'El 23-F lo diseñaron unos y lo ejecutaron otros'
Alberto Oliart Saussol, 72 años que su aspecto se empeña en desmentir, estaba sentado en el banco azul del Congreso como ministro de Sanidad cuando Tejero interrumpió a tiros la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo y arruinó sus planes de marcharse a casa. 'El Rey y yo pensamos que el ministro de Defensa en estos momentos tienes que ser tú', le dijo el flamante presidente del Gobierno, una vez recuperado del sobresalto. 'Muchas gracias por el honor que me hacéis y por la papeleta que me endosáis', contestó resignado. Durante más de año y medio, hasta el triunfo socialista de octubre de 1982, fue el encargado de investigar el golpe, desactivar las tramas golpistas y encajar en la democracia a un Ejército traumatizado.
'Le dije: 'Sé lo que hiciste el 23-F, pero voy a proponer tu ascenso porque sé que vas a ser leal'
Pregunta. ¿Pudo haber triunfado el 23-F?
Respuesta. A principios de 1981, una conspiración militar rápida y por sorpresa, casi más un putsch que un golpe de Estado, hubiera tenido alguna posibilidad de éxito. Pero la dimisión de Suárez y el nombramiento de Calvo Sotelo como candidato rebaja mucho ese clima, porque desaparece la gran excusa: el supuesto vacío de poder que el Ejército debía llenar. El 23-F fue un intento de ir a por todas en el último momento, apoyándose en un golpe diseñado de una manera por unos y ejecutado de otra manera por otros.
P. Ese día hay varios golpes en marcha.
R. Hay confusión entre los protagonistas sobre qué golpe es el que hay que dar. El golpe de Armada era una presión militar para que las Cortes eligieran un gobierno de concentración presidido por él mismo. En cambio, lo que Tejero y Milans tenían en la cabeza era una junta militar pura y dura. Se habla también, aunque no tengo más datos que lo que me contaron los servicios de información siendo ministro, de un grupo de coroneles y tenientes coroneles que pensaban en una dictadura o un gobierno civil vigilado por el Ejército, pero ese grupo no apareció el 23-F.
P. Quizá por eso, algunos dudaron si ése era su golpe.
R. Es posible que al recibir el manifiesto de Milans hubiera algún desconcierto, pero lo que es definitivo es cuando el Rey empieza a llamar a los tenientes generales. En esas conversaciones queda clara la orden: Aquí no se mueve nadie. Había que tener mucho tiento, con el Congreso ocupado por un hombre como Tejero y 200 guardias civiles con metralletas. A mí me contaron mis ayudantes, el que luego fue el general Escrivá y el coronel Bardají, que lo que más les preocupó es que vieron ir hacia las Cortes grupos de civiles armados, a los que desarmó el cordón de seguridad que puso el general Aramburu [director de la Guardia Civil]. Entre ellos podían estar los de [la matanza de] Atocha. Si esa gente entra, a lo mejor nos mata a unos cuantos para decir: ahora aquí ya hay sangre y no tiene vuelta atrás.
P. ¿Dudó el Rey?
R. Yo creo que lo único que dudó el Rey es cómo hacía el discurso, que hubo que repetirlo ya que la primera vez se equivocó, y cómo se vestía, porque cuando llegó el equipo de TVE estaba en chándal y fue a ponerse el uniforme de capitan general. El Rey es muy militar y hace lo que un buen general: medir sus fuerzas y saber con qué bazas cuenta antes de jugarlas.
P. ¿Quién ordena a Tejero que asalte ese día el Congreso?
R. San Martín, Pardo Zancada y posiblemente Armada quieren que fuerzas de la División Acorazada rodeen las Cortes y entre un solo oficial, de media gala, para decirnos que la situación de España es tan mala que los padres de la Patria tenemos que darle una solución aceptable. Pero Milans pone, como condición para sacar sus tropas a la calle, que Tejero sea el protagonista.
P. Y la presencia de Tejero inhibió a más de uno.
R. Es evidente. Si alguno tuvo tentación de moverse, la perdió totalmente. Pero más importante fue la actitud de los generales, que tenían muy presente el recuerdo de la guerra civil. Por ejemplo, Campano [capitán general de Valladolid], cuando recibe el manifiesto de Milans, se lo pasa al asesor jurídico para que le diga si es legal o no. ¡Comprenderá que ésa no es manera de sublevarse!
P. Si la División Acoraza sale, la situación habría cambiado.
R. Hubiera podido ser muy grave. Ya al oír los tiros del Congreso por la radio, el teniente coronel Manglano, jefe de Estado Mayor de la Brigada Paracaidista, con quien siempre estará en deuda la democracia española, ha parado la salida de paseo, ha arrestado a un teniente coronel dudoso, ha llamado al general Gabeiras [jefe del Estado Mayor del Ejército] y a la Zarzuela y ha dicho: la Brigada está armada y dispuesta para lo que sea. Y Víctor Lago, que manda los boinas verdes en Madrid, le dice a Quintana [capitán general de Madrid]: tengo listos 300 hombres que en la calle paran a cualquier carro de combate. Y en Valencia, el coronel de aviación que manda Manises, llama a Ibáñez Inglés [el ayudante de Milans] y le pregunta qué hacen unos carros de combate camino de su base. 'Son para protegerla', le dice Ibáñez Inglés. 'Pues te advierto que, como anden un kilómetro más, tengo un Mirage en pista y otros dos preparados que salen y de tus carros de combate no dejan ni los restos'. Y lo hubiera hecho. La guerra civil no era posible, pero podían haber ocurrido cosas, claro.
P. ¿Era Armada el elefante blanco, la autoridad militar que esperaba Tejero?
R. El elefante blanco de Tejero tenía que ser Milans. La prueba es que a Armada lo echa del Congreso. 'Lo que quieres es una poltrona para ti, que sigan gobernando los mismos, y yo no he conquistado esto para eso', le dice. Él ya está en su golpe.
P. Pero Milans no intenta trasladarse a Madrid.
R. Porque le falla todo. Lo primero que hace el Rey es advertir a Quintana: '¡Ojo con la División Acorazada!'. Sabe por dónde puede venirle el golpe. Quintana llama a Juste [jefe de la Acorazada] y se encuentra con Torres Rojas [ex jefe de la división]. '¿Qué haces tú ahí?', le dice. 'Vuélve de inmediato a ocupar tu puesto en La Coruña, que es donde debes estar en este momento'. Y Torres Rojas sale zumbando. Quintana era mucho Quintana. Cuando Milans habla con él se da cuenta de que se ha quedado solo, pero aún aguanta hasta la madrugada, a ver si algún capitán general le sigue. Y no le sigue nadie.
P. Pero el hecho de que Armada pudiera pensar que las Cortes iban a plegarse a sus pretensiones es muy significativo de la situación del país.
R. Evidente. Rodríguez Sahagún [entonces ministro de Defensa] me confesó en el otoño del 80 que temía un golpe de Estado. Ese ambiente se había ido generando al menos desde septiembre de 1977, con una campaña fortísima de la ultraderecha, barrida en las elecciones, que fue especialmente injusta y exitosa a la hora de crear odio contra Gutiérrez Mellado. Hay otro factor a tener en cuenta: la reacción de los industriales, incluso los medianos, ante la reforma fiscal, especialmente el impuesto sobre el patrimonio. Como ministro de Industria me reuní con 300 empresarios catalanes, y las cosas que decían eran tremendas, que el Gobierno iba a por ellos, que queríamos arruinarles. Pero al Ejército no le mueve eso, no le parece mal que los ricos paguen, lo que le llega al alma es la acusación de que se está rompiendo España.
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