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OLÍMPICAMENTE | Atenas 2004
Columna
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Menos es más

El inicio de la competición de los 100 metros lisos nos recuerda que el secreto de la mayoría de las pruebas de los Juegos es su brevedad. Durante los cuatro años que separan unos Juegos de otros consumimos deportes extenuantes desde un punto de vista narrativo. Un partido de fútbol te ocupa casi dos horas, eso sin contar los desplazamientos y preparativos, y el baloncesto o el balonmano más o menos lo mismo. Se trata, pues, de emociones de largo recorrido que hay que administrar para no desgastarse en los cinco primeros minutos. Y, de repente, llega la tregua olímpica, con su revolución temporal y sus pruebas de natación, de ciclismo en pista, de yudo, de esgrima y de atletismo, todas intensas y, sobre todo, breves. Hay toda una variedad de matices entre la velocidad y la media o la larga distancia, pero casi nada dura más de un cuarto de hora -incluso la prodigiosa carrera de Bekele fue un aquí te pillo, aquí te mato-. Michael Phelps o Ian Thorpe son auténticos maestros del minuto o par de minutos explosivos y sin el lastre agónico de pruebas más largas. Nos encanta verlos nadar, pero ¿disfrutaríamos lo mismo si la carrera durase, pongamos, 90 minutos o lo que dura un partido de tenis?

De todas estas pruebas la reina es, sin duda, la carrera de los 100 metros lisos. La concentración, las salidas falsas, el cuento que le echan los velocistas al despojarse del chándal, su manera de matar los nervios mascando chicle, poniendo cara de malos o haciendo los últimos estiramientos conscientes de la presencia de las cámaras. Luego, la carrera dura un suspiro. Si lo deseas, puedes dejar de respirar admirando la intensidad de cada zancada o comparando la elegancia de los corredores y sus respectivos estilos.

En literatura, lo extenso e interminable está tremendamente prestigiado. Cualquier novela con aspiraciones de posteridad o de éxito comercial debe tener muchas páginas, las suficientes para que no sea necesario leerla hasta el final. Lo breve, en cambio, se ningunea y desprecia por falta de ambición. En los Juegos, por suerte, no interviene para nada la crítica literaria y los más sabios admiten que los 100 metros lisos, pese a su brevedad, son una de las pruebas clásicas. En realidad, sólo son diez miserables segundos, algo que ni desde un punto de vista económico -costes de inversión, tiempo de disfrute- es rentable y que, en cambio, proporciona un placer basado precisamente en que la distancia y el tiempo invertido en recorrerla son una inyección de adrenalina, admiración y emociones. Como ocurre con la literatura, en el peor de los casos, una carrera de este tipo será breve, lo cual ya es, en sí mismo, una característica positiva. En el mejor de los casos, será breve e inolvidable. Conclusión: dos virtudes son mejor que una.

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