El fervor de los lores

El mundo habla del efecto Bilbao, pero los británicos siguen enamorados de Barcelona. La flecha de fuego que abrió los juegos olímpicos del año 92 encendió también un incendio de entusiasmo por el diseño catalán, y en ningún país prendieron las llamas con tanto vigor como en el Reino Unido. Hace diez días los arquitectos británicos entregaron a Barcelona una medalla que, desde su creación en 1848, se había concedido sólo a miembros destacados de la profesión; y ahora se hace público un informe sobre el planeamiento urbano que incita a las ciudades británicas a aprender de Barcelona. Tras estas...

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El mundo habla del efecto Bilbao, pero los británicos siguen enamorados de Barcelona. La flecha de fuego que abrió los juegos olímpicos del año 92 encendió también un incendio de entusiasmo por el diseño catalán, y en ningún país prendieron las llamas con tanto vigor como en el Reino Unido. Hace diez días los arquitectos británicos entregaron a Barcelona una medalla que, desde su creación en 1848, se había concedido sólo a miembros destacados de la profesión; y ahora se hace público un informe sobre el planeamiento urbano que incita a las ciudades británicas a aprender de Barcelona. Tras estas manifestaciones se hallan dos arquitectos y antiguos socios que figuran entre los pares del Reino: Lord Foster, cuyo acceso a la nobleza se incluye en la última lista de honores de la Reina; y Lord Rogers, cuyo título le fue concedido hace dos años a instancias del Partido Laborista. Norman Foster, que formaba parte del jurado que otorgó el galardón a Barcelona, profesa una amistad a Pasqual Maragall que se inició con la construcción de la torre de Collserola, donde el británico celebró su 60 cumpleaños el mismo día de las últimas elecciones municipales ganadas por el hoy ex-alcalde; y Richard Rogers, autor del informe urbano que propone Barcelona como modelo, se ha convertido en el asesor áulico en materia arquitectónica del nuevo laborismo de Tony Blair, deseoso de rediseñar la imagen de marca del país, y que ha encontrado perfecta sintonía con el que fuese el más elocuente crítico del tradicionalismo del príncipe Carlos. Foster ama tanto Barcelona que, cuando en el verano de 1996 el Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos celebrado en la ciudad se precipitó en un inesperado colapso organizativo, tomó la iniciativa de telefonear al alcalde para improvisar un plan de rescate, y en compañía de Maragall puso en marcha una colosal asamblea al aire libre que cambió el clima de la reunión. Y Rogers admira tanto la ciudad que, aun habiendo conseguido para su oficina el más codiciado encargo madrileño, la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, aparta toda diplomacia y no se recata de afirmar a un periódico de la capital española que Madrid está muy rezagado, mientras Barcelona está experimentando "el renacimiento más importante del mundo occidental". Con esos abogados puede entenderse mejor el fervor británico por la capital catalana, que muchos ven como un laboratorio donde se han ensayado las recetas urbanas de la nueva izquierda europea: en vísperas de la llegada del laborismo al poder, Foster y Rogers organizaron en un cine una asamblea de varios miles de arquitectos, con el exclusivo propósito de escuchar a dos oradores: Tony Blair... y Pasqual Maragall. Y si a todo esto unimos la victoria del catalán Enric Miralles en el concurso del Parlamento Escocés, y la del Manchester United en el Nou Camp, el sinérgico resultado es una ebullición emuladora de la que recientemente daba cuenta

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