El curador en el laboratorio
Hace unas semanas, en este mismo periódico, Francesc Torres, nuevo presidente de la combativa Associació d'Artistes Visuals de Catalunya, hacía unas suculentas declaraciones. Entre los asuntos que se trataban en la entrevista, junto a la inevitable referencia a la trienal, Francesc Torres destacaba con acierto que Barcelona debería asumir de una vez por todas que poco tiene que decir y aportar en el mercado del arte -en otra ocasión, por este mismo motivo ya pusimos en tela de juicio la eficacia de cualquier modelo ferial- y que, como paliativo inteligente, la ciudad podría apostar de un modo decidido por convertirse en un auténtico laboratorio de arte contemporaneo, un lugar capaz de colocarse en el mapa gracias a sus iniciativas arriesgadas. Lo difícil del asunto es que esa posibilidad requiere unos recursos y una voluntad expresa que permita una gestión profesional de los fondos públicos. Así sucede en otros lugares; el British Council quizá sea el ejemplo más conocido, pero también países menores, como Dinamarca, tienen definidos estos modelos.
Hasta aquí el razonamiento es impecable y, en consecuencia, hay que preguntarse si la ciudad está en verdad preparada para exigir esos posibles mecanismos de gestión que habrían de hacer fructificar lo que presuponemos que ya existe: una envidiable cantera de productores culturales (cada vez suena más añeja la expresión artistas) y un nutrido batallón de sabios curadores (la noción de comisario también debería caer en un progresivo desuso). Frente a estas simples observaciones, la respuesta también parece fácil. Por lo que se refiere a los productores de cultura contemporánea, todos estamos convencidos de que no hemos de envidiar a nadie, de que aquí hay un espíritu creativo sin par y de que si nuestros artistas no triunfan en los certámenes internacionales sólo se debe a que nadie sabe de su existencia (llegados a este punto, pedimos licencia para libranos de comentar la presencia española en la recién inaugurada edición de Documenta en Kassel). En cuanto a la otra cuestión, la que hacía referencia a la existencia de un cuerpo de críticos, ensayistas, historiadores, gestores y demás modalidades de todo aquello que confluye en la noción del curador, pues bueno, aquí las cosas no despiertan tanto consenso, lo cual es inevitable, pues en este terreno es más dificil hallar los parámetros para emitir juicios suficientemente sólidos. La caricatura es simple: si alguien instala sus producciones en un espacio artístico de suficiente prestigio, eso lo santifica como artista o al menos funda una expectación que queda abierta a partir de ese momento; pero si el panfleto que acompaña a la misma exposición reproduce cuatro palabrejas de un aspirante a crítico esto, como es natural, no merece la menor atención ni supone en absoluto la señal de una nueva trayectoria profesional. Esta dificultad para encontrar unas coordenadas que permitan reflexionar sobre esta cuestión, de un modo casual, se vio paliada sólo dos días después de las declaraciones de Francesc Torres. En efecto, el pasado 15 de junio, en el flamante auditorio de Caixafòrum, tuvo lugar una jornada de conmemoración del vigésimo aniversario de la Sala Montcada, la pequeña galería dedicada al arte contemporáneo que la Fundación La Caixa mantiene abierta en la calle del mismo nombre. Por la idiosincrasia de esta sala y por el protagonismo que se le ha concedido al curador en su dinamica de acción, éste es, como decíamos, un buen ejemplo para apuntar lo que a nuestro parecer es más acuciante respecto de la idea misma del curador y de su posible papel en el contexto del arte contemporáneo en Barcelona.
El encuentro convocado para celebrar tan feliz aniversario fue un éxito previsible. Todos los que nos encontrábamos allí -vinculados de algún modo a la historia de la sala- no podíamos más que elogiar la iniciativa de Maria Corral, que ha permitido trabajar en unas condiciones sin par en la ciudad. El modelo de gestión de la sala ciertamente ha variado con los años, pero siempre avanzó en la dirección que lo ha caracterizado en sus últimas temporadas: poner la programación del año en manos de un solo curador que, por lo general, desarrolla unos ciclos expositivos con una tesis de fondo de la mano de artistas de nuestro entorno junto a otros de reconocido prestigio internacional. Esto que parece una fórmula casi de perogrullo es en realidad una excepción en Barcelona -con medios más menguados, sólo el Espai 13, en la Fundación Miró, y La Capella, gestionada por el Icub, pueden soportar una comparación-, y de ahí que la Sala Montcada, con su estilo de gestión, brinde una excepcional oportunidad para reflexionar sobre el tema que nos ocupa. En esta perspectiva las primeras cuestiones que cabe plantearse son sencillas pero significativas. Por una parte, es obvio que la operación de aunar productores locales con nombres consagrados ya internacionalmente es un buen pretexto para dar un marco a los nuestros y así demostrar que no desmerecen; sin embargo, es muy difícil no presuponer que el mismo gesto de acudir a nombres de prestigio es una estrategia que básicamente pretende legitimar al propio comisario. Las oportunidades que brinda la ciudad son tan escasas que, en una coyuntura favorable como la que ofrece la Sala Montcada, es legítimo que el curador de turno intente elaborar un proyecto con primeras figuras. Por otra parte, y todavía bajo el modelo Montcada, también hemos de preguntarnos si Barcelona está en condiciones de lanzar a la arena cada año a un nuevo curador que después no tendrá demasiadas oportunidades para continuar ejerciendo. La solución más rápida bien podría ser que se tuviera también en cuenta la posibilidad de invitar a jóvenes curadores extranjeros; eso brindaría la oportunidad de multiplicar los encuentros en otra dirección, con la ventaja añadida de no crear más carne de cañón. Otra solución, pero de vía lenta, pasa ineludiblemente por inventar de una vez por todas las estructuras que canalicen la información y los proyectos, que puedan importar y exportar ideas y que nos permitan, algún día, poder celebrar resultados sin el amparo de La Caixa omnipresente.
Martí Peran es profesor de Historia del Arte de la UB
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