bajarse más: no se puede tratar igual una novedad que un título que ya efectuó hace tiempo la parte mollar de su recorrido. Pongo un ejemplo positivo: en e-ditamos.es ofrecen a 2,39 euros la versión enriquecida para iPad (Apple) de la estupenda novela de Ramón Buenaventura El año que viene en Tánger, publicada en 1998 (próximamente se comercializará una versión pdf a un precio semejante). Lo que es tentar al pirata que todos llevamos dormido dentro es que en las librerías asociadas a Libranda se ofrezca, por ejemplo, el e-book de Los pilares de la Tierra -un long-seller de Follett publicado en 1991-, a 9,99, obviando que ya existe una edición de bolsillo a 10,95. El mejor remedio contra la piratería: más e-books, más baratos, menos impedimentos administrativos y repensar sin tabúes ciertos dogmas (precios, copyright, etcétera) que han apuntalado el negocio tradicional en este sector. Luego, cuando el camino esté allanado, serán muy eficaces las campañas institucionales antipiratería y el cocodrilo de la ley podrá arrancarle (metafóricamente) la mano al Capitán Garfio.

Guerra

"¿Cómo se puede mentir mientras se mira a alguien a la cara?", le preguntan a la (histórica) agente de la CIA Valerie Plame en Caza a la espía, la estupenda película de Doug Liman. La respuesta de Plame (Naomi Watts) valdría un sobresaliente en cualquier academia de espías y políticos: "Tienes que saber por qué mientes y no olvidar nunca la verdad". La verdad de cada cual, claro. Parecida actitud adoptaron, al mentir como bellacos, los componentes de aquel infausto trío azoreño a cuyo eslabón más chisgarabís tuvimos que padecer hasta que otra cadena de trolas le echó de La Moncloa con las cajas destempladas del voto popular. La primera víctima de toda guerra, como se sabe, es la Verdad, suponiendo que tal cosa exista y pueda escribirse (aún) con mayúscula. En todo caso, sobre la guerra se sigue escribiendo y publicando. De entre los últimos libros que la tienen como objeto, selecciono tres muy diferentes. De una muy lejana trata La guerra de Espartaco (Edhasa), en el que el historiador Barry Strauss narra detallada y contextualmente la larga campaña de aquel héroe de todos los revolucionarios que en el mundo han sido, y sobre la que el escritor comunista (durante un tiempo) Howard Fast escribió una novela que llevó al cine Kubrick hace ahora medio siglo. En Peor que la guerra (Taurus), Daniel Goldhagen examina exhaustivamente el eliminacionismo implícito en todos los conflictos bélicos, pero que alcanza su más explicita formulación en las políticas genocidas (étnicas, religiosas, de clase) llevadas a cabo dentro y fuera de ellos. En Un terrible amor por la guerra (Sexto Piso), el junguiano James Hillman retoma la tradición filosófica (Heráclito, Hobbes, Kant) que la considera inherente a la naturaleza humana ("en los 5.600 años de historia escrita se han registrado 14.600 guerras", calcula sorprendentemente), la estudia como "impulso arquetípico", analiza su papel en las religiones monoteístas y sugiere la pasión estética como método para encauzarla. Según Hillman, Marte, el dios más venerado, preside nuestro altar más profundo. Sólo precisa un pretexto para manifestarse. Aunque sea mentira.

Prescindibles

Jamás hay que prohibir un libro, lo que no quiere decir que no proliferen los prescindibles. Incluso en todo Gran Escritor (permítanme las mayúsculas) existe la tentación de publicar hasta sus redacciones del colegio. A veces no es su culpa, sino la de sus editores, que le convencen para que les "dé algo" entre obras "importantes" o en épocas de sequía. Son libros, en general, poco relevantes para los lectores, pero a los que sacan jugo y nota a pie de página "especialistas" y profesores. A mí suelen irritarme y, tras la correspondiente criba, los incluyo en la caja de los desechables o los utilizo para el particular bookcrossing que practico en mi barrio, "olvidándolos" cuidadosamente sobre las papeleras o en los parabrisas de los coches aparcados. Un ejemplo ilustre puede ser Yo no vengo a decir un discurso (Mondadori), una inútil recopilación de parlamentos y pregones pronunciados por García Márquez a lo largo de su vida y que su editor considera "complemento indispensable a una obra que nos seguirá hablando en un largo porvenir": vaya por Dios. Salvo para fetichistas del autor a los que les sobren los 15,90 euros que cuesta (154 páginas, cuerpo grande, doble interlineado), el último libro del maestro de El amor en los tiempos del cólera (1985) es una auténtica bobería. No creo que a don Gabo le falte dinero para el turrón y el champán navideño, pero a juzgar por esta publicación apresurada podría parecerlo. Otro ejemplo más discutible es La tercera mañana, de Edgardo Cozarinsky (Tusquets), que me leí de una sentada persuadido por una recomendación en la faja publicitaria de mi admirado Alberto Manguel ("uno de los autores fundamentales de la literatura castellana de hoy") y por una atractiva cubierta con foto del artista albanoamericano Gjon Mili. Bueno, una demostración más de que no hay que hacer demasiado caso a los que escribimos sobre libros. Y, en serio, menos mal que el grueso de la literatura "castellana" (de aquí y de allá) avanza por otros derroteros. Directo al bookcrossing.

Ilustración de Max
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