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Columna
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Empresas

Debido al escaso éxito obtenido por mis reiterados intentos de explicar que el elevado nivel de paro en España es, sobre todo, la consecuencia natural de una determinada forma de producir y competir en el mercado de bienes y servicios, y no tanto el fruto de un inadecuado funcionamiento del mercado de trabajo, me confieso totalmente incapacitado para continuar con una discusión que en mi opinión no conduce a meta alguna. No obstante lo cual, nadie me negará el derecho a exponer algunos de los elementos, ajenos al mercado laboral, que considero esenciales para explicar nuestro bajo nivel de ocupación, incluso en periodos de fuerte crecimiento económico.

Para empezar, recuerdo que el estudio Doing Business realizado por el Banco Mundial, en el que se establece un ranking por países en función de las mayores o menores dificultades administrativas (incluyendo los costes) que supone crear una empresa, sitúa a España, y por inclusión a la Comunidad Valenciana, en el puesto 118, al lado de Zambia. Y la cosa va a peor, puesto que en 2005 estábamos en el 94.

O sea, que mientras los políticos de toda clase y condición proclaman a los cuatro vientos su ferviente admiración por la empresa como pieza clave del desarrollo patrio, han sido incapaces de mover un solo dedo para convertir el acceso a la profesión de empresario en un empeño digno de la mayor consideración social, en lugar de en una aventura llena de barreras y obstáculos casi insalvables.

Parece lógico pensar que si los responsables de la cosa pública no muestran el más mínimo interés en un asunto cuya solución depende únicamente de la coordinación entre las diversas administraciones o la modificación de algunas normativas legales (sin que el déficit público se resienta lo más mínimo por ello) imagínense lo que puede esperarse de ellos en asuntos de más enjundia y de mayor coste presupuestario.

El problema se agrava aún más si hablamos de los jóvenes emprendedores. Esos mismos que, armados de talento pero sin un euro en el bolsillo, se han visto obligados, año tras año, a emigrar a otros países, ante la clamorosa ausencia de financiación (bajo la fórmula de capital-riesgo y similares), mientras nuestras cajas de ahorro invertían fortunas en ruinosos parques temáticos o pugnaban por conceder generosos créditos a promotores advenedizos.

Hay otras muchas cosas que debieron haberse planteado y resuelto hace ya años para mejorar la productividad y la salud de nuestras empresas, como el aprendizaje del inglés desde la más tierna infancia, el conocimiento de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones o el diseño de un sistema de formación profesional realmente eficaz, a medida de sus necesidades reales. Pero no se hace porque, al parecer, aquí lo único que importa a las empresas es la excesiva rigidez del mercado de trabajo. Pues ya les aviso: el mercado de trabajo se reformará, pero nuestras empresas seguirán teniendo los mismos problemas que tienen ahora, porque, se diga lo que se diga en público, aquí nadie se preocupa realmente por ellas.

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