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BIOLOGÍA

El estudio genético de un animal extinto aclara su evolución

El moa, un ave que no volaba, se extinguió hace al menos 500 años. Su aspecto era como el de un avestruz, sólo que mucho mayor, ya que podía medir tres metros. Los aborígenes maoríes de Nueva Zelanda acabaron con estas aves y dejaron sólo algunos huesos como recuerdo. Ahora, la recuperación del código genético completo de sus mitocondrias (orgánulos de la célula) va a permitir conocer mejor la evolución del grupo animal al que pertenece y la de los continentes.

El trabajo, publicado la pasada semana en la revista Nature, cuenta con la participación del científico español Carlos Lalueza-Fox, del departamento de Biología Animal de la Universidad de Barcelona.

La reconstrucción del genoma mitocondrial del moa (el contenido en los orgánulos celulares externos al núcleo y responsables de procesar la energía necesaria para la vida de la célula) es el primero que se logra en su totalidad. Está compuesto por 16.500 pares de bases químicas y su secuenciación ha sido posible gracias a la existencia de huesos perfectamente conservados a los que tuvo acceso un equipo de la Universidad de Oxford.

La secuencia completa aportará información básica, indica Lalueza, para dibujar con precisión el árbol genealógico de las ratites - el grupo de aves más primitivas conocido- incapaces de volar y que se distribuyen a lo largo de todos los continentes. Algunas de ellas, como el avestruz, han alcanzado a lo largo del tiempo tamaños gigantescos. La comparación de los genomas mitocondriales de aves emparentadas permitirá además, aunque de forma indirecta, precisar cómo se desgajó Gondwana, el supercontinente que hace 100 millones de años se partió para dar forma a los continentes actuales.

El análisis del genoma mitocondrial, afirma Lalueza, permite reconstruir un árbol genealógico 'muy robusto y casi definitivo'. Así, y gracias a la determinación de la tasa de acumulación de mutaciones del ADN mitocondrial, se han podido datar cada una de las separaciones de los distintos linajes de las ratites. Las ratites primitivas habrían dado paso al moa hace unos 80 millones de años, y al avestruz, uno de sus parientes vivos, entre 15 y 20 millones de años más tarde.

Su llegada a Nueva Zelanda habría coincidido con la rotura de Gondwana, el supercontinente formado por Suramérica, África, Madagascar, India, la Antártida, Australia y Nueva Zelanda. Debido a la separación de los continentes, el moa, incapaz de volar, al igual que las otras ratites, habría quedado atrapado en la isla desgajada de Australia. Allí habría evolucionado hasta alcanzar sus gigantescas dimensiones, del mismo modo que otras especies emparentadas habrían seguido su propia evolución en otros continentes. En el caso del moa, la falta de predadores naturales facilitó su supervivencia hasta que la llegada de los primeros pobladores humanos, hace entre 800 y 1.000 millones de años, llevó a su extinción.

El estudio de lo ocurrido con el grupo de las ratites, explica Lalueza, puede ayudar a entender el patrón de dispersión de otros animales, como los mamíferos. En ambos casos, los modelos de distribución son similares. Pero lo que no permitirá, afirma con rotundidad, es recrear la especie extinguida: 'No tendría sentido'.

En opinión de Lalueza, para recuperar una especie extinguida sería preciso contar con el ADN nuclear entero, algo técnicamente 'muy complicado' debido al proceso de degradación que padece la molécula que contiene el código genético y la no disponibilidad de óvulos. 'Un organismo no es sólo su material genético', razona. 'Son necesarias las proteínas de los óvulos para garantizar el correcto desarrollo embrionario; además, los factores ambientales también cuentan'.

Lo mismo pasa con otras especies, como la pequeña cabra endémica de Baleares, Myotragus balearicus, extinguida hace unos 4.000 años y de la que el propio Lalueza ha logrado recuperar fragmentos del genoma mitocondrial. Como en el caso del moa, concluye, el único interés de su estudio es comprender mejor la evolución de las especies combinando el reloj biológico y el biogeográfico.

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