Calor de madera en un refugio andorrano
HOTEL RUTLLAN, ambiente centroeuropeo para disfrutar del esquí
Las intensas nevadas de este invierno animan a muchos esquiadores a disfrutar de su semana blanca en Andorra, donde el gorro de la crisis nos mantiene a todos calentitos con sonadas rebajas. En La Massana, frente a la estación base de la telecabina de Pal-Arinsal, el hotel Rutllan regala para marzo el forfait de Vallnord por un fin de semana en media pensión al precio de 160 euros. Y no sólo eso. También 500 metros cuadrados de spa, con piscina termolúdica y gimnasio apresquí, habitaciones dúplex para familias de seis miembros, wi-fi gratuita en todas las instalaciones, mucho calor de madera en las paredes y un trato familiar que nos devuelve al origen de este establecimiento con ribetes alpinos, inaugurado en 1970, al término de aquellos años prósperos de matute transfronterizo entre la España autárquica y el paraíso fiscal andorrano.
HOTEL RUTLLAN
PUNTUACIÓN: 6
Categoría: 4 estrellas. Dirección: avenida del Ravell, 3. AD-400. La Massana (Andorra). Teléfono: 0037 683 50 00. Fax: 0037 683 51 80. 'Web': www.hotelrutllan.com. Instalaciones: garaje, jardín, piscina exterior, spa con gimnasio, 3 salas de reuniones (120 personas), salón con chimenea, bar, comedor, guardaesquís, guardabicicletas. Habitaciones: 74 dobles, 14 triples y 8 dúplex. Servicios: no hay facilidades para discapacitados, admite perros previa consulta, alquiler de bicicletas. Precios: entre 70 y 125 euros + 4% ISI por persona (media pensión). Desde 55 (con desayuno), en temporada baja.
Redecorado en 2001 con mayor abundancia de floripondios tiroleses, el lugar engancha especialmente a la clientela británica, gracias al ambiente invernal del bar y el salón extendido a su alrededor, entre inscripciones montañeras labradas en los pilares y sofás mullidos donde dar rienda suelta al anecdotario de una jornada en pistas. Los pasillos de acceso a las plantas superiores son, por el contrario, oscuros y ajenos a la iconografía montañera del lugar.
Las habitaciones nos devuelven al tipismo pirenaico con su derroche de madera olorosa y una insonorización benevolente con el tráfico denso que en horas de afluencia hacia las pistas se manifiesta en la carretera frente a la cual se orientan. Salvo por sus vistas, no cabe aquí recomendar encarecidamente los dormitorios traseros. Todos ofrecen silencio y confort, sin escatimar detalles de acogida y buen funcionamiento. Falta sitio, eso sí, para guardar los kilos de equipaje que suele arrastrar el esquiador, así como un asiento más repanchingable que el diminuto sillón aterciopelado y la silla de trabajo que llena el espacio sobrante en la estancia. El cuarto de baño desmerece, no por su limpieza y la brillantez del mármol, sino por la floja cadencia del agua en la ducha, la nula ventilación de la pieza y el escaso surtido cosmético, habitual ya en muchos hoteles de menor categoría.
La fachada sureste colinda con una pradera luminosa de césped bien rasurado y una piscina descubierta que hace las delicias de las familias en verano. Aunque, con la llegada del buen tiempo, los balcones se engalanan de flores que anuncian el reemplazo de la clientela esquiadora por otra de carácter más local aficionada al excursionismo de montaña.
Andorra, que ya no es sólo el paraíso de las compras, mantiene con indisimulado orgullo el cartel turístico de "abierto todo el año".
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