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Reportaje:Mundial 2002 | Brasil-Alemania, un duelo inédito

Un lateral para el 'Guinness'

El brasileño Cafú se convertirá hoy en el único jugador con tres finales consecutivas

Una tarta de chocolate fue el obsequio que Cafú recibió de sus compañeros el pasado día 7 en la concentración de la selección brasileña. Se celebraba el trigésimo segundo cumpleaños del capitán de un equipo que había comenzado el Mundial con buen pie tras derrotar a Turquía. Siempre con su eterna sonrisa por delante, el agasajado declaró sentirse como 'un joven de 32 años', como un auténtico 'menino'.

Tres semanas después, el hombre más veterano del conjunto tetracampeón del mundo se siente todavía más joven, espoleado por la ilusión que supone convertirse en el único futbolista que ha jugado tres finales de la Copa del Mundo de manera consecutiva. No lo logró ni Pelé, el estandarte del Brasil de los años dorados. Ahora los ojos de Cafú tienen un brillo especial: 'Miren mi sonrisa. Estoy sonriendo, pero es algo que debo contener dentro de mí'. El lateral del Roma se emociona al pensar en la posibilidad de emular a Mauro, Bellini, Carlos Alberto o Dunga, los capitanes brasileños que tuvieron el honor de disfrutar ese instante mágico que supone la entrega del gran trofeo.

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En Brasil hay un dicho popular perfectamente aplicable a los comienzos de Cafú como jugador: 'Comió el pan que el diablo amasó'. Los inicios no fueron fáciles para Marcos Evangelista de Moraes, ya que fue rechazado tres veces en las pruebas para ingresar en las categorías inferiores del São Paulo en la primera mitad de los ochenta. Pasó por equipos desconocidos, como el Itaquaquecetuba, en el que un técnico le bautizó con el seudónimo de Cafú porque su juego vertical y habilidoso le recordaba a Cafuringa, un extremo derecho del Fluminense en los setenta.

Al cuarto intento, algún ojeador del São Paulo vio algo aprovechable en aquel joven delgaducho que corría por la banda con los pulmones siempre a punto de reventar. Y no se equivocó. Tras una gran actuación con la selección paulista de jóvenes, el maestro Telé Santana le subió al primer equipo, en el que Cafú se hartó de ganar títulos: un campeonato brasileño, tres paulistas, una Recopa suramericana, dos Copas Libertadores de América y dos Copas Intercontinentales.

Con 22 años, Cafú presenció como Raí clavaba el balón en la escuadra de la portería de Zubizarreta en aquella inolvidable final que el São Paulo ganó al gran Barcelona de Cruyff. Y al año siguiente también escuchó como Müller dedicaba con sorna el gol de la victoria a Costacurta, el central que formaba con Baresi el eje de la zaga de un Milan que llegó a la final de Tokio con fama de invencible y se marchó derrotado por 3-2.

Todos esos momentos los vivió Cafú desde el privilegiado lugar que representaba la banda derecha de aquel fantástico equipo que reunió los talentos de gente como Raí, Toninho Cerezo, Leonardo, Müller, Palinha o Juninho.

Telé Santana le enseñó a jugar como lo hace ahora, con una verticalidad y una insistencia ofensiva impropias de un fútbol que parece jugarse con el freno de mano puesto. Es tanta la admiración que el alumno siente aún por su maestro -ahora alejado del fútbol por su delicado estado de salud- que le ha guardado la camiseta que utilizó frente a Bélgica en los octavos de final.

Cafú dejó el São Paulo para buscar más títulos en Europa. A mediados de los noventa, el Madrid soñaba con su fichaje, pero renunció por el alto coste de la operación para contratar poco después al anónimo Vitor, compañero de Cafú en el cuadro paulista. Los derechos de Cafú habían sido adquiridos por la multinacional Parmalat, que en aquel momento gestionaba clubes como el Palmeiras o el Parma, pero una clausula impuesta por el São Paulo no le permitía fichar por otro club grande brasileño sin antes pasar por Europa. Ahí surgió la posibilidad de ir al Zaragoza, en el que jugó media temporada, fuera de forma y sin exhibir su auténtico potencial. Era simplemente un puente, igual que los seis meses que jugó a continuación en el modesto Juventude de Caxías, para poder aceptar una oferta difícil de rechazar: el Palmeiras, con el dinero de Parmalat y el proyecto deportivo de un técnico con buen gusto como Wanderley Luxemburgo, estaba montando un equipazo: Roberto Carlos se acababa de marchar al Inter, pero había llegado sangre joven al equipo: Rivaldo, Djalminha, Junior, Flavio Conceiçao, Müller, Luizao..., un equipo que arrasó en el Campeonato Paulista -el más fuerte de Brasil- marcando 103 goles en 30 partidos.

Brasil se le había quedado definitivamente pequeño y en el 97 fichó por el Roma, en el que le esperaba otro técnico con talante ofensivo capaz de fomentar su descaro atacante. Zdenek Zeman liberó a Cafú para jugar casi como un extremo en el equipo más ofensivo que se ha visto en el último decenio en el rocoso calcio. La fogosidad de su fútbol, sus asistencias, sus desbordes... Todo convence a los entrenadores y Fabio Capello le ha declarado intransferible. Seguirá admirando a Pelé, su ídolo de la infancia; disfrutando del fútbol de Zidane, su jugador favorito de la actualidad, y atendiendo a su fundación Alimentando Sueños, de ayuda a los niños necesitados en São Paulo.

Cafú despeja de <b></b><i>cuchara</i>.
Cafú despeja de cuchara.ASSOCIATED PRESS

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