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Columna
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Lo complicado

En una entrevista del programa Para todos La 2, Fernando Savater acertó a señalar uno de los malentendidos más persistentes de nuestros días. Vino a decir que la diferencia entre la autoayuda y la filosofía es que sirven para lo contrario. La primera pretende ofrecer recetas sencillas, soluciones asequibles, mientras que la segunda trata de complicarte la vida, aumentar su complejidad. Creo que la misma conclusión puede servir para valorar un programa de televisión. Si se mete en líos, si es incómodo, es que tiene ambición.

Jordi Évole debutó como un deslenguado aguafiestas, con raro don de la impertinencia. Su programa Salvados, en La Sexta, corría el peligro de convertirse en un asalto incruento, un poco a la manera en que derivó el Caiga quien caiga desde preguntarle a un ministro por un asunto espinoso, hasta bromear sobre cualquier chorrada con un famoso ocasional. De disparar con pólvora a lanzar petarditos. Por eso, cuando su programa se tira al barro, adquiere cualidades, eligiendo asuntos donde hasta el comentario más insulso puede provocar un terremoto.

En la última emisión sentó en un banco del parque, y no en un banquillo, a Jesús Eguiguren, presidente de los socialistas vascos, y dejó caer preguntas felices en su sencillez, motivando con la falta de pretensiones una buena conversación; solo sobraba la música de fondo. Así pudimos conocer un poco mejor a ese político que para muchos pilota las negociaciones para el final del terrorismo y para otros es poco menos que un blasfemo en Tierra Santa. Eguiguren, que reivindica con orgullo la autoridad vasca para encarar el problema, que es capaz de defender al líder del PP Basagoiti frente a cualquier mindundi (la palabra es suya) que opina por armar ruido sin conocimiento cercano, se mostró desconfiado, algo amargo, pero ambicioso. Se atrevió a proponer un escenario sin violencia, una Navidad nueva. Habló de Otegi y de Josu Ternera sin envolverse en una ristra de ajos ni eludir su culpa. Para los que no sabemos nada son programas utilísimos, añaden esquinas a la mesa de billar. Luego llegan las desautorizaciones y los gritos de indignación, es decir, la política de lo fácil, la autoayuda. Lo complicado es más creíble y puede que más útil.

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