"Quiero escribir exactamente aquello que me gustaría leer"
Antonio Orejudo Utrilla nació en Madrid hace 37 años. Estudió Filología Hispánica y se marchó a Estados Unidos, donde publicó su tesis doctoral, El género epistolar en el siglo XVI, y permaneció siete años dando clases en distintas universidades del país. Desde 1994, es profesor de Literatura en la Universidad de Almería. Su familia, sus libros y su casa de la urbanización de Retamar, próxima a la capital almeriense, son su refugio. En Retamar parió Fabulosas narraciones por historia, galardonado con el Premio Tigre Juan su primera novela y afianzó su amor por el sur. Su segundo libro, Ventajas de viajar en tren, ha logrado el Premio Andalucía de Novela, dotado con siete millones de pesetas. En septiembre estará en las librerías.Pregunta. Hay escritores que dicen escribir por una vocación irrefrenable, otros porque ya no les bastaba con ser lectores, ¿cuál es su excusa?
Respuesta. No creo en las vocaciones irrefrenables. Si por cualquier circunstancia no pudiera escribir más desde mañana, no me pasaría nada. No le doy más importancia que a una afición como la que tiene la persona a la que le gusta navegar o coleccionar sellos. Soy poco solemne y nada trágico al hablar del hecho de escribir. Desde luego, me incomodaría mucho dejar esta afición, pero le resto trascendencia.
P. ¿Ser profesor de literatura ayuda para ser escritor o es un obstáculo?
R. Lo segundo. El profesor se enfrenta a la literatura como crítico y eso siempre dificulta una relación más saludable. Leer debe ser algo placentero y un profesor tiene que pasar muchas veces por encima del placer. Otro problema es que como profesor practicas la interpretación de la literatura y nada más paralizante que estar interpretando mientras escribes.
P. ¿Influye mucho el Antonio Orejudo lector en el escritor?
R. Desde luego. Yo quiero escribir exactamente aquello que me gustaría leer. Otra cosa es que llegue a conseguirlo. Pero cuando estoy escribiendo siempre me pregunto cómo reaccionaría yo como lector ante esa página.
P. ¿Recuerda sus primeras referencias literarias?
R. Los Cinco, de Enyd Blyton. Me gustaban mucho cuando era un chaval y uno de mis mayores deseos en esa época era que mi madre aprendiera a hacer el pastel de carne que comían ellos y probar la cerveza de jengibre que aún no he conseguido saber muy bien lo que es.
P. Conozco estudiantes universitarios que confiesan sin pudor no haber leído nunca un libro por placer, ¿qué falla?
R. Tiene suerte, conmigo no llegan a la segunda parte de la frase. Simplemente confiesan no haber leído nunca. La instrucción ha ido degenerando con el tiempo. Si a eso se une el creciente desprestigio de las humanidades, consideradas como algo que no va con los tiempos que corren porque no se ve que puedan dar un beneficio a corto plazo, el resultado es un estudiante en tercero de Filología que confiesa que no ha leído y que, además, no muestra el más mínimo interés. Cuando yo era estudiante sentía vergüenza de mis lagunas, trataba de ocultarlas y tenía curiosidad por lo que no conocía. Pero ahora muchos estudiantes no sienten la menor vergüenza de reconocer que nunca han leído. Eso es lo realmente grave. No saber no es un delito. Pero no mostrar ningún interés...
P. Quizás habría que tener más en cuenta los derechos del lector de los que hablan autores como Daniel Pennac.
R. Soy un firme defensor de esos derechos. Lo primero es perderle el miedo al libro como objeto. Hay que perderle un poco el respeto a la cultura con mayúsculas.
P. ¿Qué pasa cuando no se ganan los premios literarios ?
R. Yo soy un gran especialista en perder premios, así que ya tengo un callo en eso. La primera vez que te presentas, duele no ganar. Pero después ya no pasa nada. Lo bueno es perder unas cuantas veces. A partir de ahí, ya sólo puedes ganar.
P. ¿Le preocupa que algún día lo encasillen como escritor?
R. No. Hasta ahora sólo he publicado dos libros, pero he tratado de que sean muy distintos. No hay nada más patético que repetirse. Algunos dicen que escriben siempre el mismo libro. No creo que eso sea respetar al lector. Tus miedos y tus fantasmas deberías guardártelos para ti mismo y no volcarlos siempre en lo que escribes.
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