A por un himno internacional
El Comité Olímpico Español sigue pensando en una nueva letra para el himno de España mientras Kosovo busca uno propio. 'La marsellesa' indica cuál es el camino
E l próximo lunes, Plácido Domingo tenía previsto cantar en Madrid la nueva letra propuesta para el himno nacional español. La seleccionada en el concurso organizado por el Comité Olímpico Español era de una vulgaridad irremediable:
"Viva España,
desde los verdes valles
hasta el ancho mar.
Un himno de hermandad,
etcétera".
Pero, en un país cuyos habitantes no logran ponerse de acuerdo sobre cuántas naciones son, la filtración de este texto anodino ha provocado una oleada de polémica. "Es una completa estupidez", ha dicho un destacado comentarista. ¿Y no debería cantarse también en vasco y catalán? ¿O tal vez en una mezcla de cinco idiomas, como el himno de Suráfrica? En realidad, ¿no sería más prudente que la histórica Marcha real siga siendo un himno sin palabras, como lo es desde que se abandonó el texto aprobado por el general Franco, cuando España inició el camino a la democracia? Conclusión: el miércoles, de repente, el Comité Olímpico Español retiró su propuesta, aunque insistió en que seguirá buscando una letra nueva.
Raro y afortunado es el país que cuenta con un himno aprobado por todos y en una sola lengua
'La internacional' es marcial, sanguinario. Y presenta un heroico "nosotros" que desafía al malvado "ellos"
Mientras tanto, al parecer, en otro rincón de Europa, está trabajando un comité para la selección del himno nacional de Kosovo, dentro de los preparativos para la declaración de independencia que se espera en cuestión de semanas. A la comunidad internacional le gustaría que el nuevo Estado no adoptase exactamente la misma bandera y el mismo himno que la vecina Albania. El antiguo presidente kosovar Ibrahim Rugova intentó escribir un himno de su puño y letra: "Cuando el grito de guerra desciende sobre Kosovo". ¡El grito de guerra! Justo lo que necesitamos. Ahora bien, dado que todavía quedan unos cuantos serbios que viven en Kosovo, ¿no debería estar en serbio parte del nuevo himno? Quizá, en un auténtico espíritu de multiculturalismo radical ("vosotros tenéis vuestra cultura y nosotros la nuestra"), podría incluir una estrofa albanesa que proclame la muerte para sus enemigos (sin especificar, pero claramente serbios) y otra serbia que proclame la muerte para los suyos (también sin especificar, pero claramente albaneses).
La historia de los himnos nacionales es una historia de bochornos. Exhiben a la perfección, como en una radiografía, todos los defectos y las líneas de fractura en el interior de un Estado. En general, cuando una nación no canta su himno, suele ser síntoma de que hay problemas. Tras la muerte y la deshonra de Stalin, la Unión Soviética estuvo una veintena de años sin cantar la letra de su himno, puesto que declaraba (según la pegadiza versión de Paul Robeson): "Y Stalin nuestro líder, con fe en el pueblo, / nos inspiró a construir la tierra que amamos". Alemania Oriental se adelantó a su propia desaparición al prohibir la letra de su himno porque exaltaba "Alemania, la patria unida" (cuando se escribió el texto, en los años cuarenta, se suponía que la patria se uniría bajo el Gobierno comunista). En épocas más recientes, el Tribunal Constitucional de Bosnia declaró inconstitucional el viejo himno nacionalista serbio que había adoptado la llamada República Serbia en el interior del Estado bosnio.
Raro y afortunado es el país que cuenta con un himno aprobado por todos y en una sola lengua, a) que sea melódico, b) que no sea polémico y c) que no sea insustancial. En el premio a la falta de sustancia, esa letra española de tan corta vida tiene serios rivales internacionales. Recuerdo, por ejemplo, el tono absolutamente burlón con el que un joven australiano nos cantó a mi familia y a mí, mientras paseábamos por Sidney, la letra de Adelante, hermosa Australia. Pero seguramente la palma se la llevan las Bahamas:
"Alza tu cabeza al sol naciente, Bahamalandia.
Marcha hacia la gloria con las relucientes banderas ondeando en las alturas.
Mira cómo observa el mundo tu estilo y tu porte".
