Una veloz ráfaga de gol

Owen. Una voz corta, rápida, con resonancia a ráfaga, a hoja removida por el viento. Michael Owen (Chester, 1979) reúne en dos sílabas los ingredientes que le han llevado a batir todos los récords de precocidad en el fútbol inglés y, de paso, en el fútbol europeo. Hijo de un ex jugador del Everton, Owen debutó con 17 años en las filas del equipo enemigo, el Liverpool, en un partido contra el Wimbledon. Era el año 1997 y el pequeño delantero, 1,73 metros, marcó su primer gol. Un profético prólogo a una carrera desbocada. En 1998 fue el máximo anotador de la Liga inglesa, con 18 tantos, y apareció con la mayoría de edad recién estrenada vestido con la camiseta de la selección absoluta de su país.

Owen es un delantero rápido y contundente. Un jugador que siempre encuentra un atajo, un camino corto y directo hacia el área. Con frecuencia, además, un camino entretenido. Y allí, en el área, se dedica a lo suyo, a meter goles. Goles al Roma para llevarse la Copa de la UEFA. Goles, tres, a Alemania para conseguir el pase al Mundial y una goleada histórica (1-5). Goles para llevarse la Copa inglesa frente al Arsenal. Todos este año.

Sin embargo, Owen es un tipo tímido lejos del césped. El delantero nunca ha querido abandonar el barrio en el que creció y vive rodeado de familiares y amigos que ocupan las casas colindantes a la suya. Ya tienen un nuevo éxito de Owen para comentar en la barriada. Nada menos que un Balón de Oro.