Blanca de cal, mirando al norte
Mô. Los que hayan escuchado el disco que Joan Manuel Serrat le dedicó este año a la capital de Menorca encontrarán en el primer verso de la canción que da título a este trabajo la explicación de lo que sucede cuando se entra a la ciudad por barco: "Blanca de cal, mirando al norte...".
Nosotros le preguntamos (en el Bar Americano, por allí pasa el mundo) a Santiago Udaeta, arquitecto que huyó del mundanal ruido barcelonés y que se vino aquí hace décadas, por lo inolvidable de Mahón.
Lo mejor de Mahón es, dice Udaeta, ese paisaje que el sol ("el primer sol de España") construye en las casas encaladas en cuanto enfilas la bocana del puerto ("el puerto natural más grande del Mediterráneo"); esas casas nacen de la roca, o de la nada, como las casas colgadas de Cuenca, y se van haciendo presentes como si hubieran estado siempre allí, "integradas, íntimas, parecen formar parte de la tierra".
A los que vienen aquí de fuera, son catalanes y se casan con menorquinas, la sociedad de la isla los acepta como propios, pero los llama escupiñas
Hubo una época en que uno miraba la guía de teléfonos de Mahón y se encontraba con los datos de la endogamia. Ahora ya hay más mezcla
El Gafas previene sobre la idealización de la dominación inglesa: "No hicieron obras de caridad; les interesaba la isla, les importaba el puerto"
"Mahón", dice Quintana, "una ciudad que amo y odio, con el mismo odio con que Jonathan Swift odiaba su ciudad... ¡Pero es fantástica!"
Belén Feduchi, que veranea aquí desde hace décadas, dice que lo inolvidable es "el olor de las higueras en verano. Y la entrada de los 'ferries' en el puerto"
Udaeta no sólo encuentra en Cuenca los parecidos, sino en el Tíbet, en el palacio del Dalai Lama... La luz del sol otorga a ese momento especial del amanecer la sensación de un cuadro que viaja por todas las tonalidades que tiene el rojo... Al anochecer, ese mismo paisaje adquiere la rotundidad de la noche, su misterio; las calles se vacían, los mahoneses siguen hablando a media voz, o se callan; la ciudad (un silencio de 25.000 habitantes) parece estar mirando la luz de Mahón, el misterio nocturno de un puerto gracias al cual aquí se vive la sensación de un privilegio: la ciudad fue moderna antes que nadie. Los ingleses la condujeron a la revolución industrial, y ha vivido las consecuencias de esa anomalía... La modernidad entró por ahí, por el puerto, y por ahí también la amenazaron.
Escupiña. Entre las numerosas identidades de los habitantes del mar de Mahón está la escupiña, un marisco. A los que vienen aquí de fuera, son catalanes y se casan con menorquinas, la sociedad de la isla los acepta como propios pero los llama escupiñas. Emili Balanzó, barcelonés que desde hace 38 años vive en la isla, es uno de esos escupiñas; saluda a todo el mundo por su nombre en las calles, y tiene ya la paciencia, el déjame entrar irónico de los mahoneses; él fue quien nos cantó el himno de Mahón...
Compuesto en castellano para saludar al Rey de España, ese himno contiene la cursilería propia de un himno patriótico, pero ofrece algunos eslóganes prácticos y da algunos atisbos de la historia; entre otros, uno de los orgullos mahoneses: que aquí entró la electricidad antes que en ningún sitio en las Baleares: "Es Mahón una ciudad hermosa y galante. / Tiene comodidades de una ciudad grande. / Hay comercios de gran importancia. / Juzgado de primera instancia / y una hermosa electricidad. / Mahón tiene muchachas bonitas / y un puerto al pie".
Balanzó lo va cantando mientras pasea por la Explanada, una plaza que en sí misma sirve de metáfora para entender la historia de Mahón: siempre fue mitad civil y mitad militar; ahora es civil, y la ciudad también lo es; el claustro del monasterio es el mercado; pero el órgano de la iglesia de Santa María es un tesoro, ahí está; allí enfrente está la Base Naval, y en el recuerdo está la influencia que los soldados tuvieron en la vida (y en la vida sentimental) de los y de las mahonesas... El pasado.
Los ingleses. A la entrada de la alcaldía de Mahón (que desempeña desde hace más de una década Arturo Bagur, socialista) hay un retrato de la reina Carlota; a su lado debía estar el retrato del rey Jorge, lo están restaurando. Reyes ingleses. Los ingleses no fueron conquistadores, sino dominadores; el gobernador Richard Kane (que construyó la carretera que une Mahón con Ciudadela) es un benefactor al que se recuerda con devoción y monumentos. La influencia inglesa está en las palabras y en la vida cotidiana...
