Clones de éxito
Su hábitat natural suelen ser los bares oscuros, humeantes y donde corre la cerveza. Es la idiosincrasia de las llamadas bandas tributo, es decir, grupos que imitan -algunos hasta el más mínimo mechón- a sus ídolos. Los Beatles, los Stones, Deep Purple, hasta Leño, tienen sus propias bandas de replicantes. Pero lo de The Australian Pink Floyd se ha ido de las manos. Desde hace 10 años, este quinteto australiano no clona las canciones del clásico grupo británico en garitos llenos de humo, sino en tugurios de la clase del Albert Royal Hall, de Londres.
Anoche, tras recorrer el mundo varias veces y ganar millones, montaron sus bártulos en un casi lleno Palacio Municipal de Congresos. Allí desmenuzaron el reportorio de Pink Floyd con un montaje escénico que sería la envidia de otra banda de homenaje: luces, pantallas, rayos láser..."Que conste que no nos ponemos delante del espejo para copiar sus movimientos. Nos limitamos a emular la música y el espectáculo. No a imitarlos físicamente", explicaba horas antes del recital Colin Wilson, de 44 años y cantante del grupo.
Salta la vista: Colin y Jason Sawford, los fundadores de estos copiotas no tienen ninguna semejanza con Gilmour y compañía, más bien parecen salidos de una concentración de motoristas: camisas negras, pelo largo, patillas y algún que otro kilo de más.
A las 21.30 aparecía la banda y detrás el clásico muro. Sonó Another brick in the wall. También Money, Hey you o Wish you were here. Con los ojos cerrados era fácil imaginar a los verdaderos y progresivos Pink Floyd, que (salvo la reunión para el concierto solidario Live 8) no actúan desde 1994. Eso sí, faltó ese pellizquito, esa pulsión que sólo los genios originales tienen.
¿Y qué opinan los verdaderos componentes de Pink Floyd de este invento? "Están encantados", reconocía Colin. "Además, les pagamos puntualmente los derechos de sus canciones". Una noche los australianos vieron la cabeza de David Gilmour, líder de la banda clásica, detrás de la puerta de su camerino. "Nos dijo que le encantaba nuestra música y nos tomamos unas cervezas", ríe el grandullón de Jason antes de sentarse en los teclados.
David Gilmour y Roger Waters, los dos cerebros de Pink Floyd, mantienen desde hace años una enemistad abiertamente pública. "No nos atrevimos a preguntarles por qué", confiesa Colin, que por ahora puede respirar tranquilo. Hasta que David y Roger no hagan las paces -cosa más que improbable-, The Australian Pink Floyd tendrán trabajo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.