El pernicioso virus de la fama
Cualquiera puede ser una 'celebrity' ahora y, tras lograrlo, crear opinión
En la última década y gracias al efecto internet, es posible convertirse en cuestión de horas en una celebrity mundial. El caso más reciente ha sido el de Susan Boyle, esa cenicienta británica que tras aparecer en un concurso de talentos consiguió instantáneamente la fama por cantar como los ángeles pese a ser de procedencia humilde y bastante fea.
La proliferación de reality shows, que se apoyan precisamente en la premisa de que cualquiera puede aspirar a ser famoso simplemente por salir en la tele, con la inestimable ayuda propagandística que a todo ello le han dado instrumentos como YouTube o Facebook, ha convertido la quimera de la fama en una posibilidad aparentemente más real que antaño. Pero, ¿por qué ahora todo el planeta aspira a ser famoso por el simple hecho de serlo? ¿hasta qué punto es consecuencia del culto que durante años se le ha rendido a actores y cantantes, cuyas débiles voces han sustituido a las de sólidos intelectuales en el papel de agitadores de conciencias?
Bono escribe en 'The New York Times' y Angelina Jolie ejerce de diplomática
Susan Boyle encarna el prototipo de la famosa que triunfa gracias a YouTube
Dos libros publicados recientemente en el Reino Unido exploran el fenómeno desde dos puntos de vista opuestos. Celebrity: how entertainers took over the world and why we need and exit strategy, de la periodista Marina Hyde -que escribe una columna semanal sobre famosos en The Guardian y otra parodiando el tema-, analiza y destroza la apropiación que gente del espectáculo como Madonna o Sharon Stone han hecho de conceptos como la cábala o causas justas como la independencia del Tíbet.
Es un libro despiadado, en el que se condena esta nueva cultura que ha convertido a personajes como Bono en columnista de The New York Times y a actrices como Angelina Jolie en miembro del Council of Foreign Relations de Estados Unidos.
El otro libro, God Bless America, misadventures of a big mouth brit, está escrito precisamente por un personaje, Piers Morgan, que encarna perfectamente la distorsión que ha vivido el mundo de los famosos en la última década. Se trata de un periodista que se entregó a la prensa rosa en los años noventa dirigiendo el tabloide News of the World y después el Daily Mirror. Hoy es mundialmente famoso por ser uno de los jueces de Britain Got Talent (donde se descubrió a Susan Boyle) y antes triunfó en Estados Unidos al ganar el reality show The celebrity apprentice. Pocos famosos simbolizan tan bien como él los perniciosos efectos del culto a la celebridad. Piers la impulsó desde la dirección de News of The World y desde el Daily Mirror invadiendo agresivamente la vida privada de los famosos -con éxito: disparó las ventas- y después explotó brillantemente los efectos (económicos) de ser un famoso en sí mismo. Ahora además saca aún más partido con un libro que relata sus experiencias en Estados Unidos, un país al que acusa de estar entregado al mundo de las celebridades mientras él no deja de citar nombres de famosos amigos en el texto.
Quizá sea un buen momento para retomar reflexiones que el intelectual Christopher Lasch puso sobre la mesa en 1979 en su libro La cultura del narcisismo, en el que ya entonces definía con esas palabras a la cultura estadounidense. Esa enfermedad hoy no parece tener fronteras y hasta se ha llegado a medir.
Según un estudio del Journal of Research in Personality, que ha analizado el grado de narcisismo de todo tipo de famosos, el caso más grave es el de los que participan en reality shows: sus niveles de vanidad y autosuficiencia superan con creces a los de los famosos tradicionales. La proliferación de este tipo de programas indica que el virus va en aumento.
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