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Columna
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Ser joven

A cualquier edad, ser joven consiste en gozar de una salud aceptable y tener proyectos. No valen de nada esos retos que uno se impone a sí mismo el primero de enero todos los años. Me gustaría saber cuántos de aquellos sesentones que ese día, de buena mañana, se echaron a la calle a hacer footing siguen vivos todavía. Ser joven a cualquier edad consiste en creer que se puede ser héroe sin necesidad de someterse a una dieta de pepitas de calabaza para perder la tripa. Incluso cuando se es muy viejo, uno tiene todavía grandes cosas que hacer; por ejemplo, morirse o, en su defecto, subir al Himalaya. Normalmente, el Everest se escala en una sola ocasión en la vida; en cambio, hay gente pesada que no para de morirse todos los días, una y otra vez. Largarse de este mundo es un gran proyecto que hay que mimar mucho para que salga bien a la primera, pero, mientras no llegue la hora de esa gran escalada, existe la obligación de meterse en charcos y complicarse la existencia si uno quiere estar vivo a cualquier edad. Los atlantes fueron unos héroes mitológicos que con sus propios brazos separaron el cielo de la tierra, lo elevaron a la estratosfera y todavía lo sostienen sobre sus espaldas. Frente a ese mito, la máxima hazaña que puede hoy realizar cualquiera consiste en cargar con el horizonte, como si se tratara de un decorado de teatro, y montarlo un poco más allá, siempre a tres meses de distancia, y ante él representar la obra de su propia vida simulando las más altas pasiones. Por mi parte, tengo la gran aspiración de llegar sano y salvo a la próxima primavera. Si logro alcanzar ese horizonte, lo cargaré de nuevo al hombro para plantarlo en el verano. Frente al decorado de cada estación del año, la vida puede cobrar una intensidad insospechada. De pronto, regar la maceta del geranio o cambiarle el agua al canario adquieren una dimensión planetaria; aporrear el tabique para que el vecino baje la radio redime toda una historia de cobardía; excitarse viendo cómo se desnuda la chica en la ventana de enfrente supone una aventura más fuerte que enamorar a una diva y pasearla de la mano por los templos de Luxor, como un hortera. Basta con pegar la nariz al horizonte para que te conviertas en un joven lleno de hazañas.

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