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La sirena que vino del frío

Jivaneskaia, hija de un neurocirujano de prestigio internacional, es la primera española que logra un récord mundial

En los 22 años de vida de Nina Jivaneskaia, la primera nadadora española poseedora de un récord mundial, ha habido dos casualidades decisivas: la primera ocurrió en Argelia cuando ella tenía siete años. Estaba chapoteando en la playa y alguien llamó la atención de sus padres sobre sus excepcionales cualidades para la natación. Años después, en 1996, cuando ya era una de las estrellas de la selección rusa, se fijó en ella otra persona. Era un monitor deportivo del hotel de Torremolinos (Málaga) donde la chica veraneaba con sus padres. Hoy ese monitor, Francisco Medina, es su marido, su manager y su preparador. Y el responsable de que esta superdotada para la natación tenga nacionalidad española desde 1999.Nina nació en Moscú (Rusia) el 24 de junio de 1977. Era la única hija de un matrimonio de prestigiosos médicos rusos. Su padre es un neurocirujano reconocido internacionalmente, y su madre es anestesista. A pesar de su importante cualificación profesional, el único privilegio de que disfrutó el matrimonio durante el régimen comunista fue el de exportar su sabiduría en proyectos de cooperación internacional. Eso fue lo que permitió que en 1984 Nina estuviera chapoteando, aún sin conocimientos del deporte en el que ahora reina, en una playa de Argelia.

Sus padres siguieron el consejo del desconocido de la playa y cuando volvieron a Rusia, Nina comenzó a entrenar. Cinco años después, con sólo 12, se convertía en la nadadora más joven en la historia de su país en obtener un campeonato nacional absoluto. Ya despuntaba en su estilo, la espalda, el que ahora le ha dado la plusmarca mundial en la distancia de 50 metros. Hoy por hoy, es la única mujer capaz de emplear sólo 28 segundos y 69 centésimas en recorrer un largo de piscina olímpica mirando al cielo. Pero no nadará esta prueba en los Juegos Olímpicos de Sydney, porque sólo los 100 y los 200 están homologados como pruebas oficiales. A ella no le importa. En los 100 metros tiene posibilidades de medalla, y también goza de un buen puesto en el ránking mundial de los 200, aunque lo suyo es la velocidad pura.

Nina no tiene un estilo impecable. Su brazada es más bien tosca. Pero domina la salida y los virajes. Y posee un cuerpo y una mente hechos para la competición.

En sus 166 centímetros de altura no se observa ni un ápice de grasa. Son 53 kilos de pura fibra. Es flexible como un junco, y tiene la suerte de no ser aficionada a manjares peligrosos para su forma física. Sus platos españoles favoritos son el potaje y la ropa vieja que hace su suegra, pero por lo demás, el plato que predomina en su dieta es el pescado. Como capricho, los frutos secos, que Francis, su marido, le lleva al fin del mundo si hace falta.

Pero más importante aún es su mentalidad de ganadora. Nina tiene el carácter reservado y la seriedad de los rusos para la competición. Entrena sola, en la única piscina cubierta de 50 metros que existe en Málaga; la de Torremolinos. Sigue el programa de preparación que trajo de Rusia. Su marido y los técnicos del Club Natación Sabadell, donde ahora milita, la controlan y la asesoran. Antes de cada prueba, es un prodigio de concentración y seriedad. Fuera de la piscina lleva una vida ordenada y doméstica. Sus aficiones son leer, jugar con el hijo de su marido, Sacha, de 12 años, y cocinar platos españoles. Desde hace tres meses tiene un nuevo hobby: Perla, una perrita yorkshire que le ha regalado Francis. Nina no necesita más. De momento ha decidido sacarle todo el partido posible a su talento para la natación.

En Sydney se batirá con la alemana Sandra Volker por un oro en los 100 espalda. Serán sus terceros Juegos, y después verá si le apetece y puede disputar otros en 2004. Sin prisa pero sin pausa. Como todo lo que ha hecho hasta ahora en sus 22 años.

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