_
_
_
_
verano húmedo

Galope

Carreras en Sanlúcar. Carreras de caballos en la playa, al atardecer, con la marea ya recogida como una estera plateada, cuando el cielo se tiñe de coral y oro y la luz reverbera como una degollina en la arena de color tabaco. Las barcas dormitaban en la bajamar. Al fondo, el coto de Doñana empezaba a sumergirse en sombras todavía livianas, movedizas. A lo largo del arenal, familias enteras merendaban sandía y gaseosa. Bajo la carpa de la Sociedad de Carreras de Caballos, muchachas de organdí y Opium y muchachos de polo Lacoste hacían sus apuestas y bebían manzanilla dorada y muy fría. Aún no había empezado la cuarta carrera.

Yo te dije: Vamos a las dunas.

A las dunas de la playa de Las Piletas, donde los caballos, ya cumplida la carrera, se dejan llevar por la inercia final del galope, íbamos cuando no se podía ir a ninguna otra parte. Allí amábamos. En las dunas, entre retamas y jaramagos, sigue habiendo pequeñas hondonadas en las que tumbarse, en las que esconderse.

La arena de las dunas, limpia y de color vainilla, estaba tibia y olía a sábanas secadas al sol

Tú me dijiste: Nos van a ver.

Vibraba, en la distancia, un rumor de gentío feliz. La arena de las dunas, limpia y de color vainilla, estaba tibia y olía a sábanas secadas al sol. Por megafonía anunciaron los participantes en la cuarta carrera: con el número 1, Espartaco, montado por la señorita Osborne; con el número 2, Monalisa, montada por el señor Domecq; con el número 3, Berenjeno, montado por la señorita Otaolaurruchi...

Yo te dije: Con el número 69, tú, mi vida, montado por menda lerenda.

Sonó la campana que ordenaba la salida de los caballos desde el otro extremo de la playa, en Bajoguía, frente a la desembocadura del Guadalquivir. Tú dijiste: Vamos a dejarlo, hay gente por aquí, estate quieto. Empezó a crecer como una tormenta lejana el rumor del gentío, el galope de los caballos camino de la meta. Yo te dije: Cállate, coño, todos vienen a lo mismo. En el cielo púrpura y anaranjado rebotaban ya, como golpes de pecho, los zarpazos rítmicos de los cascos de los caballos contra la arena mojada. Tú dijiste: No estoy cómodo, me haces daño, no seas bruto. El galope se acercaba, se inflamaba, ceñía la curva que ha hecho el mar a la altura de la Calzada del Ejército. Yo te dije: Relájate, mi vida, no te muevas tanto. El galope era ya un batallón de artillería a nuestras puertas, quemaba como un volcán, se tragaba la playa entera, se tragaba el cielo amoratado, las barcas, el coto, el gentío, el jeep de la Guardia Civil, los guardias civiles a pie, a caballo, se tragaba el mundo. El galope estaba a punto de engullirnos. Tú dijiste: Termina, por dios, termina. Yo te dije: Ahora muévete un poco, mi amor, muévete, venga, vamos, ya llegan, ya están aquí, los caballos, los cascos, la gente, los gritos, más, vamos, ya, la campana, venga, venga, va a sonar la campana, bravo, bien, suena la campana, el ganador, el caballo, el jinete, nosotros, tú, mi vida, bien, bien, bien, bien. Bien...

Tú dijiste: ¡Wow!

LAURA PÉREZ VERNETTI

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_