Nacionalismo e internacionalismo

Cuando uno lee que Carbonell Figueres, una empresa molt de casa, está señalada con el dedo de la mentira, la injusticia, el casi esclavismo, el engaño más abyecto de 60 inmigrantes chilenos que abandonaron su país con la esperanza de trabajar en condiciones que les permitieran ahorrar algo para mejorar, y uno, además, lee que Andrés Bernabé, un capataz, es decir, un responsable engominado de recursos humanos (¡qué barbaridad!), ha exclamado, sin duda con el tono que la situación requiere, que él no va a 'perder el tiempo hablando de esto', recuerda instantáneamente las reiteradas llamadas de algunas fuerzas, izquierdas no excluidas, para formar frentes nacionales, o marcos nacionales, o políticas unitarias de país, frente a gentes de allí o de más allá que nunca nos entienden ni nos comprenden, pero que presuponen, eso sí, identidad de intereses entre todos los de aquí, tan sólo y exclusivamente por ser de aquí. Pues bien, a uno le sabe mal ser tan antiguo, pero tiene ganas de decir que se siente mucho más cerca de los 60 trabajadores chilenos que de los Carbonell and company o de los Bernabé de turno. La izquierda hablaba antes de internacionalismo y no se sabe cómo ni cuándo se olvidó del prefijo y se quedó con el gastado, viejo, identitario y transnochado sustantivo. Eso sí, muy posmoderno, limpio y exquisito.