El ataque por bandera
El remozado Zaragoza de Villanova doblega al Atlético, supremo arriba y nefasto atrás
Alto voltaje en La Romareda. En un ejercicio exigente por el intercambio de golpes y las sucesivas transiciones, se impuso el Zaragoza al Atlético, que se esmeró en el ataque, pero padeció horrores en la defensa. Remozado, el Zaragoza encontró en Matuzalem un medio con pase vertical y en Sergio García el extremo que tanto requería. Ambos decidieron el duelo, hasta el final parejo por las gemelas pulsaciones de los dos equipos. Gobernados desde el ataque, el Atlético y el Zaragoza penalizaron sin remisión en los últimos metros, pero pecaron sin ruborizarse en la zaga.
Desgastado el sistema del 4-4-2 con dos medios centro escoltados por sendos volantes, Manolo Villanova, el nuevo técnico del Zaragoza, el cuarto del curso, retorció los esquemas. Irreverente con las características de los jugadores, todos definidos por su juego interior y su repulsa a los costados, optó por reforzar las alas. Lo hizo con un 4-1-4-1, de cuyo dibujo se cayeron Zapater, el medio con mejor despliegue del equipo, y Oliveira, la bota más egocéntrica y definitiva. La apuesta le salió de rechupete. Entre otras razones, porque los jugadores no cejaron tras el primer mazazo y porque el Atlético hace agua en la defensa. No así en la construcción.
ZARAGOZA 2 - ATLÉTICO DE MADRID 1
Zaragoza: César; Diogo, Ayala, Paredes,Juanfran; Luccin; S. García, Gabi, Matuzalem (Zapater, m. 79), Óscar (Celades, m. 81); y D. Milito (Oliveira, m. 83). No utilizados: L. Vallejo; Herrero, Pavón y Generelo.
Atlético: Abbiati; Valera (Pernía, m. 44), Pablo, Perea, Antonio López; Cléber (Miguel, m. 81), Maxi, Raúl García, Simão (Reyes, m. 73); Forlán y Agüero. No utilizados: Falcón; Zé Castro, Camacho y Luis García.
Goles: 0-1. M. 25. Simão, de fuerte disparo desde fuera del área. 1-1. M. 34. Pablo, en propia puerta. 2-1. M. 72. Diego Milito, de penalti.
Árbitro: Ramírez Domínguez. Amonestó a Sergio García, Pablo, Luccin, Juanfran, Perea y Simão.
34.000 espectadores en La Romareda.
Perea y Pablo, descolocados e indolentes, se hartan de soltar patadas
El Atlético es un equipo simplón que en la fase ofensiva no se complica, pero que define de maravilla. La jugada es sencilla, nada barroca. Balón del central a un costado, donde lo recogen los interiores -Maxi y Simão- y diagonal o movimiento desestabilizador de Forlán o Agüero. Uno recibe; el otro traza el desmarque. Si la jugada sale, el punta que ha recibido en el vértice del área decide: se perfila para el disparo, asiste al hueco que se cobra el otro punta o cede el cuero a Raúl García o al volante que merodea por el balcón del área. En una de ésas, Valera encontró a Agüero, que recortó en la frontal y, trastabillado, logró pasar a Simão. Aplicada con acierto la ley de la ventaja, el portugués remató mordido, ajustado al palo y a gol. No fue, sin embargo, un hachazo definitivo para el Zaragoza, hastiado de las medianías, del cambio de cromos en el banquillo y de las estrecheces.
Tan plástico como eficiente, Sergio García capitalizó el ataque del Zaragoza. Desde la banda izquierda, ofreció un recital. Lo mismo le dio desbordar sobre la línea de cal que recortar hacia dentro. Valera luchó contra su sombra hasta que se rompió. Jaleado el Zaragoza por el 9 blanquillo, recuperó ciertos automatismos que le describieron en el ejercicio anterior. No sólo tejió las jugadas con acierto, sino que apretó en posiciones avanzadas con las líneas bien apretujadas. Demasiado trabajo para el Atlético, que tiene dos perlas en el ataque y una rémora en la defensa. Lo que se cobra con el eléctrico Kun y el sublime Forlán lo resta con Perea y Pablo, dos zagueros descolocados e indolentes que se hartan de soltar patadas. A veces, al balón. En ocasiones, al rival. Y en otras, las menos, a la nada. A Pablo le ocurrió dos veces. En la primera se llevó un costalazo y la burla del público. En la segunda se marcó un gol en propia puerta.
Lanzado el Zaragoza, se remitió a las asistencias de Matuzalem y a la picardía de Sergio García. Cuando contactaron, Simão, despistado, picó en la trampa y cometió un penalti. Diego Milito no falló, el Zaragoza recobró el color y el Atlético, desencajado, se echó las manos a la cabeza. Su defensa, no da para más. Al final, sus últimos intentos tropezaron en César.
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