Tribuna:CRÓNICAS

Coraje y silencio

Manuel de Lope recuerda, en un artículo sobre Juan Benet, cómo le había impactado una tarde en la Barcelona de Carlos Barral la risa de Rosa Regás. Eran los tiempos de Bocaccio, la gauche divine y la ilusión de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso la risa pura, sin pasado ni miedo al futuro; en ese clima intelectual del antifranquismo barcelonés se fraguó una ciudad que fue símbolo de una época, y aún lo sigue siendo; una ciudad moderna, progresista, en la que daba la impresión de que, en efecto, era posible esa risa confiada.Hubo muchos personajes que configuraron la memoria de ...

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Manuel de Lope recuerda, en un artículo sobre Juan Benet, cómo le había impactado una tarde en la Barcelona de Carlos Barral la risa de Rosa Regás. Eran los tiempos de Bocaccio, la gauche divine y la ilusión de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso la risa pura, sin pasado ni miedo al futuro; en ese clima intelectual del antifranquismo barcelonés se fraguó una ciudad que fue símbolo de una época, y aún lo sigue siendo; una ciudad moderna, progresista, en la que daba la impresión de que, en efecto, era posible esa risa confiada.Hubo muchos personajes que configuraron la memoria de esa ciudad, y en primerísimo lugar Carlos Barral, cuya carcajada es uno de los recuerdos más imborrables de aquel instante fructífero de la vida cultural española; y sin duda es Rosa Regás metáfora de esa actitud aguerrida con la que un grupo de editores, periodistas, artistas, cantantes y escritores abordaron la vida y se aprestaron a impedir que fuera oscurecida por el ambiente que emanaba la dictadura de Franco. Ellos fueron artífices de esa Barcelona que se ha quedado en España, y en Europa, como símbolo permanente, también, de una actitud humana, y no sólo cultural. Rosa Regás, que ahora es actualidad porque aparece su novela (su memoria, dice el crítico Juan Antonio Masoliver Ródenas; pues memoria, qué más da) Luna lunera, se fue entonces de los límites que la vida parecía imponer a las mujeres, estuvo con Carlos Barral en aquella aventura, impulsó con el coraje que le caracteriza su propia singladura editorial y asumió los riesgos de inventar con la valentía de una alucinada; de su sabiduría editorial saben algunos de los grandes escritores que ella estimuló, como Javier Marías o como Álvaro Pombo, y de su capacidad de aunar ternura y riesgo supo mucho Juan Benet, cuyo Sub rosa es expresión de esa relación y ejemplo, uno más, de la modernidad que introdujo el sello La Gaya Ciencia en el universo editorial español.

Hay españoles a los que uno ve todos los días y que si fueran extranjeros tendrían aquí su pequeño monumento; lo peor es lo cotidiano: los tenemos cerca y, por tanto, ni los valoramos ni los echamos en falta. El trabajo de Rosa Regás, en ese mundo de las editoriales, y el que hizo luego impulsando la Casa de América como lugar de encuentro para aprovechar la potencia de la cultura común, merecen el reconocimiento; su actual faceta de narradora, permite ver, y eso ocurre en Luna lunera, la dimensión de su coraje humano, el tamaño intacto de su curiosidad.

Y ahí, en ese terreno de los personajes que se han pertrechado contra el tiempo gracias a la curiosidad y al coraje, y en este caso gracias también al silencio, está Manu Leguineche. Alejado del mundo ruidoso de las capitales, vencedor periodístico de muchas guerras, este reportero singular vive en Brihuega y en Cañizar, en la Alcarria, la aventura de escuchar en silencio, pegado a una máquina de escribir, el ruido del mundo; ni un día de agosto, por ejemplo, dejó de acudir a su cita diaria con lectores de toda España, que le vieron escribir de Borges, de Hemingway, de lady Di, de Miguel Delibes o de los chechenos... Con el bastón que le impone su coquetería de periodista veterano, y con un sombrero que una vez compró en San Sebastián, recibió estos días a los periodistas para contarles una obra extraña en su largo viaje del silencio sobre sí mismo: La felicidad de la tierra, donde cuenta el discurrir de su tiempo. Manu, hablando de sí mismo, contando cómo le ha ido, dice, habla de las nubes, de los personajes cotidianos que pasan bajo el paraguas de la vida, y cómo los ve.

Esa contemplación suya es fruto del silencio; detrás de los portales vigorosos de su casa de Brihuega, o en Cañizar, donde se fabricó una casa para la tierra, el reportero tiene un fax donde el mundo le cuenta cosas. Esta vez el fax estuvo desconectado, y el teléfono también; le llamó el tiempo, y lo contó como si estuviera ausente, metido en la propia memoria.

Dos españoles, del coraje y del silencio.

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