Fidelidades
Verano, tiempo de reposiciones, se comentaba hace unos días en esta misma columna. La madrugada del sábado, sin ir más lejos, daban en TVE-1 un episodio del teniente Colombo, que en todo este tiempo no ha lavado los lamparones de su camisa ni tampoco ha renovado su raída gabardina. Llevamos toda la vida en compañía de Peter Falk. A veces desaparece por un tiempo, pero no hay nada que temer, antes o después regresa. Puede que el doblador al castellano del actor ya no sea el mismo -el primero era muy bueno, el siguiente, no tanto-, puede que el despistado policía luzca más canas que al inicio de la serie, pero ahí sigue. Precipitadamente podría concluirse que la televisión habla de nosotros, del paso de nuestras vidas. Falso. En realidad habla siempre de sí misma, es esencialmente autorreferencial. El teniente Colombo no nos explica lo que nos pasa, sino lo que le ha pasado a él, cuál ha sido su historia en todos estos años, qué pervive y qué queda arrumbado de su personaje. Perry Mason abandonó la defensa para convertirse en juez, Embrujada perdió el singular para volverse plural, Embrujadas (Cuatro), con un nuevo reparto, pero con la misma magia televisiva.
Incluso la publicidad, más que de nosotros, habla del propio medio. La rivalidad entre Alonso y Hamilton, ¿es real? Poco importa, lo que cuenta es que es televisiva (ayer, en Tele 5 y autonómicas) y como tal puede dar pie a un extraordinario spot de la firma Mercedes en el que los dos corredores se dan codazos para ganar la pole position y ocupar antes su habitación de hotel. Con un punto, incluso, de incorrección política: en la carrera por el pasillo, Hamilton da un traspiés y se va por los suelos, sin que la alusión parezca afectar a sus excelentes prestaciones en los circuitos. Justamente porque la televisión no habla de él, ni de Alonso, ni de nosotros, sino de una gran historia de enfrentamiento que domingo a domingo nos ancla al sillón y que nos acompañará por mucho tiempo, como Perry Mason o Embrujada. Fidelidades que, aunque no las explican, sí forman parte integrante de nuestras vidas de espectadores. Esa es la contradicción insondable.
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