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El futbolista transgresor

Los goles le acreditan: cinco tantos en los cinco últimos partidos le han devuelto a la selección y han resarcido su discutida condición. Demasiado alto para el fútbol estilista, demasiado ancho para una finta, demasiado grande para retorcer al defensor, demasiado libre para el fútbol colectivista, Ismael Urzaiz (nacido en Tudela y que mañana cumple 27 años) contraviene las leyes de la evolución futbolística y rompe los delgados márgenes que separan el pasado y el futuro. En resumen, Ismael Urzaiz, escolarizado en el Madrid, con el bachiller superado en los exigentes institutos del Albacete, Salamanca y Rayo Vallecano, graduado en el Espanyol de Camacho y doctorado en el Athletic, es un transgresor nato.Hombre independiente y cabal, futbolista visceral casi autodidacto, ha aprendido a convertir su envergadura en un elemento disuasorio, a esconder sus capacidades técnicas en el corpachón intimidatorio cuando en realidad su repertorio es más amplio del que sugiere esa imagen de goleador inglés que durante años le cerró las puertas de los grandes equipos por la presunta limitación de recursos.

Urzaiz, callado y solitario, con aspecto de integrante de una tribu urbana al uso, tenía las ideas claras desde los 15 años: hacer lo que quería, jugar al fútbol, al margen de las exigencias personales que le sobrevienen a un muchacho que abandona la pequeña localidad de Tudela para insertarse en la gran ciudad (Madrid) y en el club más exigente del país (el Real Madrid). "Hubo otros que no aguantaron y volvieron a casa. Mi hermano, por ejemplo, pero yo no sufrí", recordaba recientemente a EL PAÍS analizando su trayectoria vital.

El deporte, sin embargo, le iba a someter a numerosas evaluaciones. El Real Madrid practicaba el "ni contigo, ni sin ti" que en el fútbol se traduce en un peregrinaje sin estación de destino. A cada propuesta de fichaje, respondía el equipo blanco con una cesión que ocultaba la duda permanente sobre un jugador que rompe los esquemas: atrabiliario en la forma, eficaz en el fondo. A medida que el fùtbol incluía elementos de diseño, Urzaiz ratificaba los valores independientes de un goleador, al que se le mide por los resultados más que por la plasticidad de sus movimientos. En cierto modo su situación externa se asemejaba a la de Gerd Müller, un delantero culibajo, torpe en sus movimientos, insufrible en los días malos, definitivo siempre.

Urzaiz, en pleno apogeo de la velocidad, del futbol versátil, de la plasticidad, estaba condenado a purgarse en los institutos menores del futbol, en los días laborables de un juego que reserva las festividades para los párrocos más locuaces. Su dialéctica era directa, básica, sin demasiados sinónimos en su juego. En Albacete y Salamanca practicó el obrerismo deportivo. A menor equipo, menor resolución. Suplente habitual, recurso de andar por casa, se limitó a una tarea menor: hacer los goles necesarios en los momentos oportunos. Futbolista de segundo plato, buldozer del área cuando el contrario amenaza ruina. Del Madrid al duro asfalto del proletariado futbolístico. Toda una invitación a la supervivencia y una prueba de autoestima.

Camacho, en el Rayo Vallecano y sobre todo en el Espanyol lo rescató del pupitre, le quitó la cartilla de racionamiento (unos minutos para calmar las ansias), le dio mando en la plaza del área y se decidió a hurgar en las posiblidades que ofrecía un jugador independiente y atrevido.

Jugador engañoso

Camacho fue el primero en darse cuenta de que Urzaiz es un futbolista engañoso: juega con el físico y marca con la inteligencia. El campo se hace grande para el defensor y reducido para el atacante. En el Espanyol, y sobre todo en el Athletic, Urzaiz se ha convertido en el punto de referencia . Sus 188 centímetros iluminan en ocasiones la confusión del equipo para salir de las zonas conflictivas y encontrar el ambiente cálido del área contraria donde Urzaiz puede controlar y esperar o tratar de encarar a tres defensores rivales al amparo de su velocidad (engañosa) o su disparo (profundo). Si el regate es el engaño hecho efecto, la corpulencia desorienta al marcador demasiado ofuscado por el fútbol previsible. En el Athletic de Bilbao ha explotado esa vena de insurrección a los guiones previsibles para bien y para mal. Autista en ocasiones, generoso en las circunstancias más proclives al rendimiento personal, puede autoexcluirse de las grandes citas por un problema menor o echarse el equipo a la espalda cuando el colectivo ha arrojado la toalla.La vida le ha familiarizado con la dificultad más que con el éxito. Pasó de los equipos colegiales al Real Madrid y de la Casa Blanca a los tajos de Segunda División; el fútbol le declaró anacrónico cuando escondía razonamientos más agudos, sin pulir, pero igualmente cortantes. Necesitó dos entrenadores viscerales para encontarse a sí mismo y desplegar sin miedo su potencialidad encarcelada. Camacho y Luis Fernández confiaron en él, encajaron su anarquía ocasional a cambio de la realidad cotidiana. Se diría que el aprendizaje humano le ha hecho independiente y cada golpe en la vida le exigía una dosis de autoestima. Quizá Camacho y Luis Fernández eran como él, personajes de carne y hueso que comparten su capacidad técnica con su firmeza personal. Dificilmente Urzaiz flaqueará en la trascendencia de un partido. Ha tenido que aprender deprisa que al fútbol se juega con calma.

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