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Verano húmedo

TOWANDA

La noche me llevó al Towanda. Fui del brazo de un músico, poeta y cantante que además era bibliotecario. Nos teníamos muy vistos pero no teníamos mucho que decirnos. A mí la música me había abandonado unos veinte años atrás sin poder decir cómo ni por qué. Esa noche llegamos al acuerdo tácito de acompañarnos el uno al otro sin tener que contarnos nuestra vida. Aunque nuestros objetivos eran bien distintos, íbamos de un bar a otro como si fuésemos plaquetas que van a taponar una herida. La noche nos arrastraba.

Empezaba a sentirme cansada y demasiado borracha. Mi amigo tampoco ligaba nada y a cada cosa que yo decía, él respondía "¡Chica, cómo eres!". De repente vi a un hombre guapo a mi lado y le dije que me recordaba a Paul Auster. Él puso cara de interrogante y me dijo que no sabía quién era ese, pero que sabía quién era yo, que me conocía del barrio. De ahí a su casa, que estaba muy cerca de la mía. Era un piso antiguo. El váter estaba lejos de la habitación. Tiré de la cadena pero no cayó ni una gota de agua. Polóster no pareció sorprenderse cuando me vio subida a la tapa del váter intentando llegar a la palanqueta de la cisterna. Dijo que estaba rota. Me ayudó a bajar cogiéndome de la cintura y vació un cubo de agua sobre la meada que él acababa de echar sobre mi meada.

La habitación estaba llena de discos y había una guitarra acústica apoyada contra la pared. La cama era grande y la manta suave. El polvo no fue memorable, o quizás sí, más memorable para mí seguramente, porque yo era una amante lánguida y mórbida, según él. Me emocioné secretamente cuando me cruzó sobre su regazo y empezó a palmear un ritmo africano o caribeño sobre mi culo desnudo. Sonaba en el CD un cantante angoleño que yo, por supuesto, no había oído en mi vida. Ya era de día. Desde su ventana se veía una de las ventanas de mi casa. Y sin hablar demasiado supimos que habíamos coincidido en muchos sitios, incluso en una boda, y que su madre y mi madre habían ido juntas a las Escolapias. Nos besábamos y nos mirábamos a los ojos al mismo tiempo.

-Cásate conmigo -le dije cuando le oí suspirar como alguien a quien quise con locura.

-Ya estuve casado una vez -dijo él con tristeza, a punto de caer dormido.

Me vestí despacio. Era tarde para irse y tarde para quedarse. Saqué del aparato de música el disco del angoleño y me lo metí en el bolsillo interior del abrigo. Me senté al borde de su cama y encendí la pava de un cigarrillo. Las piernas me flojeaban. Cuando me entró la tos de todas las mañanas, me puse el abrigo asegurándome de que no me dejaba nada. Aunque todo anunciaba que venía en camino, la música no iba a volver a mi vida de la noche a la mañana.

Ilustración de verano húmedo
Ilustración de verano húmedoLAURA PÉREZ VERNETTI

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