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EL AGOSTO DE FERNANDO DE ROSA

Ilustrísimo cuenta-cuentos

Ha pasado de ser Su Señoría a Ilustrísimo Señor Don. Éstas son sus primeras vacaciones como secretario autonómico de Justicia e Interior. Mientras fue decano de los jueces de Valencia, agosto era sinónimo de descanso. Ahora, el móvil irrumpe a cualquier hora -entre incendios y bous al carrer se le suceden las informaciones puntualmente- Pero aun así, hizo las maletas y, con su mujer y su hijo de nueve años, se trasladó a primeros de mes a la casa familiar de veraneo, en un pueblo de la costa de Alicante. Allí, entre bañador, gazpacho, aletas y tubos para bucear ha montado una oficina.

El chalé, construido en los años 40, en un paraje que poco conserva de lo que tenía en origen, salvo la proximidad al mar. De Rosa, fallero reconocido, madrugador incluso en tiempo de ocio, no perdona salir cada mañana a bucear con su hijos y sobrinos. Le encanta jugar a descubrir los escondites submarinos de las especies que viven en las rocas. Antes de que llegue la marabunta playera, De Rosa ya ha recogido y está devuelta en casa. Entre los periódicos, el aperitivo. Cocinillas no es, se define como un estupendo catador. Gazpacho, que no falte, y cuanto más fresco mejor. Ensaladas... todas, dice que porque son más rápidas y fáciles de hacer y así su mujer también hace vacaciones. De sólido, pescado. En las rutinas diarias ha incorporado la visita a la lonja a media tarde, a veces en bicicleta. Y, de exquisito paladar, el Ilustrísimo Señor elige.

De la mano de El camino de Miguel Delibes y con fondo musical de la cantante celta Loreenna Mckennitt hace terapia para lo que vendrá. Y para soltar adrenalina entre risas, es actor doméstico, un particular cuentacuentos. Fernando De Rosa se mezcla entre los más pequeños de la casa -unos cuantos sobrinos- e inventa historias fantásticas.

Descansar es la palabra que repite para definir sus vacaciones. Por bueno no recuerda un verano especial, porque todos han sido estupendos para él, en familia, como un clan. Pero por malo sí. La memoria le lleva a su infancia, cuando el fuego prendió por El Montgó y desde casa veían como el fuego iba arrasando a su paso un universo de vida, de recuerdos y de sueños que nunca más serían realidad. No ha podido regalarle a su hijo las excursiones que el hizo con el suyo, cuando los zorros y las liebres se veían sin esfuerzo, cuando entre las escasas casas de la zona no había vallas y el vecino más cercano estaba a 250 metros. Entonces, dice De Rosa, "conocí la desolación". A pesar de que El Montgó no es lo que era, le gusta acercarse y recorrer algunos de sus rincones. Mirarlo desde casa ya le vale. Es el fondo del escenario de charlas nocturnas entre amigos y familia, de las que acaban a las tantas después de haber repasado lo divino y lo humano. Porque eso de salir de copas, no es lo suyo. Prefiere ser anfitrión o invitado con poca gente y sin excesos. Los pocos que se ha concedido se acaban el próximo lunes, cuando, físicamente, se incorpore a su despacho en la Consejería de Justicia.

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