Diez ambientes intensamente romanos
El buen tiempo y la opulencia artística se alían en la capital italiana
Calzado cómodo y un buen mapa son las mejores armas para una travesía romana. Pero además, en primavera, limoneros, jazmines, hiedras y azaleas apuran el contraste con el color almagre de las fachadas. Y las zonas peatonales, cada vez más numerosas en el centro, se llenan de terrazas desde las que asistir al espectáculo de romanas y romanos, cuya belleza y estilo de vestir son el mejor antídoto contra la tristeza. Roma en la noche, "oscura voz de fuente"; Roma en la luz, "clara canción del día", como escribió Rafael Alberti.
1 El Panteón bajo la lluvia
En un día romano de lluvia, nada mejor que acercarse al Panteón y asistir, en "el más perfecto de todos los monumentos de la antigüedad", según lo describió William Thomas en 1549, a un fenómeno sorprendente: el agua entrando al interior por el óculo de nueve metros de diámetro, también llamado la pupila del cíclope, única fuente de luz del edificio a puerta cerrada. Los guías dicen que la presión del aire interno permite que entre la luz y no la lluvia por el hueco. Pero en uno de esos días romanos de chaparrón, cuando las baldosas desencajadas que empapan los zapatos amenazan a quienes corren por las calles, llegar al Panteón y ver cómo el agua penetra la cúpula, moja el suelo y se pierde por los desagües de este espacio sublime es quizá la experiencia más intensamente romana que se pueda imaginar ("en Roma, uno se acostumbra a verlo todo magnificado", escribió Goethe).
La bóveda tiene un diámetro de 43,30 metros, la mayor realizada nunca de fábrica (la de San Pedro mide 42,56). La altura es igual al diámetro, por lo que el interior forma una esfera ideal, perfecta y armoniosa, comparada por Dion Casio con la bóveda celeste. Comenzado por Agripa entre el 27 y el 25 antes de Cristo, fue Adriano, nacido en Itálica e hijo adoptivo de Trajano, quien hacia el año 125 mandó construir el Panteón sobre el templo precedente para darle la forma que se ha mantenido, increíblemente conservada, hasta hoy. Allí destacaban las estatuas de los dioses cubiertas de joyas, y, según Plinio, había una de Venus con unos pendientes en las orejas engastados con una perla partida por la mitad. Según la leyenda, fue Marco Antonio quien arrebató la perla de las manos a Cleopatra para que ésta no se la bebiese disuelta en vinagre, como había hecho con una perla gemela para ganar una apuesta.
Saliendo del fabuloso monumento, un paseo de unos minutos por el corazón histórico de Roma lleva a la Piazza Navona y, tras el asombro de cruzarla, a la Piazza del Fico. En esta encantadora plaza romana se sitúan la trattoria Da Francesco, donde los clientes se sientan en mesas de manteles a cuadros para dar cuenta de jugosos y sencillos platos típicamente italianos a buen precio, y el bar del Fico, un clásico de la noche romana. Muy cerca, en Via del Governo Vecchio, Da Baffetto abre sus puertas con la reputación de ser una de las mejores pizzerías de la ciudad.
2 Los frescos de la villa de Livia Drusilla
La idea de jardín cerrado tiene en época romana un ejemplo fascinante: los frescos de la villa de Livia, que actualmente se muestran en el Museo Nacional Palazzo Massimo; uno de esos secretos romanos que el viajero avisado no debe dejar pasar de largo. Este jardín, pintado en 5 por 11 metros, compone una alegre y optimista celebración de la naturaleza y la fertilidad, características del arte de la era de Augusto. Los frescos de las paredes representan un pino, un roble, cuatro piceas, laureles, mirtos, adelfas, granados y membrillos, sobrevolados por ruiseñores, golondrinas, oropéndolas y otras especies, entre ellas una urraca (se supone que Augusto poseía una urraca parlante, un cuervo y un loro).
Los frescos proceden de la casa de campo de la mujer de Augusto, una villa también conocida como la de las gallinas albas y situada en Prima Porta, 15 kilómetros al norte de Roma. Los frescos fueron trasladados a la capital en 1955, y hoy se exhiben en el Palazzo Massimo en una habitación que reconstruye el cenador de aquel dominio en el que Livia, la madre de Tiberio, siguió viviendo después de la muerte de Augusto en el 14 de nuestra era. Se considera que la estancia -una puerta y cuatro paredes sin ventanas- era subterránea y en ella se reunían los invitados huyendo del calor.
3 La 'trattoria' de Pasolini
Pommidoro es una forma de decir tomate en el sur de Italia (en italiano de manual, pomodoro). También nombra al restaurante romano de la Piazza dei Sanniti, 44, en cuyas mesas se han sentado desde Almodóvar hasta Capello. Uno de los locales favoritos de Pier Paolo Pasolini, de Moravia y Elsa Morante en el corazón del barrio de San Lorenzo, feudo de la bohemia universitaria. Roma al cien por cien.