Como dice Josep Maria Quintana (historiador, novelista, registrador de la propiedad, hotelero, ex presidente del Ateneo), en la sociedad mahonesa conviven todos los pasados... Uno de ellos, el de la dominación inglesa, le permitió a la isla acabar con la Inquisición, que en España siguió imperando un siglo más. Josep Miquel Vidal, físico, director de la Enciclopedia de Menorca (un trabajo de más de veinte años), ve en ese acontecimiento una de las bases de la modernidad de Mahón, que se hizo laica y descreída, y luego resistió (durante la Guerra Civil, y en la posguerra) el desdén de Franco, y su inquina. La dictadura pasó por encima de los nombres, los arrasó: la masonería, la acracia y el pasado laico habían fabricado una nomenclatura singular de los nombres propios. El padre del alcalde se llamó Copérnico, y lo obligaron a llamarse Ricardo...
En el mercado. Hubo una época en que uno miraba la guía de teléfonos de Mahón y se encontraba con los datos de la endogamia. Ahora ya hay más mezcla en la sociedad, pero la historia de Menorca es la de la repetición de los apellidos, la prolongación infinita, atosigante, de las familias... Sintes era el segundo apellido de Albert Camus; su abuela era menorquina, y fue una de las que huyó, en el siglo XIX, de una de las hambrunas que asolaron la isla... Se refugió en Argelia, y allí nació el autor de El extranjero...
Estuvimos en el mercado, un espacio arrancado al claustro de un monasterio, y pasamos por los olores y por los frutos; Maria Cremaisis, frutera, campeona del tiro con onda, está despachando con decisión y desparpajo, nombra la fruta como si se la estuviera comiendo, y muestra un orgullo que tiene una raíz común en todos los insulares: lo que da la tierra, su tierra, es lo mejor del mundo... "Es lo bueno", dice, "y lo bueno se hace esperar".
Señala lo que tiene como lo mejor de Mahón, y la historia de su comercio (desde 1923) como el resultado de insistencia en la calidad; y cuando le preguntamos cómo son los mahoneses, se refiere también a la orografía de la isla para identificarlos: "Escarposos, como el norte, y suaves, como el sur".
Es escéptica, acaso por naturaleza mahonesa, y cuando le pido que identifique con una frase su propio carácter se encoge de hombros: "Todo es depende". ¿Y el tiro con onda? "Un deporte. Puntería, habilidad, equilibrio". ¿Como la vida misma? "Todo es depende".
Aurora González, pescadera, vino aquí en 1963, cuando era una niña; es de Almendralejo, en Extremadura; la trajeron sus padres, que vinieron aquí, en tiempos de penuria extremeña, a buscar trabajo, y aún ella habla de su tierra como el sitio de su vida; va muy poco, "pero uno nunca se va del todo".
El Gafas. A Vidal, el director de la Enciclopedia de Menorca, un trabajo lento y difícil que él lleva a cabo con la pasión de los monjes, lo llaman El Gafas.
Es físico; en su currículo no pone que sea uno de los grandes expertos en quesos del mundo; habla como si estuviera metiéndose dentro de lo que sabe, a borbotones. Él es quien nos pone al tanto sobre algunos de los datos de la modernidad de su tierra: antes que ninguna otra isla, aquí llegó la electricidad (en 1892), aquí se acabó la Inquisición (gracias a los ingleses) antes que en ningún otro sitio de España, y el aire de fortaleza que tenía la isla la hizo apetitosa, indispensable en el Mediterráneo; se hizo autosuficiente (lana, queso, viento...), y sus habitantes se hicieron "abiertos, impulsores"...
El fin de la Inquisición es más que un orgullo un instrumento del futuro. Desapareció en 1708, la isla se abrió al librepensamiento, y esa estela siguió, y sigue, hasta hoy, y cruza incluso las mezquindades del franquismo, que no le perdonó a la isla su pasado liberal... Pero El Gafas previene sobre la idealización de la dominación inglesa: "No hicieron obras de caridad; les interesaba la isla, les importaba el puerto de Mahón; por eso se volcaron, venían a colonizar, es lo que hicieron"...
La piedra, la ópera, la política. Estuvimos en el despacho del alcalde, junto a los retratos de los reyes ingleses. Bagur quiere hacer de la ciudad de Mahón un foco internacional de la cultura; muestra la historia del teatro (de 1829, el más viejo de España, entre los que están en activo), y señala los programas de ópera y de otras actividades teatrales que constituyen francamente una excepción en una ciudad de provincias que no tiene sino 25.000 habitantes... Es la consecuencia de la historia, dice, y de un sentimiento de lo que es la vida: "Placer y pasión"... Placer y pasión, y capacidad de adaptación: los menorquines, se dice, "despedían con lágrimas a los ingleses y recibían con sonrisas a los franceses"...
