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Verano radiante en las capitales rusas

Moscú y San Petersburgo desvelan sus mayores encantos con el buen tiempo

Pero hay verano en Rusia? Claro que sí. Cierto que la Rusia de verano no es la más genuina y que el tiempo atmosférico en el país más grande del mundo está tan loco que puede nevar en agosto. Pero verano hay. Corto, a veces bochornoso, casi siempre impredecible y, como tantas cosas en Rusia, fascinante.

Y lo mejor de todo: el otro tiempo, el que mide el curso de la vida, cunde mucho en el verano ruso, de días interminables en los que parece que nunca se pone el sol. Cunde más, por supuesto, cuanto más al norte. Más, por ejemplo, en San Petersburgo que en Moscú.

El viajero que tome a medianoche el tren Flecha Roja en la estación de Leningrado moscovita pensará tal vez, si renuncia a dormir y descorre las cortinillas de su compartimento, que algún fantasma le ha robado la noche. Hará bien, si quiere empaparse de la atmósfera de una ciudad única, en llevar en el equipaje joyas como Noches blancas, de Dostoievski. Y El capote, de Gógol. Y El jinete de bronce, de Pushkin, poema que podrá ver transmutado en estatua no muy lejos del Ermitage. Resulta sorprendente cómo la ciudad que Pedro el Grande se inventó hace 299 años tan a imagen de Europa es tan rusa en su literatura y, a fin de cuentas, en su ser más íntimo.

Sobre la rusicidad de Moscú no cabe ninguna duda. Sobre su sovietismo, tampoco. Lo primero, por las cúpulas de cebolla de sus iglesias ortodoxas, por el Kremlin y cuanto le rodea, por el carácter de su gente. Lo segundo, por sus edificios mastodónticos, sus gigantescas avenidas, el temor reverencial al poder y la burocracia...

Rusia es algo más que Moscú y San Petersburgo, pero no cabe duda de que ambas son rusas hasta el tuétano. Para descubrirlo, lo mejor es no sentirse turista. Y, para intentarlo, hay que buscar un par de horas para descubrir que el alfabeto cirílico no es tan fiero como lo pintan.

Un grupo de turistas se fotografía delante de la iglesia ortodoxa de San Basilio, del siglo XVI y uno de los iconos de la plaza Roja de Moscú por sus cúpulas en forma de bulbo.
Un grupo de turistas se fotografía delante de la iglesia ortodoxa de San Basilio, del siglo XVI y uno de los iconos de la plaza Roja de Moscú por sus cúpulas en forma de bulbo.GERRIT DE HEUS

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