4 La cúpula de San Pedro
Miguel Ángel no llegó a ver cómo se levantaba la cúpula de la basílica de San Pedro, en el Vaticano, pese a su obsesión por ella. Fue un arquitecto de menor categoría, Giacomo della Porta, quien la construyó variando la ancha forma proyectada por Miguel Ángel y aumentando la altura en nueve metros. Primero en ascensor, luego por los 302 escalones en tramos cada vez más empinados y secretos, se accede hoy a la bóveda hasta salir a un mirador extraordinario. Desde allí se contempla el equilibrio imperfecto de Roma, los estilos enfrentados que se superponen y dialogan con una gracia asombrosa e inesperada.
Treinta y dos papas tuvieron que sucederse para que la basílica coronada por esta cúpula se viera terminada en 1667 con la columnata de la plaza, obra de Gianlorenzo Bernini. Los trabajos habían comenzado casi dos siglos antes, con Julio II (1447-1513), un papa alto e incansable, enfermo de sífilis y padre de tres hijas, irascible hasta el punto de golpear con su bastón a Miguel Ángel en una agria disputa en la que conminaba al artista a que terminara de una vez los frescos de la Capilla Sixtina.
La primera piedra de San Pedro se puso en 1506, fecha de la que data el primer plano de Bramante, y a partir de ahí más de una docena de arquitectos se fueron relevando. A Bramante le sucederían, entre otros, Rafael y Miguel Ángel. La idea inicial de Bramante, más las de Miguel Ángel, inspiradoras de la fachada y de la cúpula, son citadas como cruciales en el proceso constructivo.
5 Via Condotti-Mercado de Porta Portese
El sábado en Via Condotti, una marea de turistas y de romanos elegantes y despreocupados va de tienda en tienda. En las épocas de rebajas se forman colas en las aceras, y es entonces, al 50%, cuando Via Condotti ofrece un perfil un poco más accesible y humano. Esta calle, que une la Via del Corso con la plaza de España, se ha convertido en el centro de toda un área dedicada a la moda. De Prada a Gucci, las principales marcas abren sus espacios junto a otras tiendas de firmas menos consagradas, pero en ocasiones igual de interesantes (e incluso más, cuando se percibe todavía viva la insuperable tradición artesanal italiana). Via Borgognona, Via delle Vite y Bocca di Leone son reclamos en un recorrido que puede acabar en el histórico café Greco, en el 85 de Via Condotti. Una lista de personajes que frecuentaron el café da cuenta de su solera: Goethe, Byron, Stendhal, Leopardi, Casanova, Schopenhauer, Wagner, Liszt, Bizet, Balzac, Gogol, Thackeray, Tennyson, Keats...
La otra cara de Via Condotti hay que buscarla el domingo en el mercado de Porta Portese, en la calle del mismo nombre en el Trastévere. Un mercadillo para comprar a bajo precio y, sobre todo, asistir a un desfile humano en el que los carabineros dan la espalda en aparente armonía a trileros que parecen sacados de una película de Monicelli. Abundan las falsificaciones de bolsos que en Via Condotti resultan prohibitivos y que aquí se venden 20 veces por debajo del precio del original. El rastro ha perdido interés por la acumulación de puestos de ropa o artilugios diversos en detrimento de los anticuarios y almonedas, pero aun así pueden surgir agradables sorpresas.
6 El templete de Bramante
Subir las escaleras hasta la sede de la Academia de España en Roma es el mejor final en un paseo por el Trastévere, el barrio más auténtico de Roma, el barrio de Anna Magnani y Rafael Alberti ("Trata de no mirar sus monumentos, / caminante, si a Roma te encaminas. / Abre cien ojos, clava cien retinas, / esclavo siempre de los pavimentos"). Allí, en el patio, se encuentra el Tempietto circular de San Pietro in Montorio, comenzado en 1502 por encargo de los Reyes Católicos. Fue la obra con la que Bramante (1444-1514) deslumbró a sus contemporáneos. Para el crítico Paul Johnson, es "el único edificio de todo el Renacimiento que se acerca a la perfección". Basado en una serie de templos romanos tomados como prototipo, observa las reglas de la proporción de Vitrubio y, al mismo tiempo, logra una originalidad plenamente renacentista. "Y tiene una última cualidad", observa Johnson en su obra El Renacimiento, "y es que, aunque pequeño, exhibe toda la dignidad de un edificio de vastas dimensiones. En pequeño, representa el sueño de monumentalidad de cualquier arquitecto, logrado con los mínimos medios".
