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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Ángel Luis Mejías Jiménez, 'Bienvenida', torero

Era el último de los miembros de la célebre dinastía

El pueblo de Bienvenida, en Badajoz, protagonizó ayer un luto doble. Murió Ángel Luis, el último de los toreros de la dinastía, deslumbrante y única, que paseó tan esperanzador nombre por el planeta. Planeta de Bienvenidas, y hoy de adioses, cuyas figuras, como toreros y como hombres, lo ennoblecieron. Luto doble; por el hombre y por el nombre.

Ángel Luis Mejías Jiménez -Ángel Luis Bienvenida-, fallecido ayer en Madrid a los 82 años, era el cuarto de los cinco hijos toreros que continuaron la estirpe de Manuel Mejías Rapela, al que el célebre cronista José de la Loma, don Modesto, bautizara en los primeros años del siglo XX con el apelativo de El Papa Negro, cuando el vicario taurómaco era Bombita. Todos los hijos de este papa, todos los Bienvenida -desde Manolo y Pepe, los mayores, el inolvidable Antonio o Juan, el benjamín- dejaron, con labores de distinta intensidad y dilación, patente su condición de grandes toreros en el espacio mítico que se reserva para este magisterio. Lidiadores poderosos, ejecutores de suertes variadísimas, banderilleros de excepción, aunaron gracia y verdad en un toreo sabio, profundo y dominador. Este buen hacer trascendió de los ruedos. La casa de la calle del Príncipe de Vergara, en Madrid, lugar que eligiera el Papa Negro para instalarse, o el de la calle de Sevilla y sus aledaños, dan fe de los pasos del último Bienvenida, hombre que desde la cabeza a los pies, desde su sonrisa a la palabra, exhalaba el inequívoco aroma de un torero.

Ángel Luis nació en Sevilla el 2 de agosto de 1924, recién llegado el Papa Negro de luchar por su prole haciendo las Américas, pero la familia pronto se instaló en Madrid, que sería su tierra de adopción. Se vistió de luces por primera vez el 27 de agosto del 39, alternando con Angelete, y se presentó en Madrid en el 43, con ganado de Muriel y en compañía de José Parejo y Pepe Dominguín. Su hermano Pepe, le dio la alternativa el 11 de mayo del 44 con Antonio como segundo espada, y toros de Arturo Sánchez Cobaleda. No consumó Ángel Luis la carrera fulgurante de otros miembros de la saga -especialmente de la muy dilatada de Antonio, la intensa de Manolo, figurón durante la guerra al que se quiso emparejar en digna rivalidad con Domingo Ortega, y que murió prematuramente; del gran Pepe, banderillero de excepción, etcétera-. Quizá la tensión, la responsabilidad dinástica interior y exterior, la competencia, las particularidades del toreo en la posguerra, no dejaron aflorar las muchas cualidades que poseía este penúltimo Mejías, que se retiraría en 1951. Torero hondo, de pasmosa autenticidad, muleta tan llena de pulcritud y verdad como de gracia -cuantas veces oímos a unos y otros "como Ángel Luis... torean pocos"- dejaba ese rastro de torero y caballero -para los buenos entendedores son casi sinónimos- por donde pasara. Era la mejor muestra, humana y torera, de que la naturalidad y la elegancia sin ademanes ni afectaciones se condensaba en esta sonrisa de hombre de bien. Ángel Luis era un pase natural y un remate cabal. No tengo edad para haberle visto en los ruedos. Pero quienes tuvimos la suerte de verle alguna vez torear en el campo, unas vacas, unas becerras... no lo olvidaremos jamás. Y cuantos lo conocimos o tratamos alguna vez, menos. Descanse en paz, torero.

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