De fiesta en fiesta
El Atlético vence al Valladolid (4-3) y en el Calderón ya se han visto 33 goles en siete partidos - El Almería impide al Villarreal ser líder por primera vez en su historia - El Espanyol, en Liga de Campeones
El Atlético se ha convertido en el mejor termómetro de una Liga apasionante, de un campeonato sin tregua, cargado de partidos frenéticos, tan irritantes para algunos técnicos puristas y conservadores, como inolvidables para las hinchadas. No habrá militante rojiblanco que olvide lo visto hasta la fecha en el Calderón: 33 goles en los siete partidos disputados. Cada duelo del Atlético garantiza una sucesión de intrigas. Basta rebobinar los tres últimos a orillas del Manzanares: 4-3 ante el Sevilla, 3-4 frente al Villarreal y 4-3 ayer contra el Valladolid. En tres encuentros, los mismos tantos que los conseguidos ayer en el calcio. Un dato significativo que subraya el sello de un torneo y otro. El fútbol español premia a los valientes, y no hay equipo que racanee más de la cuenta. Los modestos se rebelan con argumentos de grandeza. Ahí está el caso del Villarreal, el nuevo Superdepor, al que sólo el vértigo a la cumbre le privó ayer de alcanzar el liderato de la Liga por primera vez en su historia (1-1 ante el Almería). Y el Espanyol, al que el desparpajo de su entrenador, Ernesto Valverde, le ha conducido hasta los puestos de la Liga de Campeones tras vencer en Pamplona (1-2). Al filo de la UEFA transitan el Racing (1-0 al Valencia) y el Mallorca, que ganó en Sevilla una jornada después de haber destemplado al Madrid en Chamartín.
De la gran fiesta del fútbol español se ha borrado Ronaldinho, la gran sonrisa de la Liga hasta hace un par de cursos. Hoy tiene aire de ex futbolista y en nada le beneficia, ni a él ni al Barça, el masajeo permanente de Frank Rijkaard y Joan Laporta. A punto de medirse al Recreativo, el brasileño alegó fatiga crónica, un diagnóstico al que seguramente podían haberse sumado todo el pelotón de suramericanos que también han cruzado el Atlántico en los últimos días. Pero Ronaldinho tiene bula. Le consienten todo en virtud de su simbolismo pasado. Lo cierto es que su presente emborrona su pasado. No tiene disculpa.
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