Broadway en Montparnasse
Uno. La Rue de la Gaîté, en Montparnasse, junto al cementerio donde descansan Baudelaire y Cortázar, es el 'pequeño Broadway' parisino; un Broadway de aire bretón, con aroma a crêpes, a moules marinières y, sobre todo, a teatro. Ya en 1807, la Rue de la Gaîté albergaba, según las crónicas, una docena de cabarés y guinguettes. Actualmente, en sus apenas cien metros, los que van de la Avenue de Maine al Boulevard Edgar Quinet, se alinean cinco salas en constante actividad, y las colas de espectadores se confunden. Están los que van a ver a André Dussolier, que presenta su recital Sacrés Monstres en el Gaîté-Montparnasse, y los que, justo al lado, aguardan a la puerta de Bobino, ahora readaptado a la moda de la stand-up comedy, donde Dieudonné, un virulento humorista de raza negra (un Coluche de izquierdas, candidato de Rassemblement Pour la Démocratie), arrasa con Cocorico, la historia de un clown que se presenta a las elecciones. La Cómedie Italienne, un poco más abajo, también se dedica a la sátira política, con Le très edifiant destin de Silvio Berlusconi, de Iago Migatti-Lulli. Y el Rive Gauche, casi en la esquina del Boulevard, ofrece un doble programa: Comment devenir une mère juive en dix leçons, de Paul Fuks, y Porte de Montreuil, de Lea Fazer. Sin embargo, mi objetivo de esta visita ha sido el histórico Thêatre Montparnasse, el más antiguo de la calle -la 'casa' de Gaston Baty y de Anouilh- que no para de enlazar éxitos desde que a finales de los ochenta cayó en manos de Myriam Feune de Colombi, una productora con nombre de personaje de Modiano. He ido al Montparnasse para ver el gran éxito de la cartelera parisiense, La boutique au coin de la rue, una adaptación de The Shop Around the Corner (El bazar de las sorpresas, en España), el clásico de Lubitsch, con 200 funciones y 5 molières a sus espaldas.
Evelyne Fallot, una periodista de L'Express, se ha hecho de oro con esta función. Su adaptación hubo de esperar diez años, el tiempo que tardó en conseguir los derechos de los herederos de Lubitsch el coproductor del espectáculo, el americano William Johnston, un promotor inmobiliario afincado en París y loco por el teatro. Curiosamente, en los créditos de La boutique se menciona, faltaría más, a Miklos Laszlo, autor de Perfumería, la obra que inspiró la película, pero no se hace referencia alguna a Samson Raphaelson, autor del extraordinario guión original, rebosante de giros inesperados y dotes de observación, que Evelyne Fallot y el director del montaje, Jean-Jacques Zilbermann, han seguido al pie de la letra.
Dos. Ambientada en el Budapest de los años treinta, en una tienda de la esquina de las calles de Balta y de Andrassy, la comedia, como recordarán, se centra en una brillante idea dramática: el jefe Kralik y su empleada Klara se aman, sin saberlo, por correspondencia, pero se detestan en la vida real. En la adaptación de Fallot y Zilbermann, la tienda de artículos de regalo del señor Matutchek es ahora una librería. La espléndida escenografía de Stéfanie Jarre, montada sobre un giratorio, nos muestra la calle y el interior del negocio, donde transcurre casi toda la acción. Jean-Jacques Zilbermann, que hasta ahora sólo había hecho cine, ha debutado aquí como director escénico, y se nota por partida doble: por la eficacia de sus soluciones de montaje y por su tendencia a prescindir del matiz. Sin su cámara escrutando las oscilaciones anímicas de los personajes, Zilbermann opta por 'bajar' excesivamente a platea los perfiles y las emociones, telegrafiándolas: así, hasta el más miope puede percatarse de que Vadas (Manuel Bonnet), al que sólo le falta cruzar el escenario con el cuello de la gabardina subido y mirando a los lados, es el villano de la historia. También resulta convencional la fácil comicidad del Kralik de Samuel Labarthe, prescindiendo de la intensidad romántica que James Stewart insuflaba a su personaje. La estrella de La boutique es, de largo, la joven Florence Pernel, que interpreta a una Klara infinitamente más matizada, con un humor suave y lírico y un gran encanto, rodeada de un reparto de notables características, en el que destacan el emotivo Jean-François Derec (el Pirovitch encarnado por el gran Félix Bressart) y el veteranísimo Wojtek Pszoniak (Matutchek), que arranca los aplausos del público en la escena de su solitaria noche navideña. Triunfa, por encima de todo, el perfume yídish de la reconstrucción, la atmósfera de la época, y el juego, muy bien repartido, con las salvedades indicadas, de la compañía. Y triunfa, cómo no, el texto. El tercio último, cuando la tienda ha cerrado sus puertas y Kralik decide revelarle a Klara el secreto de su correspondencia y pedir su mano, sigue siendo una maravilla, un espléndido marivaudage levantado frase a frase, peldaño a peldaño, en el que Samuel Labarthe emboca el tono justo y Florence Pernel encuentra, al fin, un partenaire a su altura: la química de la pareja llega a la ebullición y La boutique au coin de la rue acaba 'en punta', premiada con ovaciones. He aquí una función, pues, que podría obtener un éxito similar en los escenarios españoles.
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