La verdad es que la primera estrofa de Dios salve a la reina también es bastante vulgar. El himno británico no adquiere fuerza hasta la segunda estrofa:
"Dispersa a sus enemigos
y hazlos caer.
Confunde su política,
frustra sus viles artimañas".
Eso sí que merece el esfuerzo de ponerse a cantar; pero los británicos no tienen costumbre.
Sin embargo, hasta los himnos nacionales más vulgares pueden provocar instantes de emoción colectiva que hacen que a uno se le pongan los pelos de punta. Y mucho más en el caso de los pocos realmente magníficos. Un amigo surafricano me contó en una ocasión lo emocionado que se había sentido la primera vez que vio cantar a un equipo blanco de rugby de su país Nkosi Sikelel' iAfrika. Nunca olvidaré todas las veces que he estado en medio de una muchedumbre polaca con ese mismo sentimiento eléctrico de emoción, cuando la gente a mi alrededor desafiaba al poder opresor cantando la Mazurka Dabrowski. Casi no me atrevo, por lo trágico de las circunstancias, a mencionar a los judíos europeos que cantaban la Hatikvah en la sombra de los campos de exterminio nazis.
Barras y estrellas también es uno de los grandes, pero el mayor de todos es La marsellesa. Existen varios motivos para querer ser francés; quizá el mejor de todos es poder cantar su himno. Cuando uno pregunta "¿qué significa ser una nación?", eso es lo que los filósofos llamarían una definición ostensiva. Todo el mundo conoce la escena de Casablanca en la que el héroe de la Resistencia, Victor Laszlo, ordena a la orquesta del Rick's Bar que toque La marsellesa para ahogar a los alemanes que cantan Wacht am Rhein, y hasta la prostituta del bar se les une sumida en lágrimas.
Hace mucho que estoy convencido de que los guionistas de Casablanca robaron la idea de otra película, en mi opinión todavía mejor: La gran ilusión, de Jean Renoir, filmada cinco años antes. En ella, unos prisioneros de guerra franceses están representando una revista -algunos, vestidos de mujer- delante de los oficiales del campo alemán, cuando uno de los presos interrumpe para decir: "¡Hemos recobrado Douaumont!". La orquesta se apresura a tocar la melodía, las "mujeres" se quitan las pelucas y se ponen firmes, y toda la sala entona Aux armes, citoyens / Formez vos bataillons, mientras miran fijamente a sus guardianes, hasta el trozo en que la letra exige que "la sangre impura" de los invasores riegue los campos de Francia. (Con que este artículo haya servido para animarles a volver a ver esa película, ya habrá servido para más que la mayoría de las columnas).
Los himnos nacionales no son meros símbolos del Estado; en el mejor de los casos, son, además, parte del sistema nervioso de una comunidad política viva. Y, en ese sentido, es impresionante qué pocos himnos lo consiguen. El experimento de Madrid, por lo visto, se ha producido impulsado por los próximos Juegos Olímpicos de Pekín. El movimiento olímpico tiene un himno propio, pero poca gente lo conoce, y la letra es puro algodón de azúcar (quizá sea mejor en el original griego). Lo que los espectadores esperan que suene en los Juegos Olímpicos -para no decir los partidos de fútbol e incluso la guerra- es su himno nacional.
La Unión Europea cuenta con una música magnífica, el Himno a la alegría, de Beethoven, pero no hay una letra oficial. La ONU no tiene himno. El himno extraoficial de protesta We shall overcome tiene cierto prestigio internacional, pero seguramente el himno internacional más logrado de la historia moderna (aparte de los cantos religiosos) es el cántico de todos los partidos comunistas, La internacional. Incluso a quienes odiaban la realidad del comunismo les gustaba cantarlo, a veces. Había versiones emocionantes en muchos idiomas. ¿Y por qué fue La internacional el himno que más se acercó a la altura de los grandes himnos nacionales? Porque es marcial, sanguinario, y presenta un "nosotros" heroico que desafía a un malvado "ellos".
La conclusión es evidente. Para que la comunidad mundial cuente con el himno que merece, necesitamos tener un gran enemigo común. Siento decir que los retos inanimados del tipo del cambio climático, el sida y los meteoros no sirven. Lo que nos hace falta es algún agresor verdaderamente repugnante al que tengamos que hacer frente. Cuando nos invadan los marcianos, el mundo obtendrá su marsellesa. -
www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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