Los músculos de Olazábal
El de Hondarribia vuelve a brillar en el circuito norteamericano tras un invierno de entrenamiento de fuerza con el preparador de la pertiguista Naroa Agirre
¿Qué significa moral espartana en el deporte actual? ¿Se puede encontrar un deportista espartano en el golf del siglo XXI? Si piensan que no, están equivocados o no conocen a José María Olazábal, el golfista de Hondarribia que, tras dos años de miserias, vuelve a pensar que tiene un sitio entre los mejores del golf mundial y, al cierre de esta edición, marchaba el quinto en Pebble Beach, en California, en el antiguo torneo Bing Crosby, que dominaba claramente el norteamericano Phil Mickelson.
Un día, este invierno, un amigo vio a Olazábal intentar bajar de un coche en San Sebastián. Se quedó perplejo. Para mover las piernas, para levantar los muslos, el vasco debía ayudarse con las manos. Se incorporaba con lentitud, con gestos de dolor, mecánico como un robot.
"¿Qué te pasa?", le preguntó el amigo, alarmado; "¿te has vuelto a lesionar? ¿te has roto algo?".
"Qué va, qué va", le respondió Olazábal; "estoy fuerte como un toro. El problema son las agujetas. He empezado a hacer preparación de fuerza, pesas, gimnasio fuerte y todo eso, y no me puedo ni mover.
"Y, sin embargo", cuenta Jon Karla Lizeaga, "cuando le preguntaba en el gimnasio que qué tal las agujetas, que si le dolían mucho las piernas y los brazos, me decía que nada, que le pusiera más faena, que no le tratara como a una Maripuri...Y, después de machacarse en el gimnasio, cogía 100 bolas y se iba a dar golpes".
Lizeaga, especialista en fuerza, de la escuela soviética, tradicional, de pesas, squats, sentadillas, repeticiones y series, trabaja fundamentalmente con atletas, con velocistas o con la pertiguista Naroa Agirre, territorios en los que a nadie extraña su trabajo, los territorios en los que las ecuaciones son claras: a más fuerza, más velocidad; a más velocidad, más altura o más longitud... Pero también trabaja, desde hace tiempo, con golfistas, lo que hace que más de uno levante las cejas. ¿Golfistas? ¿No son los golfistas barrigudos, cerveceros y fumadores? ¿No es un deporte que se juega andando y hasta tienen un ayudante que carga con una bolsa llena de palos?
"Pero con el golf pasa como con el tenis", explica Lizeaga; "antes valía con la habilidad, la clase, el toque, y ahora es fundamental la velocidad, la fuerza, la potencia con que golpeas la bola, la distancia que alcances".
Ya por entonces -esto ocurría en noviembre pasado- Olazábal les decía a sus amigos: "El año que viene, ya veréis..."
Era una promesa arriesgada. Olazábal, de 38 años, ganador de dos Masters de Augusta (1994 y 1999), ya parecía un jugador con más pasado que futuro. Su última victoria se remontaba a febrero de 2002. Llevaba dos años sin dar bola, fuera de todo debate, ausente de la Copa Ryder. Out.
Aparentemente.
Olazábal estaba siguiendo, paciente, concienzudamente, un plan de transformación, de adaptación a la nueva realidad del golf, que le permitiera volver a competir con los mejores, como en sus mejores tiempos.
Un día, hace unos años, Olazábal vio que con sus armas, con su imaginación, su toque, su juego corto increíble, ya no tenía suficiente para lidiar con un golf de pegadores, de nuevas bolas, nuevos palos, nuevos superatletas rápidos y fuertes, tiarrones de 1,90 metros que mandaban la bola a 270 metros como quien no quiere la cosa. Podría haber subsistido, haber asumido que su reino no era de este mundo e intentado sacar el máximo de sus limitaciones. Pero su nivel de autoexigencia no se lo permitía.
Su primer trabajo fue técnico. Guiado por el gurú Butch Harmon modificó su swing para buscar más distancia. Pero, aun así, se quedaba corto. Cuando él tenía que tirar de un hierro 4 para sus segundos golpes, sus rivales se manejaban con un 6 o un 7. Demasiada desventaja.
Sus amigos golfistas, Arruti, Urkijo, le hablaron de Lizeaga, del preparador que les había transformado. Le llamó y, terminada la temporada, su ritmo de una semana en casa y cinco de viaje, empezaron a trabajar juntos. "Yo empecé con mucho cuidado", cuenta Lizeaga; "la transferencia de fuerza hay que hacerla con mucho cuidado en un deporte tan técnico como el golf, no fuera a ser que perdiera coordinación o mecánica. Además, había que tener en cuenta la lesión de la espalda, que le llevó un tiempo a la silla de ruedas; que las piernas apenas estaban musculadas... Pero Txema, que es un machaca auténtico, pedía más y más. Y yo tenía miedo de que se lesionase. Pero... no. Ha sido increíble".
Y Olazábal, que se niega a pensar que los jóvenes pueden ser mejores porque son más fuertes, empezó a trabajar de forma exagerada. Cuando empezó, apenas podía levantar 80 kilos en sentadillas. Últimamente, se atrevía con los 200. Y en el campo ha ganado 18 metros con el driver. Y vuelve a estar entre los mejores en todos los torneos.
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