'El cine debe contaminarse de las demás artes'
Pregunta. Tu libro más reciente, La última mirada, se centra en las últimas películas de una serie de clásicos del cine: Ford, Bergman, Welles, Huston...
Respuesta. Sí, es un paseo por un mundo de espectros. Me interesaba hablar de la inminencia de la muerte y de las películas como testamento. En algunos casos, a través de la última película real del autor, como Los muertos, que John Huston dirige ya en una silla de ruedas; en otros, como François Truffaut, preferí hablar de su película testamentaria, La habitación verde en su caso, aunque aún rodara otros cuatros largometrajes... La muerte forma parte del cine como forma parte de la vida. Y el cine debe contaminarse de la vida y de las demás artes. Todo debe estar interrelacionado. Tal vez por eso cada día aguanto menos a los cinéfilos que creen vivir en un compartimento estanco.
P. Estás hablando de pensar el cine.
R. Hay que hacerlo, aunque tal vez no vivamos el mejor momento para ello. Serge Daney, ideólogo de la nouvelle vague, mantenía que el cine servía para verlo, para hablar de él y para escribir al respecto. Me temo que el presente no le ha dado la razón: se ve poco cine, se habla escasamente de él y se escribe, o se piensa, aún menos. También es verdad que la mayor parte del material que se produce cada vez estimula menos a la hora de ver, hablar y escribir. Una vez les pedí a mis alumnos de la Pompeu Fabra que me hicieran una lista de las películas que les habían impactado en los últimos meses y no recordaban prácticamente ninguna. No es que carecieran de memoria, pues a mí me pasaba lo mismo: cada vez hay más películas que las ves un viernes y el lunes siguiente ya no las recuerdas. Tal vez porque, como te comentaba Gonzalo Herralde hace unas semanas, el cine cada vez tiene menos que ver con la cultura.
P. Pero tú intentaste dirigir un largometraje no hace mucho.
R. No me lo recuerdes... Sí, tenía un proyecto que me hacía mucha ilusión. Se llamaba El fondo del vaso y era una reflexión sobre la pugna entre el cine y la televisión. Había un crimen, cuya resolución no tenía mayor interés, era sólo un mcguffin para enfrentar las respectivas visiones del mundo de los protagonistas: el dueño de un cine y una productora de televisión que quería rodar un telefilm sobre el crimen en cuestión. Mientras que el uno quería entender el origen del mal, la otra solo pretendía sacarle rendimiento comercial. Al final ganaba la productora, ganaba la televisión.
P. Un final metafórico, pero muy realista a tenor de lo que ponen en la tele.
R. Infame, ¿no? Yo hace años dirigí una serie documental impensable hoy en día, La memoria fértil. Actualmente, las únicas maneras de enfrentarse a la televisión son el abandono, que es la que yo practico, y el cinismo, que es la que se desprende de tus reseñas.
P. ¿Por qué no salió el proyecto?
R. Caí en manos de un mangante de Barcelona cargado de deudas que acabó renunciando a la subvención cuando ya estaba todo bastante atado y Fernando Fernán-Gómez me había dicho que sí. Tendría que haber intuido la poca solvencia del sujeto al ver que cuando quedábamos a comer siempre pagaba yo, pero igual no te das cuenta de esas cosas cuando persigues un proyecto...También puede ser que no deseara con la fuerza suficiente hacer esa película. Ésa es, por lo menos, la opinión habitual de la industria. Hay gente para la que lo importante es rodar. El qué da lo mismo. Otros queremos explicar historias concretas a nuestra manera o no explicar nada. Hubo un productor que se interesó por salvar el proyecto, pero quería meter a unos nazis detrás de los crímenes y convertir mi metáfora en una historia de buenos y malos. Lo dejé correr.
P. Y volviste a la meditación y el estudio.
R. Algo así.
P. Y a Godard, al que has incluido en tu libro aunque sigue vivo.
R. A través de sus Histoire (s) du cinema, que es claramente su testamento.
P. ¿Te enfadarías si te dijera que me cargó levemente A bout de souffle y que prefiero el remake que hizo Jim McBride con Richard Gere?
R. Bueno, son dos versiones de la misma historia para diferentes generaciones. Personalmente, prefiero Pierrot le fou, pero Godard me parece un cineasta muy interesante, aunque ya no le preocupe a casi nadie.
P. ¿Qué gente te interesa de la que hace cine hoy día?
R. Vivimos una época muy banal a todos los niveles, una época propicia al malestar: aparentemente todo va bien en el desarrollado Occidente, pero en cuanto rascas un poco las cosas no son tan bonitas. Se ha producido lo que Arthur C. Danto llamaba, en uno de sus textos, 'la transfiguración de lo banal'. La banalidad está por todas partes y se ha sacralizado como la única opción aceptable. El cine no es una excepción a la realidad general, con lo que cada vez resulta más difícil hacer películas que aporten algo. Para mí, una buena película es aquella que no te deja indiferente, aquella que te hace pensar o plantearte algo, aquella que tiene cualidades casi hipnóticas. Y no veo muchas últimamente en los cines. Puestos a dar algunos nombres, citaría a directores como David Lynch, Paul Schrader, Atom Egoyan y Aki Kaurismaki.
P. ¿Te permiten tus alumnos albergar esperanzas sobre el futuro?
R. Los estudiantes son el último público universal. Entre ellos hay de todo: desde el que quiere reflexionar sobre el cine hasta el que quiere ser el próximo Amenábar. Ha habido unas promociones más interesantes que otras.
P. Los lunes y martes montas en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, una serie de conferencias sobre las relaciones entre el cine y el pensamiento. ¿Un esfuerzo baldío?
R. En absoluto. Por ahí está pasando gente muy interesante, gente que, como yo, aboga por la transversalidad del cine, por su relación con otras disciplinas. Son experiencias que también tienen lugar fuera de España y que encuentro muy necesarias. Hace poco estuve en Italia en un ciclo de conferencias en torno a Michelangelo Antonioni y pude comprobar que somos bastantes los que aún tenemos ese concepto del cine como algo que va más allá de comer palomitas frente a una pantalla en la que proyectan una estupidez carísima... Y, de paso, conocí a Antonioni, uno de los ídolos de mi adolescencia. Está hecho polvo y no puede articular palabra. Triste, ¿no? Construir una obra cinematográfica sobre la incomunicación y acabar perdiendo el habla.
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