7 Un restaurante
Abierto por Alessandra Marino y Alessandro Tudini en la Piazza de Augusto Imperatore, Gusto es un restaurante cuyo concepto y refinamiento lo han convertido en uno de los lugares más frecuentados de la ciudad. Reformado por el arquitecto Roberto Liorni y con Dario Laurenzi como responsable de los fogones, ofrece servicios de restaurante, pizzería, vinería, librería, tienda de utensilios de cocina y cantina. Además, los fines de semana sirve el brunch. Diseño y buen gusto italiano a raudales.
8 Villa Borghese
El palacio rodeado de jardines es hoy, tras la restauración de los años noventa, uno de los museos romanos más arrebatadores, que alberga varias obras maestras de Gianlorenzo Bernini. Niño prodigio y artista longevo (murió a los 81 años en 1680), Bernini representa el triunfo del barroco y se destaca como el gran director artístico de la Roma del XVII. Estuvo ligado en su juventud a Scipione Borghese, un refinado y extravagante cardenal sobrino del papa Pablo V. La Galleria Borghese muestra la extraordinaria colección de este mecenas, y en ella se encuentran las esculturas del precoz Bernini, que con 24 años ya había empezado su Apolo y Dafne, un barroquísimo tour de force con el dios persiguiendo a la ninfa y ésta transformándose en laurel. El rapto de Proserpina y el David son otras de las obras juveniles de Bernini expuestas en las exquisitas salas de la villa, obra del arquitecto Giovanni Vasanzio
.9Los 'caravaggios' de la iglesia de San Luis de los Franceses
De iglesia en iglesia, de museo en museo, los cuadros de Caravaggio (1571-1610), esparcidos por toda Roma, componen un completo recorrido por el realismo turbulento, la sensualidad provocadora y la conquista de la luz de este maestro del arte capaz de pintar a san Mateo como un anciano con los pies sucios o trasladar de la calle al lienzo a personajes de vitta violenta. Aunque una parte de su carrera se desarrolló en Roma, "su fuerte enraizamiento popular, su atracción por los jóvenes del puerto y su gusto por las peleas lo convierten en el primer y el más grande intérprete de ese caos de sufrimientos y pasiones que llamamos Nápoles", escribe Dominique Fernández en su Viaje a Italia. El novelista parisiense destaca en el pintor el tumulto y la efervescencia interior que derivan en escorzos dramáticos y claroscuros fuliginosos, rasgos de los que nace el gusto moderno, "la fiebre de la gran ciudad y de las multitudes transmitida por los temblores de las sombras". La ruta romana de Caravaggio pasa por la pinacoteca vaticana (el Descendimiento), Santa Maria del Popolo (Crucifixión de san Pedro y Conversión de san Pablo en el camino de Damasco), la Galleria Doria Pamphili (Reposo durante la huida a Egipto), los museos capitolinos (San Juan Bautista niño), la Galleria Borghese (David con la cabeza de Goliat y Madonna dei Palafrenieri), San Agustín (Virgen de los peregrinos), o la Galleria Nazionale dell'Arte Antica, en el Palazzo Barberini (Judith y Holofernes). Hasta llegar, en un paseo desde la Piazza Navona hasta el Panteón, a la iglesia de San Luis de los Franceses, que contiene tres de sus más logradas pinturas religiosas: San Mateo y el ángel, La conversión de san Mateo y El martirio de san Mateo.
10 Piazza del Campidoglio y Museos Capitolinos
Hoy, la colina sigue siendo un lugar donde el precio de subir las escaleras de acceso depara emociones superlativas: el equilibrio de la plaza proyectada por Miguel Ángel (con la estrella que forma el pavimento, realizada en 1940 por Antonio Muñoz según un dibujo del genial artista); las colecciones de los Museos Capitolinos (en el Palazzo Nuovo y en el Palazzo dei Conservatori), y las vistas del Foro que se obtienen desde el subterráneo del tercero de los edificios, el Palazzo Senatorio. En esta zona, en la época imperial, se alzaba el templo de Júpiter, el mayor de Roma. Presidía la colina sur del Capitolio, centro de poder en todas las edades, allí donde Bruto arengó al pueblo, "todavía en caliente", tras el asesinato de César, y Petrarca fue coronado con laurel. En su amena obra Roma, biografía de una ciudad, Christopher Hibbert recuerda asimismo que Edmund Gibbon (1737-1794) concibió la que luego sería su gran Historia, "mientras disfrutaba del Capitolio en la penumbra de un atardecer de octubre".
A un lado de este mítico promontorio, y para recordarnos que siempre habrá gente dispuesta a ahogar las perspectivas, se levanta un "lujoso urinario", así definido por Papini: el monumento de 1911 a Vittorio Emmanuele II, primer rey de Italia, obra de Giuseppe Sacconi. Aunque el detestado edificio arrincona al Capitolio y a la iglesia medieval de Santa Maria in Aracoeli -que guarda al Santo Bambino, imagen tallada en el siglo XV, según la leyenda, en madera de un olivo de Getsemaní-, las vistas desde su terraza no son desdeñables.
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