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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

JUAN CARLOS SANZ MORALES / Declaración por el móvil

Juan Carlos era informático, tenía 33 años, un hijo por llegar, un buen trabajo y un piso recién estrenado.

Su amor era Rosana, una rubia guapa de Gijón. Alberto, su ilusión chiquita que en dos meses y medio verá la luz. A Rosana la conoció hace cuatro años, y a los tres meses ya se declararon con un mensaje de móvil. "Creo que mi corazón se quedó en Asturias", dijo entonces a Alicia, su compañera de equipo en Azertia, la empresa para la que trabajaba desde hacía siete años.

Juan Carlos tenía siempre presente a Rosana. Para probar ese restaurante indio, porque le gustaba la buena mesa; en el cine, juntos, viendo una película de ciencia-ficción; en la tienda, eligiendo una lámpara para la habitación de Alberto, el hijo por venir; en el médico, para la ecografía que le pone rostro a ese niño tan querido. Cuando Rosana pasó el ecuador de su embarazo, Juan Carlos decía que ya era "medio padre".

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"Buenos días, jefa. No tenemos casques. Buenos días, todo va bien", saludaba Juan Carlos cada mañana en la jerga de los informáticos. "Puntual, metódico y exigente con su labor", dice sobre él su jefe de verdad, José Manuel de Miguel. Tendrá dificultades para sustituirle: "Sus clientes nos pidieron que le ascendiéramos porque era el mejor en lo suyo". Su único hermano, Jesús, lo define en una frase: "Bueno, alegre, jovial. Suena a tópico, pero era así".

Juan Carlos tenía sólo una rareza. Nació colchonero, del Atlético, "de los sufridores", admitía él, pero sin embargo, animaba al Real Madrid de baloncesto. En lo demás, todo seguía un orden: su piso, en Vicálvaro, cerca de la estación y de la casa de sus padres. Y con jardín, por el niño. Seguro que Alberto encontrará todo preparado cuando nazca. Juan Carlos quería que su hijo fuera tan feliz como él.-

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