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"Han entrado en mi país", grita el coronel Saleim

Había anochecido

anticipadamente en la frontera con el invadido emirato de Kuwait ocho horas

antes de que el coronel kuwaití Ahmed Saleim me tradujese jubiloso un parte

en árabe de la emisora de radio británica BBC: "¡Están dentro! ¡Han entrado

en mi país!". Kuwait estaba ahí, detrás de una pared de humo y hollín que

ocultaba las trincheras más desgraciadas del mundo, las de los soldados

iraquíes. Kuwait era esas lenguas de fuego subiendo al cielo: una, dos,

tres, cinco, quince llamaradas que casi me quemaban; quince antorchas de

petróleo a tres kilómetros de distancia que iluminaron la noche del asalto

final, una noche en la que la explosión de las bombas pareció música a

los kuwaitíes.

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