LA EXTRAÑA PAREJA

Un fracaso productivo

No sé cuál es la última agudeza culinaria de Ferran Adrià ni si yo sería capaz de apreciarla, pero, antes que la receta de uno de sus platos, le pediría la de su último acierto verbal: "Mi sueño sería cocinar para una sola mesa". ¿Cuántos pintores, escritores, directores de cine o actores no harían suyo ese deseo? Del mismo modo que se come para alguien concreto (esta cucharada por papá), se escribe para alguien determinado también (esta oración copulativa por mamá). Si ese alguien leyera nuestro artículo, nuestro poema, nuestro libro, no necesitaríamos que lo leyera nadie más. Es la seguridad...

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No sé cuál es la última agudeza culinaria de Ferran Adrià ni si yo sería capaz de apreciarla, pero, antes que la receta de uno de sus platos, le pediría la de su último acierto verbal: "Mi sueño sería cocinar para una sola mesa". ¿Cuántos pintores, escritores, directores de cine o actores no harían suyo ese deseo? Del mismo modo que se come para alguien concreto (esta cucharada por papá), se escribe para alguien determinado también (esta oración copulativa por mamá). Si ese alguien leyera nuestro artículo, nuestro poema, nuestro libro, no necesitaríamos que lo leyera nadie más. Es la seguridad de que la única persona que lo ha provocado ni siquiera se va a enterar de que lo que hemos escrito nos empuja a la vanidad de querer ser leídos por muchos. Tapamos con la cantidad el agujero de ese lector ausente cuya mirada, sin embargo, es la única que nos importa. Rara condena la de que aquel del que depende nuestra escritura, quizá nuestra vida, no abra jamás un libro nuestro, y más rara aún que ni siquiera conozcamos su nombre.

Acaba de anunciar que deja de escribir. Quizá ha logrado llegar al fin a quien debía

Esa mesa para la que Ferran Adrià sueña cocinar es la única que no montará nunca. Quizá lo sospecha, pero la fantasía de lograrlo lo saca de la cama cada día. Ha dado de comer a miles de personas y hay en la puerta de su restaurante una cola de decenas de miles más (entre las que me cuento), pero ninguno de esos comensales es aquel para el que escribe su arriesgada cocina. Adrià ha inventado un alfabeto de gustos que todavía no ha llegado a su paladar de destino. Él entretiene la espera llenando las portadas de las revistas más importantes del mundo, pero, si le preguntan, dice que sí, que muchas gracias por todo, pero que no lo considera como un triunfo personal, sino como un homenaje a la cocina catalana y bla, bla, bla. ¿Qué más le da la portada de The New York Times si tampoco la va a ver la única persona que le haría feliz que se enterara de su éxito?

El sueño de cualquier artista, en fin, como el de Adrià, sería trabajar para una sola persona a condición de que esa persona fuera la persona. No sé si podríamos decir lo mismo de los políticos. ¿Sería capaz un político de crear un modelo de convivencia para un solo individuo? Creo que no. Se excusaría alegando que es contradictorio inventar una sociedad de un solo sujeto, porque los políticos tienen el don de la obviedad y cazan al vuelo estas contradicciones aparentes.

No hay, sin embargo, otro modo de hacer bien las cosas. Imaginen una ley de inmigración pensada para el portero de su casa, para el vecino del tercero, para el primo de su mujer o para usted mismo. Ya sabemos que luego la usarían muchos, como los platos de Ferran Adrià, que, sin embargo, están pensados para uno, o como los poemas de Ángel González, de los que nos aprovechamos todos, incluso aquellos en los que el poeta no pensó ni remotamente al cocinarlos. Me he acordado de Ángel González porque acaba de anunciar que deja de escribir. Quizá ha logrado llegar, al fin, a quien debía. Enhorabuena a Ángel y a su destinatario, pero mi solidaridad y mi pésame a quienes, como yo, sienten su retirada como una forma de desamparo. Y, ya que estamos, un abrazo para Francisco Brines, otro poeta que confesaba ayer que se encuentra en un momento de ocaso. "Arden las pérdidas", señala oportunamente el luminoso Gamoneda.

Es posible que hasta los torturadores argentinos reclamados ahora por la justicia aplicaran la picana con tanta eficacia porque en cada víctima veían a una sola persona, quizá a su puto padre, al que jamás se atrevieron a levantar la voz. Sería magnífico que el mundo estuviera lleno de torturadores inversos, de personas que hicieran el bien a todos para compensar el sentimiento de no haber sido capaces de hacérselo al único al que se lo debían.

En el fondo, es una suerte que los platos de Adrià no lleguen a la única persona para la que los prepara, porque ese fracaso es el que le obliga a continuar buscando la piedra filosofal del sabor. Tal vez el éxito verdadero consistiría no ya en cocinar para una sola mesa, sino en no cocinar para ninguna, pero eso nos dejaría sin sus platos del mismo modo que el éxito de Ángel González nos ha dejado sin sus poemas. No cabe imaginar, en efecto, una gloria mayor que la de dejar de escribir, de cocinar, de pintar, pero, mientras llega la gloria, cómo me gustaría a mí que este artículo no lo leyera la única persona que debería hacerlo para que ese fracaso me empujara a escribir el siguiente. Feliz otoño.

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