Pedro Ruiz: "Tengo un profundo desapego por la existencia"
La imagen que, desde fuera, se tiene de Pedro Ruiz es radicalmente distinta a la que ofrece en la proximidad. Es una persona escandalosamente generosa que se importa menos a sí mismo de lo que pudiera parecer desde la distancia. Sin saber por qué, con él me apetecía hablar sobre la muerte.
Pregunta. ¿Le da miedo morirse?
Respuesta. No, en absoluto, pero me da miedo la muerte de aquello que me hace sentir vivo; la desaparición de los demás.
P. ¿De quién, especialmente?
R. De mi madre, sin duda. Le daría a ella la mitad de los años que me quedan de vida para que los dos pudiéramos vivir el mismo tiempo.
P. Eso es querer mucho.
R. La quiero mucho. Y, como le decía, no tengo miedo a morirme.
"No me quiero poco, pero pienso que tal vez hay otras personas que podrían aprovechar la vida más que yo"
P. Me parece impresionante.
R. Es que tengo un profundo desapego por la existencia, pero insisto en que me preocupa mucho la muerte de los demás.
P. ¿También la muerte de sus enemigos?
R. También. Y la de las personas que no conozco. Yo soy agnóstico, pero cuando murió Juan Pablo II suspendí mi función en el teatro y me fui andando hasta la catedral. Allí, en la calle y en silencio, tuve unos pensamientos para él. Mi forma de pensar dista mucho de la de ese Papa, pero respeto a las personas que defienden sus creencias con energía, aunque mantengan posiciones distintas a las mías.
P. Dice que es agnóstico, pero un día usted y yo coincidimos en una televisión y, antes de salir al plató, le vi santiguarse.
R. Sí. Me santiguo antes de salir en directo en un plató, y también en los aviones. Es un tic o, probablemente, un homenaje silencioso a mi propia madre.
P. ¿Recuerda cuando fue consciente por primera vez de la muerte?
R. Desde pequeño he tenido una especie de relación curiosa con mi propia muerte. Mantengo diálogos conmigo mismo como si yo estuviera muerto.
P. Me asusta. Explíquemelo bien.
R. Muy fácil. Me veo desde fuera y siento que soy un trozo de cuerpo pasajero y entonces converso con uno que se llama como yo, pero que no soy del todo yo. Y eso es muy liberador.
P. ¿Por qué?
R. Porque la muerte es el único acto importante de la vida tras el cual no hay que dar explicaciones. Eso libera mucho.
P. Le aprecio a usted y me preocupa que diga algo así. ¿No habrá pensado usted en suicidarse?
R. Nunca. Tener desapego a la vida no implica desear la muerte. De hecho, me cuido mucho, hago deporte y procuro comer sano. Le agradezco que se preocupe, pero no debe hacerlo. No pienso en el suicidio.
P. ¿Daría la vida por alguien?
R. Por mi madre, de entrada. Y también por los demás. No por la patria, ojo, pero sí por los demás.
P. Es curioso. Alguien podría pensar que no da usted la impresión de quererse poco.
R. No me quiero poco, pero pienso que tal vez hay otras personas que podrían aprovechar la vida más que yo.
P. No tiene hijos. ¿Esa podría ser una posible explicación a su desapego por la existencia?
R. Puede ser. Tal vez si tuviera hijos me preocuparía desaparecer de aquí. No por mí, sino por ellos. Recuerdo que decidí no tener hijos un día, cuando tenía unos ocho años, en la plaza de Adriano de Barcelona, donde nací. Vi a unos señores de 90 años y pensé: "caramba, la vida no se acaba en la primera comunión o en la primera bicicleta. La vida acaba aquí, y acaba mal".
P. ¿Tiene preparado ya el testamento?
R. No, pero tengo preparada una gran gamberrada para cuando me muera.
P. Cuéntemela.
R. No puedo. La gracia es que no se sepa. Ya llegará.
P. Ojalá falte mucho tiempo para eso.
R. Muchas gracias.
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