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La nueva cultura del agua

Un hecho trascendental como el amplio movimiento social reunido en torno a la lucha contra el Plan Hidrológico Nacional y el trasvase del Ebro -en definitiva, la reivindicación de una nueva cultura del agua-, comporta interpretaciones complementarias. Una es política. El movimiento antitrasvase, junto al conflicto en Les Gavarres el pasado verano, demuestra que el territorio que antes era feudo de CiU, fuera de la región metropolitana, paulatinamente ha empezado a reaccionar contra la política de un Gobierno de la Generalitat del que, cada vez más, se trasluce su acuerdo con intereses privados en inversiones infraestructurales e inmobiliarias.

Otra es cultural. Procedemos del agua. Un tanto por ciento de nuestro cuerpo es agua, en parte líquida, en parte espesa y roja. Biólogos, naturalistas y antropólogos han observado que el contenido salino de la sangre humana es básicamente el mismo que el de los mares primigenios, justificando así los mamíferos marinos como antecedentes de los seres humanos. El agua es nuestra fuente y condición primordial de vida, por mucho que nos escudemos en el mundo artificial.

Otra es territorial. Sin agua no es posible ni la vida humana ni el establecimiento de los asentamientos urbanos. Al principio de Los diez libros de arquitectura, el arquitecto romano Vitruvio insistió hace 20 siglos en que toda ciudad y monumento deben emplazarse en 'los parajes más saludables y donde haya fuentes de aguas abundantes'. Sin embargo, esta lógica natural se perdió tras la revolución industrial, persiguiendo el objetivo no sólo de explotar todos los recursos y sacar partido de todas las corrientes de agua, sino con la voluntad aberrante de fundar ciudades en lugares sin agua, como Las Vegas en el desierto. De esta manera, muchas grandes ciudades se han desarrollado a medida que han ido destruyendo los recursos de agua: México DF crece sin parar y tiene hipotecada el agua en un futuro próximo; en EE UU, el 40% de las aguas están contaminadas; en ciudades como Caracas o Buenos Aires los ríos son densas y putrefactas cloacas; el Llobregat y el Besòs hasta hace poco eran dos de los ríos más contaminados de Europa.

Por tanto, es totalmente necesaria una nueva cultura del agua que no sólo promueva la disminución del consumo doméstico, sino que, sobre todo, comporte una total transformación de los sistemas de riego en la agricultura, que optimice las redes de distribución evitando pérdidas y que ponga en crisis usos tan nefastos para la economía del agua como la proliferación de campos de golf y de urbanizaciones descontroladas en áreas periféricas.

Otra implicación es social. Lo que en Cataluña es sólo un aviso de futuras restricciones de un bien que damos por disponible, en muchísimos países es un bien escaso, contaminado y de acceso dificilísimo. Disponer de agua potable se ha convertido en uno de los indicadores de calidad de vida de los habitantes de un planeta en el que las coordenadas de la lucha de clases se han trasladado a la posesión y administración de los bienes del medio ambiente. Los países ricos y las clases poderosas concentran el poder sobre el agua potable, la energía, la comunicación, la salud y la calidad del medio en detrimento de los países y sectores pobres para los que quedan las epidemias, la contaminación, las catástrofes, los desastres ecológicos y la escasez de agua potable. Una situación de darwinismo social que raramente se reconoce: unos almacenan la riqueza ambiental para sobrevivir mientras condenan a los desheredados a la enfermedad, los accidentes y la gran dificultad para acceder al agua. Hay más refugiados por causa de la escasez de agua que por las guerras. En un planeta cuya superficie se compone en sus tres cuartas partes de agua, la sexta parte de la humanidad carece de acceso a agua potable, 2.400 millones de personas no disponen de adecuado saneamiento y todos los años mueren aproximadamente cinco millones de personas -la mitad de ellos niños- por enfermedades contraídas por aguas contaminadas. El agua, bien escaso, es cada vez más una de las mayores herramientas de poder. El objetivo de los movimientos ecologistas que reclaman, entre otros, el derecho al agua potable, es la única manera de evitar que unas culturas aseguren su pervivencia en el planeta a costa de sacrificar a otras; que unos vivan de manera lujosa, despilfarrando, mientras dejan como herencia la inmensa marca de su huella ecológica.

