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Reportaje:TOUR 2003

Peña, el amigo americano

"Estoy en el mejor equipo del mundo con el mejor corredor del mundo, por eso estoy de amarillo", dice el primer colombiano líder del Tour

Carlos Arribas

Lo que no consiguieron Martín Cochise Rodríguez, el pionero que se arriesgó a descubrir Europa para el ciclismo colombiano, ni Lucho Herrera, el mejor escalador que se ha visto y no visto en los últimos decenios, ni Fabio Parra, el sufrido escarabajo que escaló un año el podio del Tour, ni siquiera Santiago Botero, el mejor ciclista colombiano de los últimos años, lo ha logrado un ex nadador apodado El Tiburón, con nombre de gloria literaria gala, nacido en Bogotá, hijo de un taxista que fue ciclista, criado en Santander Pie de Cuesta y residente en Girona (España), que hoy cumple 29 años. Víctor Hugo Peña Grisales, gregario de Lance Armstrong en el US Postal, se convirtió ayer en el primer colombiano que viste el maillot amarillo del Tour, cobrándose, así, una deuda histórica del ciclismo con Colombia. "Hace 20 años, en 1983, participó el primer equipo colombiano en el Tour de Francia", dijo Peña. "Aún recuerdo el eslogan que se repetía en toda Colombia: 'Vamos a la conquista de Europa'. Hoy he culminado aquel sueño, la tarea que ellos comenzaron". Peña es, como Botero, un ciclista que rompe el tópico de los escarabajos, pacientes, trabajadores y siempre escaladores que se hacen ciclistas para huir del hambre. Peña, como Botero, es más rodador que escalador. Y no pasó hambre.

Los planes sádicos de Armstrong

Eran dos autobuses separados por una decena de metros y eran dos mundos a miles de kilómetros de distancia. El día de la contrarreloj por equipos es el día que más se sufre, que más gente sufre, el día que se sufre en equipo. Sufre el mecánico por si no ha hecho perfectamente su trabajo y las bicis empiezan a descuajeringarse en cadena a mitad de la carrera, sin posibilidad de reparación; sufre el fabricante por si su riesgo, su idea, su diseño de material para ganar unos gramos o un poco más de belleza, termina en catástrofe; sufren los directores, los responsables, por si su táctica, su decisión estratégica que tanto esfuerzo debe regular se resuelve en caos e inquinas; sufren los ciclistas, que más que ningún día son responsables ante sí mismos y ante sus compañeros. Pero si ese día todo termina bien, se cumplen los objetivos, se alcanzan los sueños, la celebración, la felicidad conjunta, multiplica por mil la de la victoria individual. Tanto sufres tanto gozas. Por eso Armstrong es un sádico.

En el autobús de la izquierda -mirando hacia la calle de la meta-, el del iBanesto.com, la fiesta comenzó nada más terminar la contrarreloj. Arrastrados por tres potentes locomotoras rusas -fabricadas con los moldes de la escuela soviética: los tres son los tres primeros de la clasificación de jóvenes-, los vagones del equipo de José Miguel Echávarri, que no fueron a remolque ni frenando, sino colaborando, habían firmado la mejor prestación desde los tiempos de Indurain. Cuando llegaron los corredores -sudorosos y asfixiados, pero dicharacheros- al autobús, llegaban con el orgullo de ser el mejor equipo hasta el momento. Charlaban y comentaban la jugada. Mancebo, el líder, alucinaba con Karpets, el callado gigante ruso, con su fuerza descomunal, con sus relevos monumentales. "Seguirle era duro pero posible", decía el ciclista de Navaluenga. "Pero pasarle era casi imposible. Me subían más las pulsaciones incluso cuando iba a rueda que cuando tiraba". Hablaban de tiempos, de sueños. De que a la salida se conformaban con perder minuto y medio con el mejor -y hasta eso era un logro- y de que iban a llegar a la montaña más cerca que nunca -a 1.29m Mancebo- del ogro Armstrong. También se aplaudía a Mercado, el escalador granadino que, víctima de un empacho, se había quedado descolgado la víspera. Empezó Mercado sin dar relevos, a rueda, por precaución, pero en el kilómetro 10 ya reclamó su derecho a contribuir al esfuerzo común. Hasta el 20 no le dejaron. "Y yo estaba nervioso porque pensaba que les podía hacer la pascua a los compañeros", decía. Pero nadie se amargó, nadie les enfrió la alegría, pese a que tres equipos les adelantaran al final.

En el autobús de la derecha, el del ONCE-Eroski, todo era silencio y puertas cerradas. Cuando cruzaron la meta, lo hicieron mejorando por 35 segundos el tiempo del iBanesto.com y pensando -con fundamento, como su cocinero favorito- que la victoria les esperaba -un año más: sería la tercera vez en los últimos cuatro años- al cabo de la tarde. Sus maillots amarillos brillaban, sus bicis negras y oro, perfectas, repulidas, refulgían. Sus caras eran un misterio. Habló su líder, líder de la carrera in péctore, Joseba Beloki. Habló cauto, con estudiada prudencia, escondiendo sus emociones: "Si no llega hoy el amarillo ya vendrá en la montaña". Llegó otra cosa.

