Estatismo 'versus' baile

Cinco jóvenes bailarinas de muy diversos orígenes y formación (una navarra, dos belgas, una francesa y una danesa) se han reunido bajo el paraguas financiador de la Academia Experimental de Danza de Salzburgo para hacer esta especie de ensayo o taller. No podemos en ningún caso llamarlo coreografía u obra profesional. No lo es. Bien empacada en cuanto a producción (luces, elementos escénicos coadyuvantes, vídeo, música), el asunto flaquea cuando llegamos al esqueleto vital: el material coréutico, que por momentos es prácticamente inexistente, o peor, se diluye en intenciones de apariencia.

Hay una costumbre bastante extendida de mostrar el trabajo de estudio: se dio en llamar work in progress a partir de los años setenta y en algunos casos sentó bases estilísticas (Gotschild, Brown, Child), pero en otros, la mayoría, contaminó el espectáculo de aburridos e incomprensibles prolegómenos a la danza misma como hecho estético consumado. Algo así sucede en Quién soy. ES, que trata de hacer de la inmovilidad estilo, con una notoria falta de consecución dinámica. Las cinco artistas (que parecen estar bien entrenadas) trabajan sobre una planimetría acotada en tres zonas de suelo, tres espacios de expresión que son habitados por el efecto consonante del ensemble o haciendo un uso de la respiración como instrumento rítmico. A veces, más parece una instalación en la que entran y salen personas por azar o voluntad del guión plástico, que no dancístico. Lo visto hace reflexionar sobre esa corriente centroeuropea que, tras la explosión nueva de la necesidad de expresarse bailando, gira muchos grados hacia el estatismo, la antidanza como antipoesía del movimiento, algo que en realidad ya vimos durante años, que se agotó sobre sí mismo dos generaciones atrás y que, como trabajo de puertas adentro, puede ser válido en lo formativo y lo experimental, pero, ante el público, resulta cuando menos enojoso.