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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hitler y otras sabandijas

Dos funciones en el Lliure. La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht, por el Berliner Ensemble: un latazo y un gran actor, Martin Wutke. American Buffalo, de David Mamet: victoria por goleada del equipo local

Marcos Ordóñez

1 No había visto ningún montaje de La resistible ascensión de Arturo Ui, de Brecht. Se me escapó el de Gómez, en el Lara, en 1975, y luego no ha habido reposiciones, que yo sepa, así que me fui al Lliure para ver la exhumación del espectáculo que Heiner Müller hizo en el Berliner hace 15 años. Ahora comprendo por qué no se ha hecho más: es un latazo de pronóstico reservado. Brecht escribe la obra, con Margaret Steffin, en Finlandia, en 1941, o sea, en plena guerra. Su objetivo es muy simple: presentar a Hitler como un gánster y un payaso. La historia transcurre en el Chicago de los años veinte. Arturo Ui, jefe de banda, es Hitler; sus lugartenientes Giri y Givola son trasuntos de Goering y Goebbels; Dogborough, líder político corrupto, es Hindenburg, etcétera. Sobre el papel, un buen punto de partida. Luego le echa un poco de Fausto, un poco de Ricardo III y se va a Estados Unidos. Quiere estrenarla allí, pero no lo consigue. A medida que avanza la guerra, a Hitler se le queda corta la etiqueta de gánster. Y el "Trust de la coliflor" tampoco sirve para explicar los mecanismos del nazismo. Luego llegan las noticias del Holocausto y Brecht echa definitivamente la obra al cajón (cosa rara en él, que lo aprovechaba todo). Arturo Ui es tan trivial como pelmaza: la información sustituye a la acción dramática. Ahora el incendio del Reichstag, ahora la Noche de los Cuchillos Largos, ahora la anexión de Austria, todo en clave de cachiporra. Los Python se hubieran ventilado este material en un sketch fulminante. Müller también alarga lo suyo. Hay una canción pop, puente entre escenas, que se repite una docena de veces. O una tirada operística que no viene a nada. Siempre me sorprende la inmensa paciencia del público de teatro, sobre todo si el teatro viene de fuera: tragan con meandros y repeticiones que no soportarían en un libro o una película. La mejor escena de la obra es el adiestramiento del joven Arturo por un viejo cómico que le enseña a hablar, a moverse y a dar discursos. El público, que al fin tiene un poco de carne humana que mascar, se abalanza sobre ella y todos reímos, pero Müller la hace durar casi quince minutos, y así todo. La resistible ascensión de Arturo Ui sólo sirve para que un actor-atleta se luzca. Éste es el caso de Martin Wutke, que entra como perro rabioso y va componiendo poco a poco (la voz nasal y chirriante; los gestos descoyuntados) a la Bestia. Al final le sale una mezcla entre Chuky, el muñeco maligno, y Jerry Lewis, que ya imitó a Hitler en ¿Dónde está el frente? Desde luego que Wutke es un superdotado y la compañía está muy bien, pero no hay quien resista una entrada de clown que dura tres horas. El Departamento de Comparaciones Odiosas nos informa de que el mismo año en que Brecht & Steffin escriben Arturo Ui, la razón social Lubitsch & Lengyel & Mayer concibe To Be or Not To Be, la pintura definitiva de Hitler y sus secuaces como fantoches sangrientos. Y, de paso, una absoluta obra maestra.

2 Extrañas simetrías: en la sala pequeña del Lliure ponen American Buffalo, que también va de granujas mediocres, también pasa en Chicago, y también contiene un Hitler: Teach, ratero psicópata y paranoico. Julio Manrique, su director, ha entendido muy bien que ése es el personaje más brillante pero no es el protagonista: la función de Mamet es la historia de un padre suplente que traiciona a su hijo adoptivo. O dicho de otra manera: Donny, un Otelo de barrio bajo, intenta inculcar principios morales a Bobby, su joven protegido, pero a) los traiciona a todos por culpa de Yago/Teach, b) está a punto de perder al chico que ama y c) acaba aprendiendo la lección. Mamet la escribió en 1974 y es una obra tan empapada de la atmósfera corrupta de la era Nixon como El cuervo de Clouzot emblematizó la Ocupación: aquí las grandes palabras están al servicio de las peores bajezas, y la incompetencia delictiva de estos tres pringados corre pareja a la de los fontaneros del Watergate. American Buffalo no tiene una trama tan ceñida como la de Glengarry Glen Ross, pero exhala el mismo aroma desesperado y nihilista de las grandes historias del cine americano de los setenta, con The Nickel Ride o The Friends of Eddie Coyle a la cabeza. Manrique la ha dirigido esplendorosamente, apoyado en una vivísima traducción catalana de Cristina Genebat, en la inmejorable chamarilería, detallista hasta el agobio, de Lluc Castells, y, por supuesto, en tres notables interpretaciones. Bob es el casi debutante Pol López, aplomadísimo y conmovedor. Teach es Marc Rodríguez en su mejor trabajo hasta hoy, muy en la línea turulata de Francesc Garrido y con toques de Jason Alexander, el George Constanza de Seinfeld: sólo le falta, para redondear su personaje, un poco más de furia (física, pero sobre todo verbal) en su embestida última. Donny es Ivan Benet, mejor a cada nuevo papel, y éste es todo un envite: poquísimas palabras y muchas emociones secretas. Para expresar su vergüenza y su arrepentimiento final, Manrique le ha inventado una acción fantástica, puro Kazan, puro western: para proteger a Bob de la lluvia coloca sobre su cabeza el Stetson blanco que le había negado a Teach y salen juntos a la calle desierta, como Ben Johnson y Timothy Bottoms en The Last Picture Show, otra película desesperada de la era Nixon. El único problema de Benet y Rodríguez es su juventud: a Donny y Teach les falta más edad, más derrota, pero lo compensan con proximidad real: todos hemos visto a tipejos así en tiendas de discos de Antón Martín o en tugurios del Chino. Manrique controla los galopes y las escenas más difíciles, cuando la calma precede a la tormenta, y su dirección no deja nada al azar, desde el Ring of Fire de Johnny Cash que abre la velada hasta gags tan sutiles y astutos como la utilización del tango Cambalache, que marca el paso entre actos, y que Donny, para redondear la metáfora, extrae de un disco con la portada de Imagination. Corran a reservar entradas, porque el aforo está a reventar.

American Buffalo, de David Mamet. Dirección de Julio Manrique. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 14 de febrero. www.teatrelliure.com.

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