Con una precisión que asusta, con una crueldad fría, con una puntualidad sádica, Lance Armstrong, llegado el momento, exactamente en el kilómetro 49 de la contrarreloj por equipos entre Joinville y Saint Dizier, en las suaves colinas de Champagne, aclaró las dudas a los escépticos y dio satisfacción a los armstrólogos. El primer golpe del americano en el Tour del Centenario pilló a Manolo Saiz a punto de tocar el caramelo con la punta de la lengua. En el kilómetro 18, su equipo le sacaba al US Postal seis segundos, y los mismos seis seguían en el kilómetro 44,5. Llegaba entonces el territorio más difícil, el del viento de cara, cuando empiezan a pagarse los errores de medida. "Queríamos arriesgar desde el principio, pero sabíamos que esta contrarreloj se ganaba en los últimos kilómetros, cuando el US Postal nos ha demostrado que es un equipo más compacto", dijo Beloki. Fue entonces cuando Bruyneel, el director del americano, tocó el silbato, cuando los fuertes cruzaron una mirada, se hicieron una seña, y dieron comienzo al show. "Fue entonces cuando el boss empezó a dar relevos de un minuto", dijo Rubiera, el amigo asturiano de Armstrong. Fue cuando entraron a tope los grandes remolcadores, Hincapie, Landis, Ekimov, Peña. En los últimos 25 kilómetros aventajaron en 36 segundos a los de Saiz. También empequeñecieron al resto en su camino hacia su primer triunfo en una contrarreloj para equipos. Sin dudarlo, le dieron un manotazo -puro sadismo- al caramelo de Saiz, que sólo pudo decir, con su cara más triste -"se vive con tristeza la derrota cuando tienes cerca la victoria, porque te la empiezas a creer"-: "Por lo menos le hemos sacado 13 segundos a Ullrich".

A los franceses, que le consideran un líder anecdótico, fruto del maquiavelismo de Armstrong, lo que les encanta y lo que más curiosidad les despierta, lo único que quieren saber, es el porqué de su literario prénom: Víctor Hugo. "Es bien sencillo y nada rebuscado", explicó el líder del Tour. "Mi padre se llama Hugo y, como en Colombia somos muy dados a los nombres compuestos, buscó otro nombre que acompañara al Hugo, porque quería que el Hugo siguiera en la familia, y el que mejor suena, y el más utilizado, es el Víctor, Víctor Hugo".

Peña también se considera un líder transitorio, el brazo armado de la estrategia de Armstrong. "He logrado el maillot amarillo gracias a estar en el mejor equipo del mundo con el mejor corredor del mundo", dijo, agradecido, pero no se olvidó de mostrar su orgullo, de contar su vida de loco por el ciclismo. "Yo les digo a mis compañeros que Colombia es como una pequeña Bélgica, que allí el ciclismo se vive en todas partes", dijo. "Y en mi casa era así. Desde pequeño, desde que tenía ocho años, recuerdo a mi padre oyendo en la radio las carreras, recuerdo las revistas de ciclismo en mi casa, recuerdo a mi madre limpiando la bicicleta de papá, recuerdo el país paralizado cuatro horas diarias en julio, casi de madrugada, todos oyendo la radio o viendo en la televisión las etapas del Tour. Y ahora cada año sale gente nueva. Y es por eso, porque llevamos el ciclismo en la sangre".

Como su padre sabía lo que era el ciclismo, al principio no quiso que Víctor Hugo fuera ciclista. "Mi padre decía que en el ciclismo se sufre mucho. Por eso me hice nadador", dice Peña. "Y llegué a ser campeón colombiano júnior de 200 metros braza y 400 metros estilos". Pero la genética le pudo a la obediencia. Peña insistió y, finalmente, llegaron a un acuerdo. El hijo empezaría a practicar ciclismo, pero en el velódromo, aprendería en la escuela de la pista. Fue campeón panamericano de persecución y lo inevitable se produjo. Se hizo ciclista de carretera. Llegó y enseguida le llamaron el Tiburón por sus antecedentes en la piscina, y él para complacer a los compañeros se tatuó un tiburón en el hombro. Y como todos los que quieren triunfar en Europa, Peña emigró a un equipo español. Estuvo en el Kelme, en el Vitalicio -con el equipo de Mínguez ganó una contrarreloj llana en el Giro de Italia- y éste es su tercer año al lado del boss, al lado de Lance Armstrong, el amigo americano que le ha ayudado a vivir un momento histórico.

Víctor Hugo Peña, ya de amarillo, habla por teléfono tras bajar del podio.
Víctor Hugo Peña, ya de amarillo, habla por teléfono tras bajar del podio.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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