LA RUTA MÁS TONTA DEL MUNDO
CUANDO en 1926 le preguntaron al actor Will Rogers cuál era su principal función como alcalde de Beverly Hills, él respondió: Decirle a los turistas dónde está Pick¬fair [el palacete donde residían Mary Pickford y Douglas Fairbanks]. Más de ochenta años después, las cosas no han cambiado demasiado. ¿Pasaremos por la casa de Stallone?, insiste una turista hawaiana con forma de albondiguilla que nos está dando el viaje con sus problemas vitales: coge un avión de vuelta a su isla en tres horas y, claro, no puede volver a casa sin haber sacado una foto de la casa de Rocky. Pero si es la casa más fea de todas, comenta Linda Welton horas más tarde. Ella junto con Shae Lyons llevan más de una década apostados en la misma esquina de Beverly Hills vendiendo mapas de la zona con las casas más populares. Desde la mansión Playboy al festival de la azalea de Robert de Niro, pasando por la descomunal mansión de Jim Carrey o la extrañamente humilde morada de J.Lo, claro, aún es Jenny la del barrio. La gente se toma esto a cachondeo, nos comenta el escritor y periodista Steven Schochet, quien ha publicado varios libros sobre mitología de Hollywood y presenta cada semana un programa de radio en Los Ángeles especializado en curiosidades de la ciudad. Pero la verdad es que estos mapas a veces cumplen una función vital. Mira, un día, Lee Marvin iba tan borracho que no encontraba su casa, así que se fue a comprar un mapa con las direcciones de las estrellas para ubicar su mansión. El problema es que era tan nueva que no estaba aún en el mapa.
Salimos hace más de una hora de Holly¬wood Boulevard, enfrente del Teatro Chino. Miguel, el orondo touroperador, nos vendió una entrada de niño pero luego trató de colarnos una gorra de los Lakers para protegernos del sofocante sol por 40 dólares. Hoy día, poco queda del Hollywood Boulevard que era la jungla para los Guns NRoses. Lo más peligroso que te puede suceder hoy es que te subas a un bus para ver las casas de las estrellas, te vendan una gorra falsa de los Lakers y el conductor te recuerde que debes darle una propina superior a lo que te ha costado el tour. Es uno más de los muchos que cada 20 minutos más o menos salen de la celebérrima avenida transportando a turistas, en el sentido más despectivo del término, con el fin de que puedan ver de cerca todo lo que en la vida jamás podrán tocar. Vivimos en la época en la que el público ha decidido finalmente que los famosos son propiedad suya. Esto lo confirma la preocupante proliferación de puestos de venta de mapas de casas de estrellas a dos dólares, los tours guiados e incluso las publicaciones como The celebrity black book, una edición en la que se encuentran 40.000 direcciones de contacto de personajes más o menos conocidos. Un usuario de Amazon define este libro como muy útil.
Estos tours son, probablemente, lo más kitsch de Los Ángeles y, claro, de lo más exitoso, recuerda Amy Balfour, autora de la última guía de la ciudad que ha publicado Lonely Planet. Hay mucha gente que viene a esta ciudad sólo para ver si encuentra a algún famoso. En la guía incluso hemos debido añadir un apartado con reglas de protocolo para cuando te topes con una estrella.
¡Os lo vais a pasar muy bien!, grita Nick, el conductor canadiense, antes de arrancar el minibús como si fuera el Ferrari de Mijatovic, pasar el primer semáforo en rojo y acelerar colina arriba dirección Mulholland Drive, no sin antes avisar de que estamos a punto de pasar por delante de la casa en la que se rodó la última escena de Pretty woman. Muy útil. La alineación del bus está compuesta por los hawaianos estresados, cuatro supersizemes de San Bernardino, dos rusas que querían ser modelo y al final acabaron.
Tras parar con el fin de fotografiar el ridículo signo de Hollywood y conducir a ras por las colinas donde viven guionistas y demás personajes menores, según nuestro querido Nick, enfilamos Sunset Boulevard, donde se descubre en qué restaurantes les gusta comer a Britney Spears o George Clooney. Muy útil. ¿Veis ese edificio?, inquiere Nick. Ahí vive Lindsay Lohan. ¿Veis esa palmera caída? Ahí ha estrellado su coche media docena de veces. Al llegar a Beverly Hills, Nick empieza a relatar la peculiar idiosincrasia de la ciudad más cara y más segura del planeta. Está prohibido andar por la calle, a menos que seas la criada de alguna mansión. Nosotros tenemos un permiso especial para poder estar en esta esquina y vender mapas. Somos los únicos que podemos estar parados en la calle sin que un policía venga a pedir que nos identifiquemos, recuerda Welton.
En Beverly Hills, además, no puede comprar una parcela cualquier ser humano. Debe ser primero admitido por la comunidad. La oficina postal tiene parking con aparcacoches y, a pesar de la sequía, en cada calle se encuentra una variedad de árbol distinta, no importa su clima originario. Y aquí Nick explica el sofisticado sistema de humidificación subterránea que mantiene todas estas flores y árboles tan rozagantes. No se entiende nada. Nota: la próxima vez que un canadiense pregunte si hablamos inglés, responder no. Toda esta historia de obsesionarse con dónde viven y qué hacen los ricos no es nada nuevo, recuerda Schochet, nuestro cuentacuentos preferido. Las historias sobre intrusos, curiosos y turistas traspasando los límites de lo razonable para ver a su estrella favorita se remontan a los tiempos de Oliver Hardy, quien, por cierto, cada vez que un curioso se asomaba por su verja y él se encontraba en la piscina, le invitaba a un chapuzón.
La historia preferida de este peculiar hombre es la que contiene un ladrón, un taxista y a John Wayne. Al parecer, un tipo fue en taxi hasta la casa del actor con el fin de colarse y hacerle un robado a la estrella (un robado en el sentido pre-Belén Esteban). El actor, que estaba viendo la tele, le redujo y le esposó (nota: ¿qué demonios hacía el hombre tranquilo con unas esposas en casa?). El intruso, desde el suelo, le explicó que había llegado en taxi y que el contador seguía corriendo. Aquello le iba a costar un pico. John salió a pagar al conductor. Como éstas, mil, concluye orgulloso Schochet. Muy útil.
Llegué aquí para ser actor, comenta Nick después del tour pero antes de la propina. Y, al final, lo único que he hecho son pequeños papeles en series y películas. Si ves World Trade Center, me puedes intuir con un traje lleno de polvo saliendo detrás de Nicolas Cage en uno de los lobbies de las antiguas torres. Pero de lo que más orgulloso estoy es de haber sido conserje en Hannah Montana. Yo quería estar cerca de los famosos, y de alguna manera lo he conseguido, aunque me paguen 50 dólares y un bocadillo por estar todo el día esperando y encima me prohíban hablar con los actores que tienen diálogo. Tras un cálculo rápido, nuestro Nick se saca cada par de horas una cantidad 10 veces superior a la que logra haciendo, como Rick Gervais, de extra. Esto es de un posmoderno que asusta: ganar más dinero enseñando las casas de las estrellas de cine que haciendo cine. Es un buen negocio, la verdad, concluye Welton, la vendedora de mapas. Los famosos nos saludan, estamos cerca de ellos y hasta algunos, como Britney, nos compran mapas de vez en cuando.
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