Pero al mismo tiempo que el poder disponer de agua potable es motivo de conflicto, la historia nos demuestra que también ha sido motivo de acuerdo y solidaridad: formando en los inicios comunidades urbanas al lado de los ríos, lagos y mares; construyendo obras colectivas de canales de riego para nutrir los campos y para beber, como en la España meridional y en el norte de África; creando en los periodos de crecimiento canales industriales para otorgar fuerza a las fábricas, como en los ríos catalanes; y en la actualidad siendo el detonante que agrupa amplios movimientos sociales en defensa de una nueva cultura del agua, basada en un uso eficiente y en unas redes de suministro que sigan una lógica sostenible.

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Por último, no se puede olvidar una lectura técnica. A las profesiones técnicas que tienen que ver con la construcción del territorio -ingenieros de caminos, industriales y de telecomunicaciones, arquitectos y aparejadores- les falta totalmente formación en la cultura del medio ambiente y se siguen formando exclusivamente en la supervivencia de una cultura industrial y desarrollista totalmente en crisis. Ya va siendo hora de que los planes de estudio que siguen los futuros técnicos catalanes se reformen completamente con la introducción de materias de la cultura humanista y biológica que tengan que ver con el medio ambiente; la psicología y la percepción del entorno; las fuentes de energía, su uso y su ahorro; en definitiva, una nueva concepción de la tecnología. Precisamente ahora, que el rectorado de la Universidad Politécnica de Cataluña, en donde se forma la mayoría de los futuros técnicos catalanes, acaba de cambiar, con un equipo renovador que procede de la izquierda tradicional, tiene que ser el momento clave e irrenunciable para que esta transformación se produzca, aprendiendo de experiencias pioneras como algunas asignaturas dedicadas al medio ambiente y organizaciones como Enginyeria Sense Fronteres y Estudiants Sense Fronteres d'Arquitectura.

Pero al mismo tiempo que el poder disponer de agua potable es motivo de conflicto, la historia nos demuestra que también ha sido motivo de acuerdo y solidaridad: formando en los inicios comunidades urbanas al lado de los ríos, lagos y mares; construyendo obras colectivas de canales de riego para nutrir los campos y para beber, como en la España meridional y en el norte de África; creando en los periodos de crecimiento canales industriales para otorgar fuerza a las fábricas, como en los ríos catalanes; y en la actualidad siendo el detonante que agrupa amplios movimientos sociales en defensa de una nueva cultura del agua, basada en un uso eficiente y en unas redes de suministro que sigan una lógica sostenible.

Por último, no se puede olvidar una lectura técnica. A las profesiones técnicas que tienen que ver con la construcción del territorio -ingenieros de caminos, industriales y de telecomunicaciones, arquitectos y aparejadores- les falta totalmente formación en la cultura del medio ambiente y se siguen formando exclusivamente en la supervivencia de una cultura industrial y desarrollista totalmente en crisis. Ya va siendo hora de que los planes de estudio que siguen los futuros técnicos catalanes se reformen completamente con la introducción de materias de la cultura humanista y biológica que tengan que ver con el medio ambiente; la psicología y la percepción del entorno; las fuentes de energía, su uso y su ahorro; en definitiva, una nueva concepción de la tecnología. Precisamente ahora, que el rectorado de la Universidad Politécnica de Cataluña, en donde se forma la mayoría de los futuros técnicos catalanes, acaba de cambiar, con un equipo renovador que procede de la izquierda tradicional, tiene que ser el momento clave e irrenunciable para que esta transformación se produzca, aprendiendo de experiencias pioneras como algunas asignaturas dedicadas al medio ambiente y organizaciones como Enginyeria Sense Fronteres y Estudiants Sense Fronteres d'Arquitectura.

Josep Maria Montaner es arquitecto.

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