"Quise apretar y no pude"
Cal acaba reventado en C-1 500 y repite plata tras el ruso Opalev
El esfuerzo de David Cal durante los últimos cuatro años, las penurias en el embalse salmantino de Saucelle, un lugar precioso para pasear, pero duro para vivir, le alcanzó ayer para colgarse del cuello su cuarta medalla en su cuarta final olímpica, esta vez en canoa en la distancia de 500 metros. Llegaba a Pekín para sumar dos oros porque los tiempos en los entrenamientos le daban para soñar. Pero, si hace cuatro años sacaba canoa y media a sus rivales, ahora ha tenido que pelear palada a palada y les ha visto la espalda en las dos regatas, la de 1.000 metros, que ganó el húngaro Vajda el viernes y la de ayer, en la que se impuso el ruso Opalev. Pese a todo, ha sido el único canoísta en Pekín que ha repetido en el podio.
A Maxim Opalev, "un amigo y un gran campeón", según le definió el español, seguramente el deporte le debía una porque había ganado Mundiales y Europeos en 200, 500 y 1.000 metros desde 1997, pero sólo fue plata en Sidney en 500 y bronce en Atenas en la misma categoría. Según Suso Morlán, entrenador de Cal, "si alguien merecía ganar esta medalla era él, le faltaba ese caramelo".
Cal terminó la regata mucho más contento que el viernes, pero reventado. La tolerancia al lactato del cuerpo del gallego llegó al límite en los últimos 100 metros de la prueba, cuando trataba de acelerar para coger al ruso. "Me está subiendo todo, me mareo", dijo Cal, tambaleándose, pocos minutos después de bajarse de la canoa, cuando tuvo que ser asistido por el médico. La organización ni se inmutó pese a que su tez blanquecina y sus ojos idos avisaban de que algo iba mal y ni siquiera atendió el consejo del médico, que pedía tiempo para que se recuperara del esfuerzo antes de la entrega de medallas. Así que, mientas Opalev, Cal y el ucranio Cheban escuchaban el himno ruso en honor del ganador, el palista español, que parecía que se iba a caer de un momento a otro, vomitó tras el podio.
La de ayer fue una carrera de las que le gustan a Cal. Sin viento y rápida, la cadencia de paleo fue la propia de una victoria porque el tiempo así lo dice. "1m 48s es un buen resultado. He ido por delante de Opalev y un rato le he tenido controlado, pero al final, cuando me ha pasado, he intentado forzar y se me han agarrotado los antebrazos", dijo. Por una vez, dio síntomas de debilidad: "Quise apretar y no pude. Pero estoy contento. Vine a por dos oros, pero me han ganado dos grandes campeones. No se ganan cada día dos medallas", razonó el gallego. "Cuando ganamos, no nos gustan las disculpas del que queda segundo, así que no vamos a ponerlas cuando nos ganan los demás", añadió su entrenador, que sólo se separó de la pala para hacerse una foto con Cal y las dos medallas. "En Atenas me la robaron. Y el barco, también", explicó risueño el técnico.
Cal se enteró de la victoria de sus compañeros Carlos Pérez y Saúl Craviotto durante la rueda de prensa mientras engullía un plátano tras otro para recuperar las constantes vitales que el ácido láctico le había robado. Para entonces, Cal ya era una enorme sonrisa. "Lo de las medallas está muy bien, pero no sé si me alegra más saber que me voy de vacaciones", dijo. "Nos queremos mucho, pero hemos trabajado tanto que no nos soportamos", bromeó Morlán. Hasta el 7 de enero de 2009, Londres 2012 no existe. Cal tiene cuatro meses para disfrutar de todo lo que se ha privado en los cuatro últimos años. Ahora, cuando suene el teléfono, podrá ya decir que sí a sus amigos.
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