Tribuna:

Una revisión imprescindible

La exposición La huella del 98 en la pintura española contemporánea asume el compromiso de analizar no tanto la huella del 98 según la interpretación que hicieron los pintores coetáneos de los temas y el espíritu de la célebre generación finisecular, sino la recurrente obsesión legada por ésta sobre lo que era o debería ser la genuina identidad nacional y su plasmación artística durante el siglo XX. Este ambicioso proyecto, idea de la que hoy es comisaria de la exposición, Ana Vázquez de Parga, no deja de tener fundamentos diversos en la propia historia de la pintura española de este si...

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La exposición La huella del 98 en la pintura española contemporánea asume el compromiso de analizar no tanto la huella del 98 según la interpretación que hicieron los pintores coetáneos de los temas y el espíritu de la célebre generación finisecular, sino la recurrente obsesión legada por ésta sobre lo que era o debería ser la genuina identidad nacional y su plasmación artística durante el siglo XX. Este ambicioso proyecto, idea de la que hoy es comisaria de la exposición, Ana Vázquez de Parga, no deja de tener fundamentos diversos en la propia historia de la pintura española de este siglo, que, de una u otra manera, ha apelado a lo español como tema principal, al margen de lo que podríamos llamar una pintura casticista o regionalista. De hecho, el objetivo de Vázquez de Parga ha sido analizar la cuestión precisamente a través de lo que hicieron al respecto los movimientos locales de vanguardia, antes y después de la guerra civil.Dividida en cuatro grandes apartados -La generación del 98: a la búsqueda de nuestra alma nacional; La Generación del 27: el neocasticismo; La posguerra: la constante de la expresividad, y El informalismo hispano-, se trata de un recorrido que, efectivamente, abarca las tres cuartas partes de la historia artística española del siglo XX, concluyendo con el movimiento El Paso, de fines de la década de los cincuenta, ya que éste fue realmente la última manifestación de lo que se conocía como sensibilidad o gusto artístico característicos de nuestro país, lo cual, junto al hecho de que su lenguaje formal se correspondiera con el entonces dominante informalismo, probablemente facilitó bastante su reconocimiento internacional.

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La división concebida por Ana Vázquez de Parga y su correspondiente ilustración pictórica funcionan, a mi entender, porque, al margen de las conscientes referencias a la identidad nacional que hicieron artistas y grupos, el trasfondo siempre apunta a lo mismo: una interpretación "antropológica" del paisaje, incluso cuando el lenguaje empleado fue abstracto. En este sentido, además de las sucesivas reivindicaciones geográficas de lo castellano, hay una voluntad constante de redefinir ciertamente un paisaje físico y moral. Aunque ése sea el principio, no significa que su desarrollo histórico y su interpretación en la presente exposición hayan de ser lineales. De hecho, Vázquez de Parga ha huido de un prisma reductor y ha apostado por recoger la multiplicidad coral y sus correspondencias a través del tiempo.

En todo caso, sea cual sea la tesis de fondo, considero que la experiencia visual de esta exposición es imprescindible, pues sólo a través de ella se podrán sacar conclusiones de un debate que no podía quedarse reducido a polémicas escritas. Por lo demás, huelga decir que la muestra reúne obras de casi medio centenar de pintores españoles de este siglo, entre los que están bastantes de los mejores.

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