El circo
Cuando uno lee a Ray Lóriga, singular autor desde hace tiempo ajeno a las librerías, advierte que, para él, lo peor de todo son los crucifijos hechos con pinzas para la ropa.
Pero, sin discusión, a su juicio la segunda cosa más insoportable del mundo son los payasos: disfraces de payaso, cuentos de payasos, películas de payasos y sobre todo cuadros de payasos.
Tal como lo dice lo reproduzco, y me adhiero, mal que les pese a los payasos y a los padres que someten a sus hijos a los payasos, ante los cuales los infantes lloran o bostezan, alternativamente, según estemos en la fase cómica o musical de su actuación.
Aunque no deberíamos concretar, lo aburrido es el circo en general y, sobre aburrido, decadente y demodé. Dicho sea con el mayor respeto y sin ánimo de ofender: desaparecieron los teatros de variedades arrevistadas -así se llamaban- y también lo han hecho, o están en trance de hacerlo, las salas de fiestas, que promovían canciones y actuaciones para disfrute de aquella minoría que tenía, un día señalado, algo que celebrar o que ocultar. Y lo hicieron porque el mundo ha cambiado y no hay competencia posible con la televisión, que cuenta con unas posibilidades económicas y técnicas tan superiores a los empresarios del ramo antes señalados que hace impensable que la audiencia se precipite ante un espectáculo que le ha sido ofrecido con mayores medios y de forma gratuita semanas o días antes.
Tal sucede con el circo: los jinetes y los volantineros, los cómicos y prestidigitadores se exhiben a toda hora en la plaza pública y gratuita que es la tele, la cual, además, y aunque parezca imposible cuando juzgamos las actuaciones, selecciona a los más aptos para los distintos cometidos.
Nada digamos de aquello que parecía fuente inmarcesible de conocimientos exóticos, la visión de los salvajes animales, procedentes de la profunda África o el exótico Oriente: en "la 2", a cualquier hora y a cámara lenta, para deleite, estudio y contemplación de los mundos soñados, en estado natural y sin que puedan sentirse ofendidas las personas y asociaciones que velan por los inalienables derechos de los animales no humanos.
Bien, pues pese a ello, llegadas la fiestas navideñas y otras de guardar, la Comunidad Valenciana se llena de circos, lo cual nos indica -salva sea la estadística- que el número de los que en el mundo existen debe acercarse al millón o, alternativamente, que Ray Lóriga y un servidor no tenemos ni idea de por donde discurren los gustos y pareceres de nuestros conciudadanos, y los pocos circos que subsisten nos han declarado reserva espiritual de Occidente.
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