Una monada
El astuto frailecillo buscaba, como todos los de entonces, el enredo amoroso, la sexualidad misteriosa, y encontró una bobada extravagante: un galán está enamorado de una dama que no conoce y rechaza a otra dama a la que está destinado: y resulta que son la misma. Desde mi más tierna infancia me fastidian en el teatro clásico los juegos de embozados y de tapadas que no se reconocen, y por mucho que me explicaran la oscuridad de Madrid y la espesura de capas y velos, sabía yo que había voces, gestos, ademanes, estaturas, movimientos, que son inconfundibles. Luego me explicaron que la representación depende siempre de un movimiento del público: que acepte la convención, que considere válida la trampa del autor, que incluso le hace coautor de ella puesto que sabe cuál es una y otra -incluso una tercera disfrazada, en esta forma de apurar el truco por parte del mundano fraile- y el enamorado mismo no lo sabe. Se pueden hacer con esto filosofías y erudiciones: la ceguera del amor que tiene la imagen dentro de sí mismo y no necesita la realidad exterior, la posibilidad de amar lo que se quiere amar. No es lo mismo la mano que se mira con éxtasis que la misma mano que se examina con indiferencia. La idea de que el enamorado es tonto: tan práctica como que se prohíbe cazar ciertas especies en época de celo porque su estupidez no las deja huida. Parece que Luis Olmos, director de esta historieta secundaria, opta por esa tontería simpática a la que convierte al buen actor Joaquín Notario que lo hace muy bien; en general, a todo el reparto, lo lleva al tono de comedia cómica ingenua que se suele aplicar con los clásicos, y hace una monada. Ya es bastante. Acude a unas intromisiones de baile y cante para llenar espacios de cambios de traje, y bailarines como útiles empujadores de decorados de palo, sintéticos, para cambiar las situaciones. Pero ya Tirso había acudido al decorado verbal, a la descripción de los lugares, interiores y exteriores, en esta comedia urbana: al relato de la viciosa calle Mayor, de la que no andaba lejos su convento, y de los misterios de Madrid, en versos graciosos. Así, entre la comicidad tierna del flotante protagonista y la ruda del criado pesimista que ve continuamente el desastre -como si fuera de nuestro tiempo-, las rabietas de la enamorada doble, los otros amores, y el lenguaje bello de fray Gabriel, adaptado con libertad pero con precisión, un público de domingo por la tarde llenó el teatro Pavón, se rió mucho y aplaudió con sinceridad.
La celosa de sí misma
de Tirso de Molina. Versión: Bernardo Sánchez. Música de Yann Díez Doiz. Intérpretes: Joaquín Notario, Vicente Díez, José Luis Patiño, Fernando Cayo, Carmen Belloch, Pepa Pedroche, Cipriano Lodosa, Goizalde Nuñez , Cesar Sánchez, , Cristina Arias, Olga Castro, Nacho Castro, Virginia Flores, Iván Luis, Viviana López Doynel, Eva Muñoz, Roberto da Silva. Vestuario: María Luisa Engel. Escenografía: Gabriel Carrascal Coreografía: Luis Olmos, Viviana. Iluminación: Juan Gómez Cornejo y López Doynel. Dirección: Luis Olmos. Teatro Pavón (Compañía Nacional de Teatro Clásico).
"Desde mi infancia me fastidian en el teatro clásico los juegos de embozados"
Babelia
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