El último 'rocker'
Chris Isaak apareció en 1985, como salido de otro tiempo, con su nariz rota de ex boxeador aficionado, su tupé impecable y un disco, Silvertone, lleno de canciones sobre corazones rotos. Era demasiado perfecto: la voz de Roy Orbison en el cuerpo de Elvis. Lo tenía todo para convertirse en un ídolo de masas. Daba la impresión de que si conseguía un éxito su futuro era imparable. Pero no llegaba. En 1989, su tercer álbum permanecía ignorado en las tiendas, y su discográfica estaba a punto de darle la patada, cuando David Lynch rescató una de las canciones, Wicked game, y la usó de tema central en Corazón salvaje. Fue un éxito mundial e Isaak se convirtió en una estrella. Durante cinco años vivió de aquello. En 1990, People le incluía en la lista de las 50 personas más guapas del mundo. Su físico le abrió las puertas de Hollywood con papeles secundarios en películas como El pequeño Buda de Bertolucci, y continuó publicando álbumes sin conseguir nunca repetir aquel éxito. El resultado fue que su fama, y su carrera, fueron languideciendo, hasta que pareció desvanecerse. En Estados Unidos tuvo un programa de televisión y nunca dejó de publicar y girar. Pero, ahora, con 55 años, vive una segunda edad dorada. La prueba es esta gira española de ocho fechas que el martes le lleva al Palacio de Congresos de Madrid.
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