La última víctima del Envalira
Joseba Beloki sufrió en el puerto andorrano el mayor desfallecimiento de su carrera
La subida de Envalira, en los Pirineos, entre Francia y Andorra, parece un puerto pequeño, largo y tendido, domesticado, sin la agresividad salvaje de los grandes de los Alpes, Galibier y Glandon, ni la dureza o el pavor que inspiran el Tourmalet o el Aubisque, en los Pirineos. Es un puerto de transición, una carretera de tres carriles en cuesta, poco más. Es también, pese a todo, uno de los puertos que más ha hecho sufrir a los grandes. Hace casi 40 años, en 1954, Anquetil, que temía a una bruja y se dedicó a la barbacoa la víspera, pasó allí, subiéndolo desde Andorra, uno de los peores momentos de su carrera, atacado por Poulidor. Allí, en 1997, llegando a su cima, Riis, el ganador del Tour del 96, se dio cuenta de que no repetiría su triunfo y designó sucesor a Ullrich el mismo día en que todos nos dimos cuenta de que Olano nunca sería un escalador, subiendo forzado tras la rueda de Beltrán, y sin perder mucho tiempo, pero lejos de un pelotón de 40.
Allí, ayer, Joseba Beloki sufrió el gran desfallecimiento de su vida.
El líder de la Vuelta, el gran favorito, el hombre que tenía en sus manos todas las claves de la victoria, perdió 19 minutos y 55 segundos. Joseba Beloki bajó el Envalira llorando, rodeado de todo su equipo. Los avisados ya sabían que Beloki estaba mal antes incluso de salir. Los rivales le habían visto débil en La Molina, la víspera. 'Pensé que eso era una crisis pasajera, lo normal el día siguiente al del descanso', explicó luego Beloki, gafas de sol todavía, tapando los ojos. Era algo más. Lo supo todo el pelotón enseguida. 'ONCE-Eroski a cola de pelotón por Beloki', 'ONCE-Eroski a cola de pelotón por Beloki', repetía Radio Vuelta durante la ascensión del Puymorens. Algo pasaba. Su equipo, sus fieles compañeros, que le habían llevado tranquilo aparentando que no pasaba nada, ya no pudieron esconder su pánico. Zarrabeitia aceleró hasta la cabeza del pelotón, donde Baranowski y Odriozola marcaban un ritmo de infierno, y abroncó a la moto de televisión, como si fuera ella la que acelerara la carrera a la velocidad que ya Beloki no podía aguantar.
No era la moto. Era la rabia. El llanto. El derrumbe psicológico. El pánico ante una crisis inesperada. Beloki perdió el control. Se paralizó. 'Fue el día más triste del año', dijo. 'Y precisamente me ha tenido que pasar aquí, donde he estado todo agosto machacándome en los puertos'. Todo su equipo, salvo Igor González de Galdeano, que intentó sacar las castañas del fuego, se quedó atrás con él, en triste cortejo, despacio. 'No podía bajarme de la bicicleta teniendo conmigo a esta gente, animándome y hablándome'. Salvándole la vida.
Beloki no sabía lo que le había pasado. Sólo conocía los síntomas. 'Me he sentido vacío, sin fuerzas. No es normal que me pase esto dos días después de un gran día de montaña, en que con fortaleza conquisto el liderato. He tenido sensaciones de estar enfermo'. Tampoco Manolo Saiz conocía las razones. 'Cuando volvamos a España le haremos unos análisis y ya veremos', avanzó. Después, todos juntos, todos tristes, en cortejo, iniciaron el descenso de Pal. Ahora intentarán buscar un sentido a lo que queda de Vuelta. Justamente la mitad.
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