El alcalde habla del pasado republicano como una marca, y cuando salimos de su despacho entramos en la librería de Marga Manent... Su abuelo fue gobernador republicano de las Baleares... "¡Qué va a acabarse la República!", dice ella. Cada año son más los que celebran la República en Sa Mesquida, y está indignada con los socialistas, que han mezclado el cementerio civil y el cementerio católico. "¡Estos socialistas lo mezclan todo!". Tampoco quiere que se mezcle a los mallorquines con los mahoneses: "¡No se pueden mezclar huevos con caracoles!". Le pregunto por el sentido del humor, que ella misma desprende: "¿El de los mahoneses? Muy raro, muy raro. A nosotros nos hacen gracia cosas que a otra gente no le hace ninguna gracia. ¡Nuestras bromas son intraducibles!".
Una socialista, Joana Barceló, de Ciudadela, es la presidenta del Consell menorquín; se ve viviendo en una sociedad efectivamente feliz, "donde las pequeñas cosas importan; donde disfrutamos de una capacidad de tolerancia y de respeto que hace de ésta una sociedad accesible y tranquila, consciente del valor que tiene su territorio. ¡Lo defendemos con uñas y con dientes!". Ella tiene su rincón inolvidable: "La Mola, es historia y además mira al mar. Como Mahón". Ahí está, como la puerta de Alcalá. Enfrente, por cierto, de la casa que aquí tienen Ana Belén y Víctor Manuel... E Iñaki Gabilondo, y Serrat, y los Milá... Los nombres los desgrana Joana.
El regreso de los novelistas. Josep Maria Quintana es registrador de la propiedad y novelista, y acaba de publicar una historia de Mahón (Mahón, en Columna), y Pedro J. Bosch es periodista, oftalmólogo y novelista, y acaba de publicar Los irrepentinos, en Calambur. A Quintana lo encontramos en un balcón sobre el mar, y a Bosch en una plaza... Quintana ha ocupado algunos cargos públicos (consejero del Consell Consultiu, presidente del Ateneo), y Bosch también ha presidido el Ateneo... Los dos se fueron, y los dos volvieron, un destino propio de los insulares, que jamás se van del todo....
"Mahón", dice Quintana, "una ciudad que amo y odio, con el mismo odio con que Jonathan Swift odiaba su ciudad... ¡Pero es fantástica!... Pero creo que el último que la pensó a fondo fue Borja Carreras [alcalde socialista en los ochenta], tenía una ciudad en su cabeza, recuperó el puerto... ¿Qué haría yo? Intentaría convertir Mahón en un centro de cultura internacional importante, haría del teatro un polo de atracción... La ópera
[él es un gran promotor de la Asociación de Amigos de la Ópera] la hemos hecho los ciudadanos. ¡Fíjate que aquí somos 25.000 habitantes y 2.400 personas vamos a la temporada de la ópera! ¿Qué ciudad tiene eso?". ¿Y qué más haría? "Contendría el urbanismo. ¡Lo atractivo es lo salvaje!".
Todo el mundo entra, pero los forasteros son los forasteros... Están los menorquines, los mallorquines y los forasteros... Los forasteros son los castellanos... Un día envió a un amigo un libro suyo, traducido al español, y el amigo le dijo: "¡Pero me lo has mandado en forastero!".
Pedro Bosch hace un recorrido por los pros y contras mahoneses de los que nos había hablado la frutera. "Aquí no se calienta la gente mucho. Quieren cruceros, pero no quieren abrir las tiendas; los sábados lo cierran todo a las cinco de la tarde; en pleno agosto los comercios se cierran por vacaciones. ¡Se tiene aquí una relación de amor/odio con el turismo! Acaso eso ha hecho que llegara más tarde el turismo que en otros lugares baleares. Y cuando los menorquines vieron algunas barbaridades, empezaron a manifestarse, en pleno franquismo, a favor de su territorio...".
Le gusta la ciudad, "mi isla"; "la vida equilibrada, la posibilidad de simultanear la vocación con el oficio, la sensación de que aquí tú eres el dueño del tiempo". Eso "es el mejor alimento para el alma, y eso se ve en el semblante de la gente. La paz que viven no es una paz que se consiga en cualquier sitio". Un día le dijeron: "Ahora he descubierto que el paraíso está a veinte minutos de Mallorca".
Y Bosch añade:
-¡Y el invierno es aún mejor!
Balanzó le replica:
-¡Pero los días se acaban a las cinco y media!
No importa. Siempre viene el día siguiente. Ver amanecer es un tesoro de Mahón.
Le pregunté a Belén Feduchi, que veranea aquí desde hace décadas, qué es inolvidable de esta ciudad: "El olor de las higueras en verano. Y la entrada de los ferries en el puerto". Es cierto. El olor de las higueras, y el mar manso de Mahón.
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